Quién le iba a decir a Brigitte Benkemoun que la mala cabeza de su marido le iba a cambiar la vida. La historia es la siguiente: el marido de la periodista pierde su agenda, acude a una tienda Hermés a por una nueva pero le dicen que ya no se diseñan con ese mismo cuero. Benkemoun le insta a buscarla por eBay, la encuentra, paga los 70 dólares que cuesta y la recibe en casa. Cuando la periodista la abre se encuentra con un pequeño listín telefónico y un calendario de 1952. Hojea sus páginas y de pronto se detiene ante un nombre: Jean Cocteau. Con curiosidad, sigue pasando las pequeñas páginas por las que empiezan a desfilar Marc Chagall, Paul Éluard, André Breton, Balthus o Jacques Lacan. En seguida se da cuenta de que tiene entre manos “una agenda que había pertenecido a una persona importante de la segunda mitad del siglo XX”.
Benkemoun siguió interrogando aquel pequeño listín con ojos detectivescos y espíritu periodístico: ver anotado el teléfono de una peluquera le llevó a pensar que estaba ante una mujer, el de un enmarcador le hizo suponer que era pintora y dados los nombres propios consideró que era alguien del círculo de los surrealistas. Hubo un nombre que llamó su atención. Creyó leer 'Achille de Ménerbes' pero había algo que no terminaba de encajar hasta que un día cogió una lupa y se dio cuenta de que realmente decía “arquitecto de Ménerbes”. Aquello le puso sobre la pista de que aquella misteriosa mujer “debía tener una casa allí y que en algún momento necesitó un arquitecto”. De modo que Benkemoun tecleó el nombre de la localidad francesa en Wikipedia y obtuvo un resultado inequívoco. Allí vivieron dos artistas: Nicolas de Stäel, cuya dirección figuraba en la libreta, y Dora Maar. “Es ella, está claro”, se dijo a sí misma.
Por supuesto, continuó investigando y todo encajó cuando se puso en contacto con Marcel Fleiss, fundador de la Galería 1900-2000 y artífice de la última exposición de la artista en 1990. “Le escribí, me citó y fui a verle con la libreta. Me dijo que no había duda: había pertenecido a Dora Maar”. Fue el galerista quien le proporcionó los contactos de los herederos de todas aquellas personas mencionadas en aquel pequeño cuadernito marrón. De aquel hallazgo fortuito surgió En busca de Dora Maar. Una artista, una libreta de direcciones, una vida (Taurus), una biografía que bucea en la vida de la artista a través de quienes la rodearon.
“Desde el principio me dije que no quería escribir una biografía clásica. Tenía la suerte de tener aquel documento y tenía que ser el segundo protagonista. Así que enseguida pensé en dedicar un capítulo para cada persona”, recuerda la escritora. Aquel pequeño objeto, que porta consigo para demostrar que lo que cuenta no es una invención, le abrió la puerta a aquel efervescente siglo XX y a sus artistas más importantes.
Amistad con Jacqueline Lamba
Jacqueline Lamba, una de las pintoras surrealistas, es otro de esos nombres que figuran en el listín. Dora Maar y Lamba mantuvieron una estrecha relación de amistad aunque el tiempo, y la relación con Picasso, las acabó distanciando. Encajar en aquel mundo dominado por los hombres no fue tarea fácil para dos mujeres ambiciosas. Benkemoun cree que “quizá fue más problemático para Lamba porque en ocasiones Dora Maar dijo que nunca se había considerado feminista. De hecho, llegó a manifestar cierto desprecio hacia las feministas cuando envejeció, cuando se fue volviendo más religiosa”. Mientras Maar “vivía más en una posición de sumisión e incluso de sadomasoquismo respecto a Picasso, Lamba luchaba para poder crear”.
"Dora Maar vivía en una posición de sumisión e incluso de sadomasoquismo respecto a Picasso"
En cierto modo, están emparentadas: las dos jóvenes estudiaron pintura en el París de los años 20, eran “guapas, listas, ambiciosas y con mucho carácter”, asegura Benkemoun. Y les unía algo más: “anhelaban encontrar a un hombre que las pudiera llevar más lejos pero no por pegarse a alguien conocido, sino realmente para profundizar más en el arte y en la inteligencia”, señala. En este contexto, Lamba se propuso conquistar a Breton, con quien se casó y de quien terminó separándose para apostar por su propia carrera, y se cree que Maar pudo haber ideado su encuentro con Picasso.
Un cuchillo y un guante ensangrentado
El primer encuentro entre Maar y Picasso tuvo lugar un día de 1936 en el café Deus Magots. Maar estaba allí, sentada en una mesa. De pronto, entró Picasso, que la miró. Esta, se quitó los guantes, cogió un cuchillo y se puso a jugar: clavaba el filo entre sus dedos, llegando a propinarse cortes que en seguida empezaron a sangrar. De aquel primer encuentro el pintor se llevó el guante ensangrentado. No tardaron en entablar una relación que se prolongó durante 7 años. En la agenda, fechada en 1951, por supuesto, no aparece el autor. “Las rupturas con el pintor siempre eran muy complicadas, no se producían de la noche a la mañana. Debieron de romper en el 44 o 45 así que en el 51 ya llevaban seis años separados”.
