Más allá del jardín y la piscina: 'Suburbia', la fascinante utopía distópica del sueño americano
La exposición del CCCB disecciona con audacia y mirada pop, el impacto de los suburbios de clase media entre finales del siglo XIX y la actualidad.
14 abril, 2024 04:31Coche, piscina y césped. Una serie infinita de casas, verde, tranquila y silenciosa. ¿Quién no ha deseado alguna vez el idílico sueño americano? Suburbia. La construcción del sueño americano es un apasionado recorrido sobre la historia cultural de este ideal de vida ampliamente difundido a través de la literatura, la televisión, la publicidad o el cine.
La exposición analiza los aspectos más controvertidos de un modelo urbanístico que ha se ha extendido más allá del territorio norteamericano instalándose por todo el mundo. Un paisaje tan fascinante como idéntico y monótono, situado entre ficción y realidad que se basa en tres sencillos conceptos: burguesía, naturaleza y seguridad.
El fenómeno Suburbia forma parte de un territorio que no deja de transformarse y expandirse desde la Revolución Industrial, donde se crearon las primeras utopías urbanas situadas a tan solo 30 minutos de la gran ciudad.
Un espacio apacible que sigue siendo el lugar ideal para ver crecer a los niños, pero también un sistema basado en constantes desplazamientos en automóvil tan contaminante como insostenible. Por ejemplo un suburbio de Nueva Jersey puede contaminar más que todo el Lower Manhattan.
La muestra, que se podrá visitar hasta el 8 de septiembre en el CCCB de Barcelona, supone una ambiciosa producción propia dirigida por Jordi Costa y comisariada por el periodista y crítico de cine Philipp Engel, que recorre la historia y el impacto en el imaginario artístico y cultural de los suburbios de clase media entre finales del siglo XIX y la actualidad.
"Hemos querido ir hasta los inicios del siglo XIX, cuando las clases adineradas y la posterior revolución que implica el ferrocarril y el tranvía les permiten ir hacia las afueras de las grandes ciudades y fundar los nuevos lugares en los que vivir", describe el comisario de la exposición.
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Un sueño americano, altamente segregacionista, en el que gran parte de la población blanca escapa de las ciudades en busca de “una casa con garaje, con césped, y piscina donde no haya emigrantes, donde no haya epidemias, donde no haya delincuencia, ni prostitutas; donde no esté, en definitiva todo lo que ellos consideran maligno de la ciudad". De hecho, "el primer suburbio fue Brooklyn!’", sentencia Engel.
Y es que Suburbia. La construcción del sueño americano tiene mucho de estudio antropológico. A través de su variadísimo material la exposición explora con audacia y mirada pop los aspectos fundamentales de este ideal de vida adoptado en todo el planeta.
Desde cuadros del siglo XIX, pasando por la presencia de un flamante Ford T (el primer automóvil producido en serie), hasta esculturas recientes que evocan el colapso del modelo urbanístico e incluso la reproducción de un pequeño refugio nuclear.
Ambiciosa y multidisciplinar, Suburbia. La construcción del sueño americano reúne un ecléctico catálogo de obras de creadores como Thomas Doyle, Matthias Müller, Blanca Munt, Jessica Chou, Gerard Freixes, Benjamin Grant, Alberto Ortega, Bill Owens, Amy Stein y Angela Strassheim, entre otros.
Boom y Baby-Boom
El regreso masivo de los soldados que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, permitió, con la gran cantidad de créditos concedidos por el estado, la proliferación de los primeros suburbios masivos a lo largo del país.
"En ese momento surgen las grandes promociones de casas unifamiliares asequibles tipo Levittown o Forest, ambas situadas en el Estado de Nueva York, y en las que se llegaron a fabricar en poco tiempo residencias para 80.000 personas", comenta Engel.
Ese sueño americano implantado por el presidente Roosevelt, y que tan bien quedaba ilustrado por Norman Rockwell en sus tiernas estampas de un mundo perfecto, trajo consigo el baby-boom, que se produciría en el interior de once millones de viviendas unifamiliares con aquel paisaje estandarizado en el que las mujeres esperaban a sus maridos con un Martini en la mano y todos celebraban alegres barbacoas los domingos.
El esplendor de los años 50 presentaba su primera estampa idílica (y contradictoria) con los primeros commuters (viajeros diarios al trabajo) que iban y venían del centro de la ciudad a sus casas de la periferia mientras sus mujeres, toda una generación femenina, que había conseguido conquistar el voto y la formación universitaria por derecho propio, quedaban relegadas al papel de amas de casa atrapadas entre los primeros y revolucionarios avances tecnológicos domésticos presididos, por supuesto, por su flamante televisor. Una jaula de oro aparentemente confortable, pero muy frustrante a la vez.
