Dulcinée, 1911
Lo de Duchamp no son obras de arte, sino obras de teoría del arte. Era la opinión que expresaba Clement Greemberg, padre de la crítica formalista y el mayor defensor de Pollock, a Thierry de Duve, también crítico de arte pero situado en sus antípodas, en un libro maravilloso titulado Clement Greenberg Between the Lines. Ese es el Duchamp prototípico: el inventor del ready made que pone contra las cuerdas a la pintura y la gestualidad. El Duchamp del célebre urinario firmado R. Mutt que declara que lo importante es que el tal Mutt lo hubiera escogido.Con ello venía a decir que un artista no es el que trabaja con pincel y cincel, sino con ideas. Una línea por la que se llega directamente a Kant y la pura tautología, a la idea de que un artista es el que hace obras de arte y una obra de arte es lo que hace un artista. De ahí a la célebre frase "todo el mundo es un artista", de Joseph Beuys, sólo hay un paso. Ese Duchamp prototípico es el padre del arte conceptual y, por extensión, del arte contemporáneo. En otras palabras: el gran culpable del lío.
También se le ha considerado el primer asesino de la pintura. Es cierto que odiaba expresiones como "bestia como un pintor" y que detestaba el olor a trementina. Pero Duchamp también pintó. Lo hizo especialmente en sus cuadros de formación y en los estudios que conformarán su gran obra inacabada, el Gran Vidrio, con la que quería alejarse de lo pictórico. E incluso el vidrio es una pintura, con máquinas, sin trazo ni gesto, pero pintura. Ese es el punto de partida de Marcel Duchamp. La peinture, même, la gran exposición que el Centre George Pompidou de París dedica a su artista prófugo: en Francia se padece como un dolor de estómago que en las cartelas del MoMA de Nueva York califiquen a Duchamp como "american artist born in France". Algo de ese ruido secreto está oculto en las intenciones de la exposición: básicamente reclamarlo como pintor es reclamar al artista antes de su huída a Estados Unidos, ya que es en Nueva York donde presentó el urinario. Por cierto, un urinario que no está en la exposición (sólo una foto pequeña en la entrada). Es toda una declaración de intenciones hacer una exposición de Duchamp sin apenas ready mades.Por su pintura pasan todos los otros
La exposición ofrece una oportunidad única de ver obras que nunca salen de Filadelfia y el MoMA
Teniendo en cuenta que no se pueden exponer sus obras más importantes (ni el Gran Vidrio ni Étant donnés pueden salir de Filadelfia ya que su estado de conservación les impide viajar), lo del Duchamp pintor es, también, hacer de la necesidad virtud. Aunque calificar a Duchamp de pintor tiene algo de boutade (de broma irónica, muy francesa y muy duchampiana) que viene a sumar más lecturas sobre su obra haciendo hincapié en los años en París, en su formación y su relación con las vanguardias pictóricas; con el grupo de cubistas que formaban Gleizes, Léger y sus hermanos. También pensando en su producción, no ya como un artista del siglo XX, sino casi del XIX, por esa fijación en la manualidad y la minuciosidad (los aparatitos, maquetas y cajas), por el olor a trementina de tanta pintura e incluso a naftalina, de notas, dibujos o rastros. Detalle de La Mariée, 1912
El primer acierto está en el despliegue de piezas y de documentos que rodean y contextualizan las obras de Duchamp, que ha supuesto un trabajo de investigación importante. Es conocida la relación del artista con la literatura (siempre reveló que sus influencias estaban más en Raymond Russel o Mallarmé que en otros artistas) y la fascinación compartida con Picabia y el Futurismo por las máquinas y el movimiento. Todo ello está en la exposición con referencias a obras de Picabia; sus hermanos Villon y Duchamp-Villon; Léger y Brancusi; las fotografías descomponiendo el movimiento de Nadar; el poeta Lafarge o las Impresiones de África de Russel (auténtica máquina soltera precursora del Gran Vidrio). También aparece en relación a otros artistas más complejos como Odilon Redon, que implican una relectura de la manera de entender las vanguardias como sucesión de ismos: incluso para ello Duchamp es útil.
Más compleja, sorprendente y atrevida es, al principio de la muestra, la proyección de algunos cortos de cine libertino de 1900 basados en el tema de la novia desnudada enfrentados a figuras de títeres de ferias de principios de siglo, como fuentes que inspiraron a un Duchamp todavía adolescente los temas fundamentales de su vida. De la misma manera, la exposición subraya otros episodios por los que habitualmente se sobrevuela, como su trabajo en la biblioteca de Sainte-Geneviève, justo antes de salir de Francia, donde los estudios de geometría le empujan hacia una pintura de precisión que, de hecho, implicará el principio del famoso asesinato de la pintura.
El segundo gran acierto de la retrospectiva, al margen de que busque destacar al Duchamp pintor o de que se espere un reencuentro imposible con el anti-artista, es que ofrece una oportunidad única para ver una serie de obras que nunca salen de Filadelfia o del MoMA de Nueva York, como los cuadros de La Mariée, el Nu descendant un escalier o un Jeune homme triste dans un train. Aunque Tu m', la pintura alargada para la librería de Katherine Dreier, es la gran ausente. También podemos ver, entre las que hacen las delicias de los exégetas, un cuadro que es una pista para un juego de carreras de caballos con miniaturas de su hermano Raymond; un folio con un esquema del Gran Vidrio, o el impresionante pequeño cartón con un molinillo de café dibujado, auténtico origen de todos los problemas: la precisión, las máquinas y el onanismo.
Detalle de Étude pour la Broyeuse de Chocolat N°2, 1914
Más allá de la exposición, también hay un Duchamp por el que se pasa tan de puntillas como por los ready mades. Es el que acepta las réplicas, el que declara que cualquiera puede repetir sus propuestas; el que abre puertas que lo relacionan con el Do it Yourself, con Creative-Commons, con la disolución del autor y de la obra única. Frente a ello, el Pompidou apuesta por la obra única y al aura, desvelándonos un Duchamp reaccionario inimaginado hasta ahora. Pero siempre hay algún cabo suelto, algo que se escapa. Al fin y al cabo, Duchamp es irreductible. Y es que quizás la pieza más interesante, por rara, insólita, poco conocida y poco expuesta, no es de Duchamp, ni siquiera de un artista, es de un crítico de arte, el sueco Ulf Linde: se trata de la reproducción escala 1/10m y en perfecto funcionamiento de la obra póstuma de Duchamp, Étant donnés.