“Cuando Dora Maar conoce a Picasso no renuncia a existir, como lo hace Marie Thérèse Walker, pero sí disfruta en esa situación de dominación”
Con 27 o 28 años, antes de conocer al genio, Maar había viajado a los barrios pobres de Barcelona y de Londres con su cámara. Era una buena fotógrafa, tenía buen ojo, empezaba a tener reconocimiento y, sin duda, estaba preparada para triunfar. Sin embargo, su relación con Picasso la alejó de su camino y se dejó arrastrar por un espíritu aún más fuerte que el suyo. “Tenemos que pensar que Dora Maar no fue la única mujer inteligente, fuerte y guapa que se dejó dominar por un hombre. Es algo que nos incomoda y que como mujeres nos hace sentir mal como pero ocurre, es uno de los misterios de la psicología humana”, comenta Benkemoun. En este sentido, la periodista y escritora asegura que“cuando conoció a Picasso no renunció a existir, como lo hizo Marie Thérèse Walker, pero sí disfrutaba en esa situación de dominación”.
Esta biografía evita juzgar la relación sadomasoquista que mantuvieron con la mirada actual pero Benkemoun asegura que cuando se estudia la figura de Picasso en seguida se observa que era “un hombre capaz de establecer relaciones de dominación y de control que van más allá del machismo. Cualquier mujer caía subyugada ante él”.
El mazazo después del Guernica
Desde el principio Picasso trató de convencer a Maar, como también lo hizo con Brassaï, de que la fotografía era un arte menor y que era más importante la pintura. Sin embargo, entre mayo y junio de 1937 Picasso accedió a que su pareja documentase el proceso de creación del Guernica. Esto “tuvo que darle la sensación de estar implicada en el proyecto”. De hecho, fue ella quien sugirió las últimas pinceladas del caballo que vemos en el lienzo. Hay que recordar que fue ella quien le habló de los desastres que la guerra estaba ocasionando en España, su oposición a Franco y efue ella, también, quien le mostró algunas imágenes de la destrucción de la localidad vasca.
“Picasso era un hombre capaz de establecer relaciones de dominación y de control que van más allá del machismo"
En definitiva, fue Maar quien le animó a pintar ese cuadro que habla del dolor de la contienda. Pero cuando el genio acabó su obra maestra y ya “no necesitaba las imágenes para avanzar, simplemente la apartó, consideró que la obra era exclusivamente suya y negó la importancia de Maar en ella”, recuerda Benkemoun. A ella este ninguneo “le tuvo que resultar extremadamente doloroso y violento”.
Esta no fue, ni mucho menos, la única humillación a la que Picasso sometió a Maar. En una ocasión, cuando ya no eran pareja, el pintor se acercó a su casa junto a Marie Thérèse Walker para que Maar confirmara ante su nueva amante que fue él quien decidió acabar con la relación. Si bien es cierto que el pintor malagueño no trató bien a ninguna de las mujeres con las que compartió su vida, no lo es menos que con Maar se ensañó como con ninguna. No hay quer perder de vista que para el pintor las mujeres eran un pretexto para su pintura.
Las fisuras de Maar
No somos ajenos a los ataques de locura que sufrió Maar y sabemos que cuando Picasso la abandonó se recluyó en casa y en la religión, lo que la llevó al extremo opuesto de lo que había sido. Si bien en su juventud coqueteó con un movimiento antifascista llamado Contra-Ataque, al final de su vida la estantería de su casa la lideraba el Mein Kampf de Hitler. A pesar de la responsabilidad de Picasso en su salud mental, no hay que olvidar que algunos rasgos de su temperamento ya los había mostrado durante su relación con Georges Bataille. Maar tenía sus fisuras y tal y como John Richardson, el gran biógrafo de Picasso, le recordó a Benkemoun, “para comprender a Dora Maar hay que tener en cuenta que era masoquista”. Es más, ¿qué le estaba diciendo Maar a Picasso cuando se conocieron en 1936?
"Al final de su vida Dora Maar cae en la religiosidad y tontea con el antisemitismo"
Sin embargo, como también cuenta Victoria Combalía en el estupendo Dora Maar, más allá de Picasso, la locura de Maar fue pasajera, se sobrepuso y sobrevivió al genio. Sin duda, es un personaje fascinante con muchas caras, muchas facetas y sus propias sombras y aristas. A Benkemoun, la que más le gusta es la joven, “la audaz, la moderna, la artista que lleva una vida parecida a la que podría llevar una joven fotógrafa hoy en día”. Es cierto que no siempre se puede empatizar con ella y la autora de esta biografía asegura que ha querido mucho a esta mujer aunque, al mismo tiempo, “era pretenciosa y snob”. También le gusta esa Maar “que se levanta con la ayuda del psicoanálisis y reanuda su vida social”.
Por supuesto, le gusta mucho menos esa mujer en la que se convierte al final de su vida, la que “cae en la religiosidad y tontea con el antisemitismo. Realmente está compuesta de muchas mujeres, para mí es una mujer cubista, hacen falta muchas mujeres para trazar el retrato de Dora Maar”.
Sobrevivir a ‘la mujer que llora’
Fue Picasso quien le puso el sobrenombre de ‘la mujer que llora’, un mote del que difícilmente podía escapar. “Creo que la veía así incluso antes de que ella llorara porque era un personaje muy kafkiano”, apunta Benkemoun. No obstante, Maar siguió pintando aun cuando no obtenía reconocimiento o éxito alguno. “Ese es el momento en el que se puede decir que fue verdaderamente una artista, cuando le importaba muy poco lo que se dijera de ella”.
Por eso, Benkemoun cree que la mejor forma de cambiar la percepción que se tiene de ella es interesándose por su vida y su obra para comprender que era una artista antes y después de conocer a Picasso. Aunque Maar le dijo a Marcel Fleiss que no había vendido ni un solo cuadro en su vida (en realidad vendió pocos), aseguró que algún día se reconocería su obra. A su muerte en 1997 se encontraron las obras que había hecho en la soledad de su casa y puede que ahí comenzara a surgir el reconocimiento, y la fascinación, que la artista supo que un día llegaría.