El libro La mística de la feminidad (1963), de la activista Betty Friedan, refleja perfectamente este desengaño al que identificó como “el problema que no tiene nombre” y que a menudo acababa manifestándose en neurosis, ansiedad, alcoholismo o incluso suicidio.
El (fascinante) reverso del famoso sueño americano
Sagazmente diseñada y jugando muy bien con los espacios expositivos, la muestra conjuga todo tipo de objetos e imágenes para realizar una radiografía de esa nueva cultura que anunciaba confort pero que también podía llegar a ser muy inquietante.
La serie de perturbadoras fotografías de Gregory Crewdson, en las que vemos a Julianne Moore, Tilda Swinton, William H. Macy y Philip Seymour Hoffman, en inquietantes instantáneas dentro de una casa suburbial, junto a las postales distorsionadas y surrealistas de la fotógrafa polaca Weronika Gęsicka reflejan perfectamente la cara oculta del modelo residencial en clave de gótico suburbano actualizado.
La presencia de Todd Solondz, el ácido e irreverente director de Happiness que ha basado su filmografía en esa pesadilla latente bajo el inmaculado césped recién cortado de las urbanizaciones, así como también las distintas ediciones del impresionante foto-libro de Bill Owens, pionero del retrato suburbial y publicado en 1972 con el mismo título que la exposición y las distópicas y "colapsadas" maquetas del escultor Thomas Doyle sugieren con poderoso discurso artístico la trastienda emocional que subyace tras el decorado prefabricado norteamericano.
Norteamericano bueno, norteamericano malo
La llegada del hedonismo propio de la conservadora era Reagan, trajo consigo las McMansiones, unas obscenidades arquitectónicas formadas por todo aquello que sea necesario para conferir un buen estatus económico: columnas corintias, vestíbulos de dos plantas que recuerdan más a un centro comercial y una acumulación de tejados que parecen amontonarse sin criterio sobre si mismos.
Casas de dimensiones grandiosas, de 1.500 metros cuadrados y hasta tres millones de dólares que suelen alojar varios coches y que acaban representando una gigantesca oda norteamericana al mal gusto.
‘’La McMansión supone alta y baja arquitectura al mismo tiempo: alta porque está construida por las clases dominantes de Estados Unidos, y baja porque ha sido creada y montada por promotores y constructores en lugar ser diseñadas por arquitectos’’, explica Phillip.
Una arquitectura hostil y competitiva que también toma, sin pudor alguno, elementos de mansiones del pasado como las de los dueños de esclavos del sur estadounidense pero en inminente versión ochentera.
Durante los siguientes años, mientras van proliferando urbanizaciones a lo largo y ancho del país formadas por sus distintas y exclusivas comunidades etnográficas, el miedo se acaba instalando paulatinamente en estos barrios debido a la inherente inseguridad paranoica que generaba este modelo aislacionista, dando lugar a familias enteras armadas hasta los dientes gracias a la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana. "La idea que mantienen es que a un norteamericano malo con armas solo puede pararlo un norteamericano bueno con (más) armas". reflexiona Engel.
Made in Spain
Viajando hacia atrás en el tiempo, la primera gran ola de urbanismo disperso llegó a la península a mediados de los sesenta cuando empezaron a proliferar las segundas residencias cerca de las grandes ciudades.
La posterior aparición de la casa adosada en los años ochenta (nuestra versión patria, mas ajustada y comprimida) finalmente acabó convirtiéndose en la primera residencia de muchas familias españoles. Entre 1985 y 2005 se llegó a construir al imparable ritmo de una casa unifamiliar cada hora.
El sueño americano se convirtió también en el sueño catalán y madrileño así como el de muchas partes de Europa, siempre "con las ventajas del campo, y las comodidades de la ciudad” muy presentes.
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Desde entonces, el tejido suburbano, del que también forman parte centros comerciales, multicines, restaurantes de comida rápida y conglomerados de franquicias, no ha dejado de expandirse por nuestra geografía. Y lo que queda.
De cualquier forma, la vivienda unifamiliar, con su jardín particular, no ha perdido un ápice de su poder de seducción utópico, y mucho menos después de la reciente pandemia.
Y es posible que sea precisamente esa ambivalencia, entre la utopía y la distopía, lo que hace que el concepto Suburbia sea tan magnético para la mirada artística y nos plantee un estimulante ejercicio de crítica y reflexión acerca de su (difícil) sostenibilidad.