Javier Chozas, la pulsión de la escultura
Lo interesante de la exposición de Tabacalera es la combinación de materiales
13 julio, 2020 06:28Lo físico, la fricción entre lo visible y lo oculto, lo que nos gustaría hacer y no hacemos. La obra de Javier Chozas (Madrid,1972) explora nuestros propios límites y fracturas sobrevolando ese espacio de tensión que existe entre lo permitido y lo prohibido, lo real y lo virtual. Su paso por Goldsmith (2018) supuso un antes y un después. En seguida presentó en la galería Tender pixel de Londres Still Waters Run Deep, una investigación con todo tipo de materiales y formas orgánicas que tomaba como punto de partida la piel, la frontera más elemental entre las cuestiones que plantea.
Crece ahora en carnalidad en La piel construida, su nueva exposición en La Fragua de Tabacalera. El montaje es fiel al mensaje: las esculturas se muestran a través de muros transparentes, podemos apreciarlas desde múltiples puntos de vista, sin embargo esta sobre exposición produce reflejos que dificultan su visión, algo que se acentúa intencionadamente con el material espejado que cubre parte del suelo. Nos devuelve nuestra imagen, y la de las obras, deformada. ¿Es toda esta hipervisibilidad en realidad una estrategia de ocultación? Prueben a fotografiar las obras, resulta francamente complicado. Consciente como es del espacio –su formación es, de hecho, en arquitectura– Chozas introduce veladuras y juega a confundir al espectador. El conjunto es una especie de escenografía que se activará en septiembre con tres acciones, sonidos y paseos ficcionados de Led Silhouette, Ignacio Tejedor y Javier Cruz.
Lo interesante aquí es la combinación de materiales. Un festival de silicona, gelatina, líquidos y textiles
Pero lo realmente interesante aquí es la combinación de materiales. La muestra es un verdadero festival escultórico de silicona, gelatina, plásticos, líquidos y textiles en composiciones que alcanzan su clímax en la sala central, donde este suelo espejado y las mamparas de metacrilato generan una atmósfera de extrañamiento. De entre todas las piezas me quedo con Juicy Lucy, una especie de diosa de la fertilidad prehistórica subida a un pódium transparente. Está rodeada de gelatina tratada como si fuera una segunda piel, fluidos pegajosos y paredes empañadas. Hay un rumor y un olor intenso que vienen de los tubos de la instalación vecina, una fuente alimentada por un líquido rojo.
En este viaje escultórico todo queda visto, por delante y por detrás. Sólo hay un elemento disonante, un unicornio de grandes dimensiones al final del recorrido. Parece un hinchable, pero está hecho con láminas de plástico. El artista juega con su carga simbólica, pero formalmente pierde fuerza respecto al resto de piezas.
Faltaría sólo una pista para terminar la lectura: Javier Chozas acude a un reenactment o recreación libre de La muerte de Sardanápalo (1827) de Delacroix. Subyace aquí la violencia que veíamos en la pintura del rey asirio a punto de morir. Los escorzos, brillos y texturas de la piel y la intensidad del rojo se pueden rastrear en la muestra.