Maria Lai (Ulassai ,1919 - Cardedu, Cerdeña, 2013), que este año cumpliría cien años, tiene todos los ingredientes para volverse una leyenda del arte. Lo mejor es que hay mucho más que detalles de mito genial que tanto gustan para azuzar el espectáculo. Al contemplar su obra nos encontramos ante una creadora verdaderamente comprometida y contemporánea, más allá de modas.
La primera gran historia es su entrada en la palabra escrita y la poesía, dimensión fundamental en su trayectoria. Tenía nueve años y asistía por primera vez a la escuela en Cagliari, Cerdeña. Entraba en la clase "analfabeta pero llena de fábulas". Unos años después llegará el descubrimiento de lo poético, de la mano de su profesor de latín. Cuentan que en su primer encuentro le mostró un libro de poesía latina y le pidió que leyera. Maria contestó que no sabía latín. Salvatore Cambiaso le indicó: "no importa si no lo entiendes, sigue el ritmo".
El ritmo se compone de sonidos y silencios. Tras dejar su isla natal y estudiar arte en Roma y en Venecia, regresó brevemente a Cagliari al final de la Segunda Guerra Mundial. Se instaló de nuevo en la capital italiana entre 1956 y 1993, aunque siempre conectada con la región donde había crecido. El único gran silencio de esta artista se produjo voluntariamente entre 1961 y 1970. Dejó de pintar y dibujar como le habían enseñando para comenzar a experimentar con materiales como la lana, las telas y la madera. Será a partir de ese momento cuando comience la producción de sus telares, las escrituras ilegibles y mapas inventados bordados, los libros cosidos, la esculturas de pan… Trabajos y formas de hacer a los que volverá una y otra vez. Toda esta producción fue expuesta y recibida con atención en la escena italiana del momento, participando en 1979 en la Bienal de Venecia y en 1981 en la de São Paulo.
El juego, el lenguaje, el paisaje, el mito, son partes de la trama y la urdimbre de esta gran comunidad universal en la que maria lai creía
Por tanto, la exposición del MAXXI de Roma Tenendo per mano il sole (Sosteniendo el sol de la mano) no tiene el sentido de un descubrimiento, porque nunca estuvo oculta, aunque la escena del arte no la recordara merecidamente. Como bien indicaba Davi de Martine, director de la Fondazione Stazione dell’Arte que la artista puso en marcha en su pueblo natal, "no era una outsider". Se relacionaba con otros artistas (Novalis o Bruno Munari, por ejemplo) y con el mundo, en un diálogo continuo que no eludía el conflicto, a través de la realización de una obra abierta a la que siempre se podía retornar.
Sus palabras y sus tiempos de escucha, el silencio que se produce en la conversación con el otro, son la tentativa de entrelazar realidades, de generar un arte como parte pleno de la vida. La acción de tejer, que la artista definía como una actividad horizontal y no pretenciosa –femenina esencialmente– era la vía para crear una red que comunicara a través de acciones que requieren de otras temporalidades: jugar, remendar, relatar, bordar… El juego, el lenguaje, el paisaje, el mito, son partes de la trama y la urdimbre de esta gran comunidad universal en la que ella creía.
Todo ello se rastrea en la belleza formal y el cuidado montaje de las obras expuestas en el MAXXI, una muestra muy completa y que quizá en su intención didáctica deja de lado el entremezclamiento propio de Lai. Ella misma definió su trayectoria como un continuo intento, nunca una realización. Y así llega el momento de la pieza Legarsi alla montagna (Atarse a la montaña) realizada en su Ulassai natal en 1981. Los habitantes participaron en una acción en la que anudaban todas las casas del pueblo con 46 km de banda de tejido azul a la montaña situada sobre ellas. La propuesta se basaba en una leyenda local que contaba cómo una niña, refugiándose de una gran tormenta en una cueva de estos riscos, se arriesgó a salir movida por la curiosidad al entrever una cinta celeste en el exterior. Al salir, un deslizamiento clausuró la caverna y se salvó milagrosamente.
Atarse a la montaña, "la obra de todo un pueblo y no de una única artista", la dejó sin palabras: "uno de los nombres posibles para mis tentativas de involucrar a gente puede ser Interpretaciones. Una interpretación no es un empeño en conocer el significado de una obra. Una obra de arte no es un trabajo de investigación científica, sino una oportunidad para entrar en contacto con lo universal". Naturaleza y paisaje, mitologías y genealogías de una comunidad entretejidas colectivamente, jugando para hacer presente lo que de otra forma no se pude decir.
Maria Lai es reconocida como la creadora de la primera obra de arte relacional italiana, siguiendo las teorías de Nicolas Bourriaud, y es puesta en comparación con los 7000 robles de Beuys en la Documenta 7 de Kassel (1982). Igualmente, y quizá más revelador por no caer en los encasillamientos del propio sistema del arte tan ajenos a la artista italiana, podrían señalarse otras relaciones con creadoras en total sintonía con su ideario: Lygia Clark, Lygia Pape, Lina Bo Bardi, Mirtha Dermisache, Irma Blank, Fina Miralles, Teresa Lanceta, y tantas otras.
Su actividad nunca paró. Los últimos veinte años de su vida los vivió en su región, donde continuó tejiendo, realizando acciones, obras para la comunidad y colaborando con la cooperativa de tejedoras. Su interés no estaba en el mundo del arte, sino en crear a través del arte. Esa sí que es una buena historia.