Pequeños grandes gestos
¿Hay algo de transgresor en acciones tan cotidianas como orinar, jugar, respirar o contar monedas? Situadas en un contexto distinto del habitual, sí. De eso va la exposición 'Desobediencias y resistencias', del Centro Condeduque
13 octubre, 2021 09:17Hace unos años la editorial Alba publicaba una colección de cuentos que repasaba pequeños (grandes) gestos que habían sido clave para cambiar el curso de la historia. La colección empezaba con Rosa Parks, la activista afroamericana que se negó a ceder su asiento a un viajero blanco, y terminaba con Frida Kahlo. El comisario Adonay Bermúdez crece en Desobediencias y resistencias sobre esa idea, apoyándose en pensadores como Thoreau y su defensa de la desobediencia, y pone el foco en esta exposición del Centro Condeduque en qué es lo que hace que consideremos una acción violenta. Ha seleccionado para ello 8 video-performances en las que actos tan cotidianos como orinar, jugar, respirar o contar monedas, situados en un contexto distinto del habitual, nos golpean con fuerza.
La muestra incluye varios nombres de relumbrón, de Marina Abramovic a Regina José Galindo, Matt Mullican o Itziar Okariz con una de sus conocidas piezas de Mear en espacios públicos y privados, articulados en un montaje dinámico que sirve además de muestrario de las distintas posibilidades expositivas que tiene el vídeo, con proyecciones, pantallas y vídeo-instalaciones (la más atractiva la de la Regina José Galindo y su cuerpo a cuerpo con un toro mecánico, en una lucha que, quizá intencionadamente, no termina de dominar).
Orinar, jugar, respirar o contar monedas se convierten en esta exposición en actos de desobediencia
La primera obra del recorrido es una de las más impactantes, una proyección en tres canales que recuerda a la forma del ábside de una iglesia. Ahí la artista iraní Shirin Neshat, conocida por su reivindicación de los derechos de la mujer musulmana y la falta de libertad de expresión, se apoya en la oscuridad y en su cuerpo para escenificar un crimen: se oculta bajo una túnica negra, de la que solo asoman su rostro, sus manos y sus pies, murmura unas oraciones y saca una pistola y dispara en nuestra dirección.
Hay también ejemplos en los que los artistas ponen su cuerpo al límite. El de Marina Abramovic, por supuesto, recostada con un esqueleto (completo) encima que se mueve al ritmo de su respiración durante 14 agobiantes minutos en los que esos huesos cobran la vida que le insufla la artista, recordándonos nuestro destino final cuando nos falte, precisamente, esa respiración. Sigalit Landau hace girar lentamente un aro de alambre de espinas, desnuda y con el mar de fondo en un día nublado, que va dejando su cintura marcada con heridas. Matt Mullican pinta, duerme, come, desayuna, bajo los efectos de la hipnosis y frente un público que no sabe si reír o sobrecogerse ante unas frenéticas acciones que tienen mucho que ver con nuestras propias contradicciones. Y Jürgen Klauke obedece disciplinadamente las órdenes de unas voces que le hacen levantarse y sentarse sin descanso.
Entre las piezas más sutiles está la de la canaria Teresa Correa que cuenta sobre una mesa un montón de monedas, un ejercicio que no nos sorprendería si no fuera porque las introduce después en una “cadavera-hucha”, rodeada de vitrinas del Museo Canario con más cráneos en exposición.
A la crudeza de muchos de estos vídeos se suman las connotaciones de la sala de bóvedas en la que los muros de ladrillo y la oscuridad mandan y de la que los vídeos salen airosos. Cada una de estas obras nos zarandea y activa cuestiones recientes como la situación de la mujer islámica, ahora en Afganistán, o el propio concepto de obediencia que tanto se ha cuestionado con los confinamientos, la brutalidad policial en EE.UU. o el derribo de monumentos, capas a las que se suma un canto a la no productividad. No se pierdan la publicación que acompaña a la exposición. Está escrita a varias manos, algo que resulta hoy excepcional.