Como huella del silencio en el confinamiento, nos ha quedado el eco de "la escucha" que hoy protagoniza la retórica de la política, también cultural, como inicio para el diálogo en un fórum compartido, más horizontal y democrático. Pero que a menudo apreciamos que se multiplica en cháchara abstrusa sin resultados. Más ruido. Mientras, se continúa subestimando la soledad en el aislamiento y la calma en el diálogo interior. ¿Cómo se leen los susurros?
Ahora que ha vuelto el ruido incesante, querría que se me leyera como un murmullo, un texto poblado de pausas en blanco, para hablar de la última exposición de Glenda León, El tiempo es un sonido que no escuchamos.
Una propuesta poética entre el sonido y el silencio que sumerge al visitante en un estado de conciencia sensible, a través de un conjunto de obras de carácter escultórico y performativo y una maravillosa serie de escuetos y muy elegantes dibujos.
[Glenda León, el sonido de las nubes]
La pieza más antigua, la escultura Ascensión silenciosa, una escalera con pentagramas girados como peldaños, nos recuerda que este interés por el sonido y el silencio le viene de lejos a la artista cubana Glenda León (La Habana, 1976), que comenzó su formación en el ballet clásico, y que en la 55ª. Bienal de Venecia de 2013 participó en el Pabellón de Cuba con con la pieza Música de las Esferas, una partitura superpuesta al sistema solar, donde cada planeta se convertía en una nota musical.
Dos años después presentaría en Matadero Madrid la inolvidable videoinstalación Cada respiro, con imágenes de la tierra, el cielo, el fuego, el bosque y el mar que, al ritmo de la respiración, evocaban nuestra comunión con el mundo en el que vivimos.
Este conjunto de obras escultóricas y la maravillosa serie de dibujos son una poética propuesta
En esta nueva serie, realizada en los dos últimos años, también el firmamento de Madrid, el mar y la lluvia se convierten en partituras, con cuerdas de violín, guitarra y clavicémbalo, que fueron interpretadas la tarde de la inauguración por el grupo Neopercusión.
Incluso el aleteo de una mariposa y de la pluma de un pájaro se tensan con cuerdas en un dibujo musical que desafía con intensidad nuestra sensibilidad háptica de mirar y escuchar que, en la tradición filosófica occidental que León estudió, nos lleva a un plano de ascensión vertical, de espiritualidad y de luz.
Mención aparte merece la pieza Escuchando la luna, con tambores muy artesanales de piel de vaca que recorren las fases lunares, insinuando los sonidos mudos nocturnos y la lentitud rítmica en la noche onírica y en duermevela, allí donde volvemos a ser pequeños y quedamos perdidos.
Como es pequeño el papel de nuestro yo en la inmensidad de la naturaleza, que Glenda León nos invita a escuchar. Para que no nos olvidemos, los títulos se incorporan en los dibujos de meandros, siluetas y ritmos de fenómenos y animales: "escucha las danzas de las abejas", "escucha las nubes", "escucha los delfines desplazarse", "escucha los ríos", "escucha los árboles", "escucha los relámpagos", "escucha las montañas", "escucha el camino de las hormigas" y "escucha las venas del cuerpo".