Las cinco joyas de William Kentridge
Cinq Thèmes.
16 julio, 2010 02:00Portage, 2000.
La obra de este artista, marcada por el apartheid, cuestiona con sutilidad las nociones de igualdad, justicia y responsabilidad en las salas del Jeu de Paume de París.
Adscribir la obra de Kentridge al campo de la animación sería simplificador. Un trabajo como 7 Fragments for George Méliès, uno de los cinco "asuntos" de los que consta esta exposición, ofrece indicios de una verdad incontestable: todo empieza y termina en el teatro. Ese divagar previo antes mencionado, la necesidad de pulsar el espacio en el que ocurre el arte, constituye la iconografía central de la obra, un homenaje a ese gran explorador del primer cine en el que el estudio es un escenario y la coreografía la acción misma de trabajar. En una multiproyección de nueve pantallas (a los siete fragmentos se unen otras dos películas), Kentridge, omnipresente, hace y deshace, saca "la línea a pasear", arranca papeles en los que ha dibujado un autorretrato y los vuelve a unir, ralentiza y acelera la cadencia fílmica, retrocede e insiste en lo ya mostrado... Son situaciones que a un mismo tiempo recuerdan al slapstick de los años veinte y descubren un interés profundamente analítico por la naturaleza del medio cinematográfico. 7 Fragments… es una celebración del estudio como lugar esencial del arte, un trabajo que hoy nos resulta deslumbrante pero que en su estreno, en 2003, se percibió como una rareza, pues poco tiene que ver con el que ha sido asunto vertebral de su trabajo durante más de dos décadas, la situación de un país, Suráfrica, del que nunca se fue ni se irá, que a mediados de los ochenta se desangraba en sus años más dantescos de segregación racial, un tema tratado de un modo admirable en sus 9 Drawings for Projection.
Realizado entre 1989 y 2003, 9 Drawings for Projection es un ciclo de nueve cortometrajes de animación en el que examina el conflicto desde un profunda vocación narrativa. Lo hace a través de dos personajes de ficción, Soho Eckstein y Felix Teitlebaum. El primero es un gordo sudoroso y cabrón, un cacique trajeado y déspota. El segundo, un pobre hombrecillo que siempre está desnudo. Soho, el personaje más desarrollado, el gestor del horror, construye un imperio desde el sometimiento, pero en Sobriety, Obesity & Growing Old, la cuarta entrega de la serie, de 1991, ve descomponerse su poder en clara referencia al fin del apartheid. Kentridge no se lava las manos y su centralidad es encomiable pues decide situarse en el ojo mismo del huracán al reconocer que Soho y Felix han sido modelados a su imagen y semejanza, y que en su propia personalidad hay mucho de ambos. Hay más personajes que no tienen nombre y que son igualmente cruciales: el pueblo surafricano, personificado en una enorme masa abstracta y negra que se mueve densamente entre las diferentes escenas, y la roca, metáfora del conflicto, cuya sombra se cierne turbadoramente sobre la acción.
Kentridge acude aquí a sus fuentes predilectas: el periodo revolucionario soviético, el constructivismo y Malevich, la sátira alemana de Beckmann, Dix y Grosz, el surrealismo y el cine, la arquitectura y la experiencia modernas… A través de ellas construye personajes de perfil frío y miserable que encarnan la vileza y la infamia en un escenario de paisajes desvencijados. En Ubu and the procession, otro de los "asuntos" de la exposición, destaca el filme Ubu tells the truth, que parte del Ubú Rey de Alfred Jarry, aquel tirano de ambiciones ilimitadas. Soho y Ubú están cortados por el mismo patrón y son paralelos en el tiempo. Significativamente, Kentridge vuelve a servirse de su propia imagen para modelar el personaje de Ubú. Los trabajos pertenecientes a esta serie ofrecen una mayor versatilidad formal en la que prima el collage. Y en lo narrativo se impone una comitiva de sombras, la masa oscura que pasea su tragedia en frisos sobrecogedores.
Ya en el tramo final del recorrido se encuentran los diseños para las escenografías de La flauta mágica y La nariz, los dos últimos asuntos de la exposición. Son trabajos también importantes, sobre todo la de Shostakovich, que permite a Kentridge explorar el marco fascinante de la Rusia posrevolucionaria. Pero son algo menores a lado del corpus tremendo de sus trabajos sobre la Suráfrica del apartheid, uno de los proyectos más sólidos y conmovedores de las últimas décadas.