Más vale decirlo ya, no sea que luego me pierda en disquisiciones y me quede sin espacio: este es un libro extraordinario. En el doble sentido: por infrecuente y por excelente. No es común trenzar la propia biografía con un ensayo de largo aliento, como éste, aunque lo biográfico sea apenas un pespunte.
Un hilo conductor que se anuda sobre las visitas de Estrella de Diego (Madrid, 1958) al Museo del Prado, al cual este libro rinde un bellísimo homenaje. Como acto de gratitud, en definitiva, porque es “el museo de mi vida”, a pesar de que nos hablará de muchos otros, también reiteradamente visitados. Pero fue el primero y, como el primer amor, siempre conserva un brillo especial.
La vida de la autora ha discurrido a la par que sus visitas, empezando por las primeras, de la mano de su madre, firme y cálida, como se detendrá a recordar. A partir de ahí despega otro plano, el discurso propio de una historiadora del arte, feminista (pionera en los estudios de arte feminista en nuestro país) y cosmopolita, que al hilo de las obras expuestas en el Prado realiza toda una serie de lúcidas reflexiones.
Estrella de Diego aborda una serie de cuestiones previsibles, pero desde la esquina más seductora y menos previsible
La autora ha desarrollado una escritura que salta con asombrosa facilidad del presente contingente a la teoría, de lo que ve por su ventana a lo que vio por otra ventana o a lo que se ve por la ventana de un cuadro. El texto discurre con un rimo que llegamos a prever, marcado por una serie de estribillos: la mirada que no debe dar nada por hecho, la importancia de las exclusiones o el más repetido: “vuelvo al Prado para volver a mirar”.
Confieso también que la lectura me ha resultado por momentos perturbadora. Los recuerdos de la autora están cargados de melancolía. Las descripciones de un Prado semivacío y de un tiempo en que investigar significaba manejar cajones con fichas escritas a mano, me devuelven a mi propio pasado. Casi todo nos ha sucedido ya y la punzada del descubrimiento de la belleza se ha embotado con la repetición y el análisis ¿Es verme en ese espejo lo que me ha conmovido? Creo que no sólo.
A partir de las obras con las que tropieza en sus recorridos, Estrella de Diego aborda una serie de cuestiones previsibles, pero desde la esquina más seductora y menos previsible. Son asuntos que han estado siempre entre sus intereses. La cuestión de los géneros en la historia del arte, el tema de su primer libro, El andrógino sexuado (1992).
También la posición en nuestro canon visual (el del Prado) de las minorías raciales (afrodescendientes y moriscos), tan presentes en la sociedad española de los siglos XVI y XVII; la simetría entre géneros menores como el bodegón y las pintoras, que sólo como bodegonistas accedieron a las salas del Prado; la importancia de las traseras de los cuadros o las obras colgadas en una sala como discurso…
Pero hay una cuestión de la mayor importancia, donde la autora sigue mostrando intacta su lucidez y libertad de pensamiento. Y es en su crítica al “presentismo”, a juzgar obras y personajes del pasado con los valores del presente. Su análisis de la Historia del Arte de Ernst H. Gombrich, hoy tan denostada por la ausencia de mujeres, es muy revelador. Y disentir de los tópicos (esos que hasta ayer eran transgresores), es siempre síntoma de salud intelectual y valentía moral. Quizás es percibir hoy la escasez de ambas lo que en el fondo me entristece.