“Caravaggio es un invento moderno”, sentencia Artur Ramon en el documentando prólogo del libro Caravaggio, del historiador Roberto Longhi (editorial Elba). Efectivamente, aunque en sus últimos y turbulentos años Michelangelo Merisi (1571-1610) gozaba de una reputación tal que pintores de toda Italia acudían a Roma a ver sus cuadros, al poco de morir su estrella se extinguió por completo.
Triunfó el gusto clásico frente al naturalismo, por un lado, y por otro, Bellori, un historiador corto de miras y Baglione, un pintor envidioso (aunque su primer biógrafo), desanimaron a los que aún se interesaban por él. Después de más de dos siglos de olvido, hubo que esperar a los grandes historiadores del XIX, Burckhardt, Riegl o Fry, para reevaluarlo bajo parámetros modernos.
Pero fue sobre todo en la Italia del neorrealismo, a mediados del siglo XX, cuando Caravaggio encontró una audiencia que se identificaba con él.
Roberto Longhi (1890-1970) desempeñó un papel fundamental en esa recepción entusiasta. Le dedicó una precoz tesis doctoral, le expuso en 1951 y le dedicó una monografía –este libro– al año siguiente. Pero todo esto es una historia ya sabida. Yo tenía interés en leer a Longhi por el placer de sumergirme en el texto de quien fuera un defensor del arte como expresión de una intuición lírica, “que conmueve emotivamente al intelecto, pues vincula sentimiento y sentido”.
Yo quería leer a Longhi para comprobar si era cierto que a través de sus páginas se podían ver los cuadros que describía. Y no hay muchas oportunidades de hacerlo, porque suyos sólo se han traducidos dos libros: Breve pero auténtica historia de la pintura italiana (1995) y, en la misma editorial que este de Caravaggio, su libro sobre Piero della Francesca.
Con un conocimiento exhaustivo de la pintura italiana, parece que Longhi nos estuviera contando su historia
Longhi es un historiador tradicional, que arma su análisis del artista sobre la trama biográfica y va desgranando luego obras, recepción y peripecias relevantes. Un planteamiento que en estos tiempos de Teorías de la imagen y Estudios visuales hace que se te caiga el libro de las manos… salvo si es de Roberto Longhi.
Y esto por dos motivos: tiene un conocimiento tan exhaustivo de la pintura italiana de la época que cita autores y situaciones como si nos estuviera contando su propia historia. Una desenvoltura un tanto alucinatoria en ocasiones, máxime cuando nos damos cuenta de que uno de los amigos asiduos de Caravaggio se llamó Onorio Longhi (sin relación genealógica con el autor).
Por otro lado, Longhi es un maestro absoluto de la écfrasis. Término horrible pero preciso: la descripción de una obra artística. Yo añadiría que la verdadera écfrasis es un arte (literario) acerca de otro arte (plástico). Por ejemplo, escribir (porque eres capaz de verlo) que en el cuadro Las obras de Misericordia: “La habitación oscura se muestra al anochecer en un cruce de calles napolitano, en medio del goteo de las sábanas lavadas de cualquier manera”.
Ah, un consejo: tengan al lado buenas reproducciones de los cuadros de Caravaggio, van a querer mirarlos en cada página.