Sebastião Salgado y la asfixiante belleza de la selva, en blanco y negro
El Centro Fernán Gómez ha organizado una exposición sorprendente, en la que las fotografías flotan como el propio bosque. Todo es cautivador, emocionante y más que maravilloso.
28 septiembre, 2023 02:48Le digo a un amigo que voy a ver una exposición de Salgado titulada Amazônia y me mira enarcando las cejas: “¿Más de lo mismo? Bueno, como los pintores, a partir de un momento no les saques de sus temas”. Después de la visita, le he llamado para decirle que vaya a verla.
Sebastião Salgado (1944), que trabajaba en África como economista, decidió dedicarse a la fotografía con casi treinta años. Y, efectivamente, lleva toda una vida fotografiando –con una Leica y en blanco y negro– las condiciones de vida de los habitantes de países pobres: su entorno natural, sus forzadas migraciones, sus trabajos en situaciones de extrema dureza. Ha sido en ocasiones criticado (Susan Sontag) por “estetizar” y por tanto hacer estas más aceptables. No es momento de discutirlo, pero todos sabemos que horror y belleza no se excluyen.
Vuelvo a Salgado: ha obtenido todos los premios de fotografía imaginables y, en 1998, puso en marcha con su esposa (y comisaria de esta exposición), Lélia Wanick, el Instituto Terra, que ha regenerado un bosque subtropical de 300 hectáreas en la Mata Atlántica brasileña. Sirva lo dicho para argumentar su compromiso con los paisajes y las poblaciones más vulnerables.
En la penumbra de la sala, las grandes fotografías en blanco y negro flotan como la misma floresta y sus vapores
Pero incluso en ese contexto, Amazônia es una exposición especial. Por dos razones: lo sistemático del planteamiento y el notable montaje. Porque se recorren ordenadamente territorios, meteorologías y habitantes. Y porque las 200 fotografías se organizan de forma que la acumulación de imágenes de árboles, cielos y ríos consigue ser tan laberíntica y asfixiante, como la misma selva.
Y en su centro surgen estancias que evocan las de sus habitantes, donde se reúnen las fotografías de los distintos grupos humanos. También vídeos en los que los líderes de las tribus hablan de su modo de vida y de las amenazas a las que se enfrentan. Hay siete películas y, en la sala, suena un intermitente y sutil paisaje musical, compuesto por Jean-Michel Jarre a partir de sonidos de la selva amazónica.
La extensión de la Amazonia supera a Europa. El río Amazonas la recorre alimentado por más de mil afluentes y vierte diariamente en el océano Atlántico el 20% del agua dulce del mundo. Está poblada por unos 500 mil millones de árboles, cuya evapotranspiración lanza cada día a la atmósfera 20.000 millones de toneladas de agua, dando lugar a los Ríos Voladores.
Está también el mayor archipiélago de agua dulce del planeta, el Anavilhanas, formado por alrededor de 400 islas. Y, menos conocidas, se elevan majestuosas montañas cubiertas de selva o mesetas semidesérticas. Si la naturaleza es descomunal, igualmente impresionantes son los seres humanos que la habitan.
[Sebastião Salgado, la cámara de Dios]
En la penumbra de la sala, las grandes fotografías (impresiones digitales en blanco y negro) flotan como la misma floresta y sus vapores. En realidad, solo desde el cielo se puede contemplar la selva. La minuciosa y exuberante vegetación limita la visión a pocos metros. Los niños mofletudos, las jóvenes gráciles, los cazadores atléticos, las ancianas de mirada indescifrable plasman un mundo ajeno al nuestro y sin embargo, igual de humano.
Sus habitantes poseen un saber tan sofisticado como para vivir por generaciones donde ni usted ni yo sobreviviríamos un día. Cuando llegaron los portugueses había en este territorio alrededor de cinco millones de habitantes. Hoy no pasan de 370.000, que forman 188 grupos tribales con 150 idiomas diferentes. Diezmados por enfermedades, arrinconados por campesinos, mineros y madereros, han contado con un relativo reconocimiento y con un apoyo que en las últimas décadas es cada vez más consistente.
Hay aquí maravillosas fotografías de las comunidades del Territorio Indígena Xingu, la primera gran reserva. También de miembros de otros grupos: Awá-Guajá, Zo’é, Suruwahá, Marubo, Macuxi y Yanomami. Las y los retratados aparecen con su nombre completo, a diferencia de la típica fotografía etnográfica, que les mostraba como especímenes y no como personas.
También me parece un acierto que, en lugar de reflejar el deprimente espectáculo del deterioro ambiental que produce nuestra civilización, se nos muestre lo que aún podemos proteger. Y que es cautivador, emocionante y más que maravilloso.