Cuando Jaume Plensa (Barcelona, 1955) habla de su obra –y sin duda se expresa con una singular capacidad de seducción– la sitúa en una tradición del arte trascendente: la escultura como exploración del yo interior, como aproximación a lo invisible y lo profundo, como diálogo con los arcanos. No es el único. Tàpies, Palazuelo, Joan Ponç, Zush/Evru, por citar solo a artistas de nuestro entorno, se identifican, desde diferentes sensibilidades, con estos principios e ideas.
Hay quien replicará irónicamente que cómo se puede explicar el secreto del universo con cuatro simples brochazos, pero en el arte contemporáneo existe todo un enorme caudal que, desde el reduccionismo o la expresividad, busca una suerte de espiritualidad. Desde esta perspectiva, el arte se manifiesta como un objeto de poder u objeto mágico, al igual que pueden ser los iconos o los talismanes.
No es extraño que Plensa haya intervenido o buscado –sin ser del todo consciente– entornos singulares donde presentar su obra, tales como lugares de culto. Más que las salas asépticas de un museo, este es el espacio ideal –el espacio sagrado– para las inquietudes del escultor, pues aquellos ambientes dotados de energía dialogan con su propia obra.
El espacio expositivo se ha expandido y el propio edificio que acoge a Plensa se transforma en escultura
Este es también el caso de la presente exposición, que ocupa no solo la sala de exposiciones habitual de la Pedrera, sino que se extiende por todo el edificio de Gaudí, desde la fachada a los patios interiores y la azotea. El espacio expositivo se ha expandido: el propio edificio que acoge a Plensa se transforma en escultura y su obra, integrada en la arquitectura, deviene algo mágico, “sobrenatural”, tal y como el escultor ha definido el edificio del arquitecto modernista.
Una monumental escultura que representa una cabeza de mujer con los ojos cerrados da la bienvenida al visitante en la calle. Esta figura femenina de ojos entornados, o la variante que porta los dedos a los labios para pedir silencio, será el leitmotiv de la muestra, una invitación al silencio y a la contemplación interior.
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La exposición, que llega a Barcelona desde la sede valenciana de la Fundación Bancaja, aglutina más de un centenar de obras que van desde finales de los años ochenta hasta piezas de recientísima producción. No hay duda de que se trata de una gran retrospectiva que ofrece una mirada global del trabajo del escultor, de sus diversas etapas y de los temas que le han obsesionado.
Muchas lecturas son posibles, pero acaso una cita del mismo Plensa en uno de los vinilos de la muestra puede servirnos de llave para introducirnos en su singular universo: “La escultura es un problema de energía”: esta energía, por ejemplo, se manifestaba en los años noventa en un trabajo brutalista con la materia y en piezas que aludían a formas totémicas, como en el caso de las contundentes obras en bronce Brothers, Fathers o Mothers de 1990.
Con el discurrir de los años, Plensa ha ido incorporando nociones extrañas a la tradición de la escultura, es decir, que van más allá de los principios de masa, vacío/lleno, tridimensionalidad, etc. sumando, por ejemplo, la transparencia, la luz, el sonido, las letras... Pero estos elementos continúan siendo expresión y metáfora de la energía.
En este sentido, son significativas piezas como Why Is the Evening Cool (1998), que consiste en un cubo realizado con resina de poliéster trasparente iluminado interiormente y sobre el cual se acuñan letras y frases. O Sitting Tattoo XI (2008), que representa una figura sentada alumbrada por una luz interior y cambiante y cuya superficie está “tatuada” de palabras.
Su obra seguirá un proceso de depuración de la materia a la búsqueda de esa energía, como si se tratara de un moderno Miguel Ángel tallando el mármol hasta encontrar el “alma” de la piedra. El trabajo del escultor –al menos, en el caso de Plensa– es expresar el espíritu, lo invisible a través de una materia que deviene energía. Falta por saber la naturaleza de esta energía.
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En algunas obras de pequeño formato se alude claramente al sexo, como Still Life, S. Freud o Extermination, todas ellas de 2002. Su inclusión en el recorrido de la exposición introduce nuevos significados. Se diría que la energía –y la poesía– que aflora en Jaume Plensa también está impregnada de lo telúrico, lo carnal y de las pulsiones vitales.