Álvaro Negro. Dea Roma. Galería F2

Doctor Fourquet, 28. Madrid. De 5.000 a 18.000 euros. Hasta el 14 de marzo

Resulta algo lejano pero hasta el invento de la electricidad, la única manera de iluminar las pinturas eran las velas de cera y los rayos de sol que se colaban por las ventanas. Los marcos tenían entonces un papel decisivo: hechos con pan de oro o de plata, sus reflejos arrojaban más luz sobre lienzos y tablas. Tras su paso por la Academia de España en Roma Álvaro Negro (Lalín, 1973) se ha convertido en un experto en la materia. Trabaja con marcos históricos toscanos del siglo XV en adelante con los que su obra entabla una intensa conversación. Cada pintura encierra otras tantas, una superposición de capas, veladuras y pruebas que suman materia y ocultan parte de su génesis. La pintura adquiere así vida propia, grita, se craquela y deja su rastro en las cicatrices que emergen cuando se seca. También replica las formas vegetales de los listones y su gama cromática a base de tierras, platas y dorados en los que queda impresa la huella de la espátula arrastrando el pigmento. Son todos ellos monocromos sólo en apariencia en los que el acrílico se mezcla con yeso y en ocasiones desaparece bajo el microcemento.

Si en propuestas anteriores como la del CGAC de Santiago analizaba minuciosamente el espacio antes de habitarlo con sus piezas, ahora en la galería F2 todo fluye. Es una muestra coral a varias voces: las de los marcos y la de las relaciones que establecen las tablas entre sí. La sensación ante estas piezas es la de ser testigo de miles de microhistorias contenidas. Apetece rascar y descubrir todas las vidas por las que ha pasado cada pintura. Muchas están ahí, bajo esas capas infinitas, pero otras más lejos, en los árboles de Giotto y en todos los estímulos que recibió el artista en su paso por Roma. Los marcos son la frontera que separa el lienzo y la pared, uno de sus principales límites. El tiempo pasa y queda impreso en cada una de las obras. Un elogio a la pintura.

@LuisaEspino4