En una de las famosas entrevistas del crítico Gene Swenson para ARTnews en 1963 Andy Warhol da la clave sobre en qué consiste el arte pop. Warhol afirma: “Creo que todo el mundo debería ser una máquina. Creo que cualquiera debería ser igual a cualquier otro”. A lo que Swenson le pregunta: “¿En eso consiste el arte pop?”. Y Warhol asiente: “Sí, sí. El arte pop consiste en que te gusten las cosas”. A lo que Swenson replica “¿Y que te gusten las cosas es como ser una máquina?” “Sí –dice el artista–, porque en ese caso uno hace siempre lo mismo. Hace lo mismo una y otra vez”.
Warhol en una frase aparentemente ingenua aporta las claves de un movimiento artístico que nace en los años 50 conectando con el mundo real de tecnología y consumo, reconciliando el arte de vanguardia con las masas, reinventando la estética de la posmodernidad, retomando el arte figurativo desde la ruptura con el expresionismo abstracto, superando el concepto de pieza única a través de la legitimación de las técnicas de reproducibilidad industriales como la serigrafía, abriendo las puertas al reciclaje de imágenes y convirtiendo lo cotidiano, lo eternamente repetido –como así expresa su etimología “quotidies”, muchos días, cada día– en objeto de deseo artístico.
Otra repetición podría parecer también la de una nueva exposición sobre el arte pop inaugurada en Madrid en la planta baja de CentroCentro. The Pop Art Culture, un repaso por más de 120 obras originales, en su mayoría serigrafías, de cuatro autores claves en la gramática pop: Roy Lichtenstein, Robert Rauschenberg, Andy Warhol y Keith Haring producida por la empresa Evolucionarte.
La exposición, generalista en sus contenidos, sencilla en estructura, se convierte en una excelente introducción al arte pop para un público de todas las edades a la vez que exhibe algunas peculiaridades que merecen cierto detenimiento.
La primera sala de la exposición, la dedicada a Roy Lichtenstein (Nueva York, 1923-1977), contiene cartelería y algunas, pocas, piezas interesantes en las que despliega sus viñetas de cómic a gran escala, así como algunas portadas de las revistas que más le influyeron en sus dibujos, como las de Secret Hearts, en las que se inspiró para definir la estética de sus imágenes plagadas de clichés sobre roles de género.
La siguiente sala, la dedicada a Robert Rauschenberg (Port Arthur, Texas, 1925 – Florida, 2008), tampoco es muy extensa aunque alberga Pelican, su primer trabajo coreográfico en el que baila con patines y con un paracaídas a la espalda, un icono de la videodanza de los 60 del que desgraciadamente solo se exhiben 59 segundos.
Rauschenberg destaca por una producción crítica con el modelo de consumo norteamericano a través del collage, del que hay una buena representación.
Otra pieza interesante es Autobiography (1968), una crónica visual de su vida a través de tres litografías offset de gran formato en las que superpone una radiografía de su esqueleto sobre su carta astral, reproduciendo también símbolos recurrentes en su trayectoria como el paraguas y la rueda.
La exposición, generalista en sus contenidos, sencilla en estructura, se convierte en una excelente introducción al arte pop
En la de Andy Warhol (Pittsburgh, 1928 – Nueva York, 1987) lo tópico se vuelve lo menos destacable. Excelente dibujante, como así lo atestigua el retrato de Mao Tse-Tung que introduce el recorrido o la serie Flowers, serigrafías de dibujos de trazo fluido de gran formato y de gran libertad gráfica que comparten espacio con una de sus famosas Marilyns, un vestido de las sopas Campbell o sus icónicas portadas de discos de vinilos.
Como curiosidad una versión del retrato de la mártir Santa Apolonia de Paolo Ucello que recrea el lienzo original, en el que incluso imita el craquelado de la pintura.
Por último, la aportación más relevante, la de las salas de Keith Haring (Reading, Pennsylvania, 1958 – Nueva York, 1990). Activista social, icono del arte urbano, sus grafías son inconfundibles. La exposición presenta dos curiosidades. La primera son unas fotos del making of en las que Javier Porto, asistente del fotógrafo Robert Mapplethorpe, inmortaliza una sesión en la que Haring pintó el cuerpo desnudo de Grace Jones con sus característicos trazos de ritmo frenético en 1984 para la revista Interview.
La segunda es la serie con la que cierra acertadamente el relato expositivo: Apocalypse, siete maduras e imponentes serigrafías de colores planos y trazo ágil que recuerdan por momentos a El Bosco, a Walt Disney o a Joan Miró y que tratan temas universales, realizadas tras ser diagnosticado de VIH y en las que colabora con el escritor William Burroughs, quien aporta unos textos sobre el fin de la humanidad desde una visión catastrofista, aunque también esperanzadora.