Exposiciones

Imágenes corregidas de Amondarain

23 mayo, 1999 02:00

My Name"s Lolita Art. Salitre, 7, bajo. Madrid. Hasta el 15 de junio. De 85.000 a 800.000 pesetas

Me atraen, junto a las obras últimas, aquellas otras en las que Amondarain se ofrece más a cuerpo desnudo como pintor

"La imagen aquí, mata el modelo". Con esta cita del filósofo Clément Rosset concluía su texto de presentación de la pintura de José Ramón Amondarain (San Sebastián, 1964) Jesús Meléndez Arranz en el catálogo editado con motivo de su exposición en la Casa Municipal de Cultura de Basauri, a principios de 1998. Hacía referencia Meléndez al doble interés de Amondarain por dilucidar tanto las virtudes y virtualidades del hecho de la pintura como modo de representación, como por sostener en su trabajo esa ambigöedad sobre la objetividad de la imagen latente en el conocimiento del espectador.
Algunos de los cuadros de aquella muestra han venido ahora a ésta su segunda exposición individual en Madrid, se han añadido a ella varios retratos -individuales y de grupo- y un conjunto último de piezas en las que compagina (como ya hizo en los retratos, pero con aliento mayor) imagen digital y pintura. Es la suya una exposición ambiciosa -he de confesar que no vi la precedente suya en Barrio y Quintana- cuyo único inconveniente es la de resultar algo excesiva en relación al espacio útil de la sala, pero cuya contemplación compensa con creces la angostura que impone a la mirada.
Que los resortes materiales y conceptuales de la pintura figuran en el horizonte inmediato del trabajo de Amondarain viene certificado por cuanto conozco de su labor, que ha pasado, en los tres últimos años, por una indagación en el territorio de la abstracción -en cuyo proceso, que no en sus resultados, no son ajenos dos nombres mencionados por Meléndez, Luis Gordillo y Gerhard Richter-; por el recurso, antes descrito, de una figuración que escarba en la naturaleza de la representación y la imagen; y, por último, sin asomo de reparo, por una mezcla o fundido de imágenes digitalizadas, "corregidas" por el gesto y la sustancia de la pintura, que sustituye de ese modo su apariencia banal y su caducidad metafórica por el aura que le corresponde a lo artístico. Y ello sin evadirse de un tono o son narrativo del que tampoco se regalan las pautas.
Me atraen especialmente, junto a éstas obras últimas, aquellas otras en las que Amondarain se ofrece más a cuerpo desnudo como pintor, así algunas de las piezas de la serie "Querido pintor, píntame", desarrollada entre 1997 y 1998 o, por inquietantes, aquellas otras en las que se ha servido como modelo de los objetos que denomina "mochos".
En éstas puede estarse de acuerdo con la afirmación de Francisco Jarauta de que: "Hay algo de físico en su pintura que decide no sólo la intensidad, sino el secreto de lo pintado. Una paleta que detiene y separa el color, que casi lo congela. Ahí están, sobre la mesa, los rojos, negros, amarillos, blancos como a la espera de un despertar, condensados, uno a uno, amenazadores. Contienen más que nunca la pintura".