En 1997 había llegado al mercado la primera cámara digital no profesional con resolución aceptable (1 Mpx), pero solo a partir de 2002, cuando los teléfonos móviles incorporaron cámaras y cuando las redes (Facebook en 2004, Twitter en 2006 y, sobre todo, Instagram en 2010) se inundaron, en una ola de narcisismo desatado, de imágenes personales que pronto aprendimos a tratar con software de edición y filtros, se convirtió la fotografía en el gran campo de interacción social.
Todo esto tuvo un efecto sobre la producción y la circulación de la fotografía artística pero también incidió en su recepción. Hacer tantas fotos ha cambiado nuestra relación con las imágenes, que consumimos compulsivamente pero que también, en muchos casos, sabemos degustar.
El sistema del arte ya no tiene ni el más mínimo problema para asimilar las obras fotográficas, algo que aún preocupaba a finales del siglo pasado. Pero su inserción es capilar: aunque sigue habiendo “fotógrafos”, casi todos los artistas usan la cámara con uno u otro fin y según convenga a un proyecto.
El sistema del arte ya no tiene ni el más mínimo problema para asimilar las obras fotográficas, algo que aún preocupaba a finales del siglo pasado
La fotografía es mestiza pero perviven algunas singularidades. Tenemos salas que la exhiben en exclusiva como el Canal de Isabel II, Foto Colectania, el Centro Andaluz de Fotografía o el Centro de Fotografía Isla de Tenerife, o le dedican una parte significativa de la programación, como La Virreina, Mapfre, o el Museo Universidad de Navarra. Y hay que aplaudir la ambición de la Colección Ordóñez-Falcón, que ha hecho depósitos y donaciones en distintos museos.
Todas han contribuido a reforzar la dimensión patrimonial de la fotografía: se han puesto en valor autores y archivos históricos pero aún queda mucho por hacer y está por ver qué capacidad tendrá en este sentido el proyectado museo nacional en Soria.
En consonancia con esa hibridación quedan pocas galerías que venden solo fotografía. Cerraron las pioneras Kowasa y Visor pero mantienen el tipo Spectrum Sotos, Blanca Berlín, Cámara Oscura o Juan Naranjo.
El mercado no acepta la desmaterialización digital de la imagen: quiere soporte físico y los NFT no han sido más que una anécdota. Las ferias especializadas, DFoto (San Sebastián) o MadridFoto (Madrid) tuvieron corta vida, al igual que premios con gran eco como el Purificación García, mientras que siguen activos el Pilar Citoler o el de la Fundación Enaire. Los festivales o bienales han hecho mucho por la popularización de la fotografía, con PHotoEspaña a la cabeza.
Han sido años en los que la fotografía más clásica ha mantenido su atractivo, como demuestra el éxito de Cristina García Rodero, Chema Madoz, Alberto García-Alix o, en una vena más metafísica y conceptual, pero en el campo artístico ha dominado el cuestionamiento del propio medio desde distintos frentes.
Thomas Ruff, fotógrafo experimental por excelencia, ha problematizado diversos géneros y tecnologías de visión, y Joan Fontcuberta ha profundizado en las paradojas de la postfotografía, en la que la verdad es solo una opción; en dirección similar, Jeff Wall, Thomas Demand o Vik Muniz han brillado en la llamada “fotografía construida”.
Uno de los asuntos clave en el arte reciente, el archivo, se ha infiltrado en los trabajos de Zoe Leonard, Jorge Ribalta, Xavier Ribas o Juan del Junco.
Nan Goldin, con creciente repercusión social, ha empuñado la bandera de “lo personal es político” y ese componente autobiográfico de la fotografía ha transfigurado la obra de los maestros-pintores Darío Villalba y Luis Gordillo.
[Teresa Solar y Juan Luis Moraza: museos, mercado y escultura política]
Isidro Blasco o Miguel Ángel Tornero han fragmentado y dado volumen a las imágenes, mientras que Bleda y Rosa, Montserrat Soto o José Guerrero han transformado la representación de espacios y paisajes.
La fotografía sirve a una narrativa que disecciona procesos históricos o sociales en las obras de Rosell Meseguer, Linarejos Moreno, Cristina de Middel o Laia Abril, última ganadora del Premio Nacional. Y adquiere un factor performativo en las de Sophie Calle, Cindy Sherman, Santiago Sierra o Pilar Albarracín.
Han puesto sobre la mesa cuestiones de identidad cultural, raza y de género Graciela Iturbide, Zanele Muholi o Carrie Mae Weems, pero el mercado ha premiado la frigidez de Andreas Gursky o Candida Höfer.