Ignacio Uriarte. Campos de texto
Galería Nogueras Blanchard
Doctor Fourquet, 4. Madrid. De 1.900 a 10.500 €. Hasta el 5 de junio
La obra de Ignacio Uriarte (Krefeld, 1972) es silenciosa, constante, repetitiva. No hay sorpresas, ni aun buscándolas, y sin embargo consigue atrapar nuestra mirada. Lleva años repitiendo un mismo tema, recordando la monotonía de la vida de oficinista que vivió en primera persona, acudiendo a los materiales que asociamos al trabajo de despacho: bolígrafos, archivadores, máquinas de escribir, profundizando en un arte eminentemente analógico. Es una obra silenciosa porque se apoya en la simplicidad de las formas, en el gesto disciplinado (líneas que se cruzan sin parar de arriba abajo, letras que se suceden dibujando formas, dobleces en papeles con los que crea ordenados relieves). Consigue con muy pocos elementos piezas de una belleza serena, pienso en un sobre desdoblado pegado en la pared (Envelope, su primera obra, de 2003) o en la red de gomas elásticas con las que crea un manto de rejilla sobre el suelo.
Tiene también algo de nostálgico. Nos recuerda a esa otra vida en la que escribíamos sobre hojas de papel, y no tecleando con la vista puesta en una pantalla. Su pasado de despacho sigue siendo el principal nutriente, si no el único, de su trabajo. No se acerca a él desde la crítica de Lafargue en su ensayo El derecho a la pereza, sino haciendo una llamada a una productividad diferente en la que lo artesanal se convierte en un mantra.
En Campos de textos, su nueva exposición en la galería Nogueras Blanchard de Madrid, Ignacio Uriarte no escatima energía a la hora de repetir un mismo gesto hasta la extenuación, aunque se permite alguna pequeña y calculada licencia. Acude al color en su serie de Ventanas (2021), en la que imita la disposición de las cristaleras en su estudio de Berlín, organizadas en 12 paños que transforma aquí en dibujos. Son cartas de colores –rojo, lila, azul y verde– con ligeras variaciones, en las que lo importante es el proceso de elaboración: arrastra un rotulador permanente gastado sobre el papel, introduciendo pequeños matices con nuevos pigmentos –hace las mezclas en su interior–, convirtiéndose en una suerte de impresora humana.
Tiene esta obra algo de nostálgica. Nos recuerda a esa otra vida en la que escribíamos sobre hojas de papel
De lejos, son fogonazos de luz viñeteados; de cerca, minuciosas retículas producidas por la punta de fieltro del rotulador. Estas piezas únicas, resultantes de pruebas y errores, nos recuerdan a muchas otras cartas de colores, pienso en los pantones de Ignasi Aballí, por ejemplo, y en artistas más jóvenes como Cristina Garrido y su clasificación de cielos de pinturas, incluso en las primeras pantallas de ordenador.
Siguiendo el mismo método de repetición, pero utilizando la máquina de escribir como herramienta, en X-fields (2021) Uriarte teclea sin descanso la letra x hasta construir con ella distintas manchas de color en las que resuena la vista aérea de los campos de cultivo a los que alude su título. Son 8, las mismas horas de una jornada laboral. Él dice que no tiene un plan predeterminado y que la imagen se va construyendo en el mismo proceso, a golpe de clic, en un ritmo binario de color (negro y rojo).
Intenta liberarse de este autocontrol en Square Overlay (2021), volteando y superponiendo los cuadrados, pero se trata de un desorden que no es tal. No podemos renunciar a lo que somos, y el trabajo de Uriarte es así: frío y calculado, pero también manual y desacelerado. Un espacio de paz sin sobresaltos.