Este es el Andy Warhol del futuro y el adivino de nuestro presente
¿Es el artista estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo XX? Una exposición en Dublín, nos invita a considerar qué aspectos de su trabajo pueden ser más relevantes en la actualidad.
28 diciembre, 2023 01:35Sigue en boga: dos series de televisión (Netflix, BBC), una obra de teatro, la monumental biografía de Blake Gopnik (Taurus), un récord absoluto en subastas (195 millones $)… Pensarán, con razón, que popularidad y especulación no equivalen a aprecio crítico pero lo cierto es que Andy Warhol (Pittsburgh, 1928 – Nueva York, 1987) es también objeto de nuevos enfoques curatoriales que destacan sus aportaciones artísticas más allá de su consideración como banal, venal y trillada estrella del Pop.
Cuando en 2018 el Whitney Museum abrió la primera retrospectiva ambiciosa, desde 1989, del artista en Estados Unidos, lo trajo al presente subrayando cómo expresó el deseo, la fascinación por la violencia o la necesidad de camuflarse, y valorando sus innovaciones en el cine y la televisión.
En 2020, la Tate Modern (con el Museum Ludwig y la Art Gallery of Ontario) montó otra gran exposición con tres ejes: su condición de inmigrante, su homosexualidad y la recurrencia de las imágenes mortuorias o religiosas.
En ese mismo año, el MUMOK de Viena exploró la dimensión instalativa de su trabajo reconstruyendo algunos de sus montajes y el Art Institute of Chicago le presentó como artista experimental.
La Hugh Lane Gallery se suma a esas revisiones recientes del legado warholiano y propone una lectura equilibrada de los aspectos que en la actualidad más pueden interesarnos en él.
Con 250 obras e importantes préstamos, la muestra constituye toda una proeza para un museo mediano sostenido por el Ayuntamiento de Dublín, que cuenta con una interesante colección de arte moderno irlandés y dos grandes atractivos: el conjunto de hermosas obras impresionistas que dejó su fundador, el adelantado marchante Hugh Lane, y los contenidos íntegros del legendario estudio de Francis Bacon en Londres, donado en 1998 por el heredero del artista y reconstruido aquí con fidelidad arqueológica.
Su directora, Barbara Dawson, y su jefe de exposiciones, Michael Dempsey, han hecho un trabajo muy serio para identificar esas cuestiones hoy relevantes y estructurar en base a ellas el montaje. Lean todo lo que sigue teniendo en mente nuestra experiencia contemporánea, determinada por una iconosfera lujuriante, un narcisismo desatado, la obscenidad mediática y el embotamiento frente a la violencia.
Con 250 obras e importantes préstamos, la muestra constituye toda una proeza para un museo mediano y municipal
Tras atravesar una recreación de Silver Clouds, que hizo para la galería Castelli en 1966, y conocer al joven Warhol a través de un estupendo conjunto de dibujos en los que definía su identidad como persona y como artista, el primer ámbito hace énfasis en el “consumismo como religión”: Warhol elige con tino productos que él mismo re-produce en serie con dinámica industrial (Brillo Boxes, Campbell Soups) recurriendo a la serigrafía, técnica comercial.
El icono (las imágenes con mayor circulación, Marilyn Monroe, Mao, Liz Tayor) y el símbolo (dólar) se convierten en mercancía. Las Flores son una letanía con variaciones ad nauseam. La efigie del propio artista, santo para el culto moderno, es también un consumible (excelente sala de autorretratos desvaídos). Warhol no va haciéndose: explota. En muy pocos años, entre 1962 y el atentado que casi acaba con él en 1968, formula casi todas sus mejores invenciones.
[Warhol o el error en la cadena de montaje]
Es magnífica la pequeña sala con pinturas plateadas, paradójicamente lúgubre, en la que ensaya con el negativo, la multiplicación y la dificultad de lectura de la imagen, siempre apropiada. Excelentes también las que muestran la América más siniestra: la de la pena de muerte (silla eléctrica), la pasión por las armas (pistolas), el suicidio y el asesinato (Jackies).
Afirman los comisarios que, aunque Warhol nunca tomó partido, supo señalar los problemas que definieron una época y se erigió en algo así como “pintor de historia”.
Los infinitos retratos de la alta sociedad se han dejado fuera, al igual que las series más “homoactivistas”, como sus Most Wanted Men o sus Ladies and Gentlemen (trans), y su protagonismo en el underground.
Pero no deja la exposición de citar las colaboraciones tardías con Basquiat o Clemente, y de recordar la visionaria asimilación que hizo el artista, siempre atento a las nuevas tecnologías, de las revistas populares (Interview) y la televisión (Andy Warhol’s T.V.), con un breve y expresivo muestreo que nos incita a explorar los locos programas que produjo.
Es más conocido su cine experimental que, junto a los retratos videográficos –entre los que figuran los de Dalí y Duchamp, dos de sus “faros”– se despliega de manera muy atractiva en las salas más antiguas del museo.
Y añade un capítulo exclusivo que da sentido a este desembarco warholiano en Dublín: documenta la relación, mediada por el fotógrafo Peter Beard, entre Francis Bacon y Andy Warhol, dos personalidades absolutamente opuestas que supieron ver, uno en otro, la afirmación radical de una visión y un lenguaje.