Interior del Memorial de Nantes de Julián Bonder y Krzysztof Wodiczko. Fotografía: Philippe Ruault
Julián Bonder, autor junto a Krzysztof Wodiczko del Memorial de la Abolición de la Esclavitud en Nantes, expone en sus reflexiones asuntos tan importantes como frecuentemente soslayados: la naturaleza cívica del monumento y la condición silenciosa de la memoria.
El Memorial nació con un gesto atrevido: el del artista polaco Krzysztof Wodiczko (1943), quien propuso un impuesto sobre la venta de azúcar y café que permitiese la creación de un archivo, de una memoria de la esclavitud. Bonder elogia el coraje de la ciudad para afrontar un pasado polémico, y entiende su proyecto "como un instrumento para el combate continuo y el debate; si el trauma puede curarse a través de la discusión, quizá tenga utilidad". Este planteamiento es contrario a la memoria desactivada, higiénica, que en ocasiones prevalece en las intervenciones contemporáneas sobre los lugares menos nobles de nuestras ciudades. El arquitecto no alberga esperanzas buenistas sobre su efecto, sino que confía en su función social como espacio de duelo o reflexión, pero nunca como panacea.
Algunos significados ofrecen líneas coherentes de actuación. "Monumento viene del latín monere, que no sólo es recordar, sino advertir: me interesa la monumentalidad como cualidad evocativa de los lugares" dice Bonder, quien aborda en su trabajo la relación entre memoria, espacio público y trauma. "¿Podemos acercarnos al sufrimiento del otro sin intentar representarlo? Debemos posicionarnos como testigos, no usurpar su lugar. Los monumentos son testigos silenciosos de las historias".
La memoria y la acción ciudadana son, precisamente, vínculos con otros premiados en el certamen, como la recuperación del mirador del Turó de la Rovira, antigua ubicación de las defensas antiaéreas de Barcelona, o la mención especial a la acampada del 15-M. "Son proyectos especialmente relevantes porque implican que los ciudadanos entienden el espacio público como el lugar donde se discute la diferencia. Aquí, la ciudadanía transforma el lugar a través del diseño del programa".
Tras una época de signos visibles, groseros incluso, el zeitgeist nos obliga a poner en valor estructuras subyacentes. No sabemos cuanto llevará la transición, ni si nos quedaremos atrapados en la semántica o la arqueología, pero es un cambio duradero. Descubrir huellas invisibles obliga al debate, a que las sociedades maduren y afronten sus deberes cívicos. Esos que, durante un tiempo no tan lejano, quisieron evitar a toda costa.