“Para Kandinsky el arte debía tener una dimensión emocional y espiritual”
El Museo Guggenheim de Bilbao inaugura una exposición dedicada al artista ruso con los fondos del centro de Nueva York
20 noviembre, 2020 09:20Fue en 1929 cuando Solomon R. Guggenheim empezó a coleccionar obras de Kandinsky, uno de los grandes renovadores del arte en el siglo XX. Aunque hasta entonces sólo se había fijado en los maestros antiguos, la baronesa Hilla Rebay le presentó la pintura del artista ruso, algo que le animó a adentrarse en este fecundo territorio. Tan solo un año más tarde, en 1930, el coleccionista viajó a Europa para llevar a cabo una serie de adquisiciones y aprovechó la ocasión para visitar al artista en la escuela de la Bauhaus en Dessau, donde impartía clases. A lo largo de los años Guggenheim llegó a comprar hasta 150 piezas de Kandinsky. Parte de este fondo se presenta ahora en el Museo Guggenheim de Bilbao en una muestra dedicada a este artista ruso que buscaba desligar la pintura del mundo natural, un empeño que le llevó a adentrarse en una temática basada en la “necesidad interior” del creador.
“Después de viajar por Europa y el norte de África entre 1904 y 1907 junto a Gabriele Münter, Kandinsky se asentó en Múnich. En la ciudad bávara fundó, en 1911 y junto a Franz Marc, Der Blaue Reiter (El jinete azul), un grupo de artistas interesados en el potencial expresivo del color y en la dimensión espiritual de la forma”, recuerda Megan Fontanella, comisaria de la muestra. A principios de 1910 empezó a “explorar las posibilidades expresivas del color y la composición”, y en paralelo, creó “una serie de obras sobre papel que muestran la facilidad que tenía para trabajar con materiales como la tinta, la acuarela o el óleo”.
Para 1913 el artista, además de quedar sometido a la línea y al color, ya había introducido algunos de los temas recurrentes de su obra: el caballo, el jinete, las torres, las montañas, los árboles… todas estas figuras se convirtieron en “un complemento del color mientras que las formas dejaban de lado sus orígenes figurativos”, asegura Fontanella. Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hizo que Kandinsky regresara a su Moscú natal, donde “durante un tiempo solo hizo trabajos sobre papel”. En esta etapa se dio cuenta de que su arte giraba en torno a la búsqueda de la espiritualidad y acometió “obras que nos cuentan relatos de su desplazamiento, de su vuelta a Rusia”.
La vida hizo que regresara a Alemania en 1922, momento en el que empezó a impartir clases en la Bauhaus. El ambiente que encontró allí fue el adecuado para darse cuenta de que “a pesar de trabajar con los constructivistas y los suprematistas rusos, la idea que él tenía del arte es que este debía tener un contenido emocional”, apunta Fontanella. Fue entonces cuando las formas geométricas empezaron a predominar en sus lienzos. Todo lo tenía bien meditado y, como cuenta la comisaria, cada figura tiene un significado: “los triángulos a menudo representaban sensaciones agresivas, el cuadrado significaba paz y el círculo era el campo de lo espiritual y lo cósmico”.
Pero el artista ruso tuvo que abandonar Alemania por segunda vez. En esta ocasión su huida estuvo motivada por el cierre de la Bauhaus por presiones del régimen nazi. “Tenía la esperanza de volver, pero no lo hizo. Kandinsky se asentó en los suburbios de las afueras de París y allí vivió el capítulo final de su vida”. A pesar de la inestabilidad política fue un periodo muy creativo y productivo para el artista. En esta época sus obras “presentan influencias de tendencias como el surrealismo e introduce su interés por las ciencias naturales así como imágenes biomórficas muy vibrantes que pueden representar el renacimiento o la regeneración”, anota la comisaria. También en esta etapa cuando se interesó por los tonos pastel “que recuerdan a sus orígenes en Rusia”. Aunque hacia 1940 empezó a hacer composiciones de gran tamaño la escasez que llegó con la guerra le llevó a pintar sobre madera, trabajos en los que continúa “creando composiciones que reflejan su interés por las ciencias”.
En definitiva, la muestra de 56 obras que le dedica el Museo Guggenheim de Bilbao, y que se podrá ver hasta el 23 de mayo, recorre la trayectoria del artista haciendo hincapié en las diferentes etapas y ciudades en las que vivió. Un viaje que acabó en 1944 al morir el artista.