Dice Xisco Mensua (Barcelona, 1960) que, de niño, imaginaba historias a partir de las siluetas de las señales de tráfico. Dejaron una importante huella en su trabajo, en el que las sombras se cuelan desde hace tiempo. De la caverna de Platón al arte contemporáneo, la falta de luz siempre ha sido un tema recurrente, sólo hay que pensar en las figuras recortadas de Kara Walker, los dibujos –animados o no– de William Kentridge, las proyecciones de Boltanski o los envases de Eulàlia Valldosera. Todas estas obras tienen mucho que ver con la percepción, con lo que vemos y con lo que queda oculto. También con lo que creemos contemplar. Xisco Mensua lo sabe bien y, dándole otra vuelta de tuerca, introduce textos que conviven en sus lienzos con las figuras. En muchos casos el maridaje parece total pero ¿qué fue primero en esta serie, la imagen o las palabras? Siempre la imagen, que el artista toma de fuentes variadas –una foto antigua, una película, el periódico, un detalle de su jardín– y rápidamente traduce al léxico negro de su pintura.
De entre todos, hay dos óleos nuevos, y que no vimos en su completa individual del Centro del Carme de Valencia el pasado año, que son esenciales. En el primero de ellos, aparecen Freud y su hija Anna girando su cabeza para mirarnos mientras caminan. Parecieran stencils de vinilo negro pero de cerca se puede apreciar lo manual e imperfecto de su contorno. En el otro, La muerte de Virgilio, bajo una mancha pictórica que dibuja una montaña de leña y maleza vuelve el artista sobre una reflexión recurrente: la definición del arte, en este caso por Hermann Broch: “...desde la más apartada lejanía irradia [belleza] sobre el hombre...”.