Juan Carlos Bracho, ahora vuelves...
Con lo complicado que es para un artista de mediana edad conseguir una exposición institucional, Juan Carlos Bracho hace doblete en Madrid en la Sala Alcalá 31 y el Centro de Arte Alcobendas
16 diciembre, 2019 06:40Con lo complicado que es para un artista de mediana edad conseguir una exposición institucional, a Juan Carlos Bracho (La Línea de la Concepción, 1970) le han caído en suerte dos simultáneas y en salas cercanas: Alcalá 31 y el Centro de Arte Alcobendas. En esta última pone fin, junto a Ángeles Agrela, a la sensata programación diseñada desde 2012 por Belén Poole, quien ha sido defenestrada por la nueva concejala de Cultura, Rosario Tamayo para asumir ella misma las riendas del centro en sintonía con la ola de injerencias partidistas de instituciones culturales que estamos viviendo. Para la doble comparecencia, Bracho ha confiado en dos comisarios con los que ha tenido una larga vinculación profesional y vital: Armando Montesinos (Alcalá 31) fue su profesor en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca y Óscar Alonso Molina (Alcobendas) ha trabajado muy directamente con él en diversas ocasiones y, en particular, en relación al proyecto que ahora presenta allí.
“Ahora vuelves al mismo espacio, esa misma pared. Pero ya no eres el mismo…”. Se lo dice a sí mismo el artista en una de las fichas del catálogo de Alcalá 31, redactadas todas por él en segunda persona del singular con la intención principal de que nos sintamos interpelados y nos pongamos en su piel pero con el resultado, más bien, de hacernos notar un auto-distanciamiento analítico del yo creativo. Esta actitud es muy coherente con las ideas de base y con los procedimientos de Bracho, embarcado en una constante “relectura de tu propio trabajo” que se pone plenamente de manifiesto en este compendio de obras y proyectos no realizados en los que ha sido clave la interacción con la arquitectura. En la planta baja de la sala rehace o rememora un pequeño conjunto de señaladas obras anteriores en las que, mediante lo que viene llamándose “dibujo expandido”, intervino paredes reales o tabiques exentos construidos con vocación escultórica. Muchas de esas acciones dibujísticas –metódicas, ejecutadas mediante trabajosa agregación de trazos– eran documentadas en fotografías y vídeos, siendo la ausencia total de este segundo medio algo que extrañará a quienes conozcan previamente al artista y que privará a los que no de una faceta relevante de sus formas de hacer.
Con lo complicado que es para un artista de mediana edad conseguir una exposición institucional, Bracho tiene ahora dos
En mi opinión, dos son los aspectos más valiosos de la producción de Bracho en este ámbito de lo arquitectónico. Uno es la traslación de espacios, con diversas modalidades, que aquí apreciamos en la inserción del suelo del madrileño espacio Cruce –reproducido en calco– en el centro de Alcalá 31 o en la documentación de la intervención en el Centro de Lectura de Reus, donde hizo girar al edificio sobre sí mismo (ficticiamente). El otro es la prospección arqueológica de los muros para desvelar las capas de trabajo artístico que contienen. Se trata usualmente de devolver a la luz las propias intervenciones efímeras, como en aquella pared en el centro de producción Hangar, en Barcelona, sobre la que durante años dibujó, entre repintes y alternándose con otros artistas, y que desfolió, seccionó y trasladó después, o como hace ahora en la gran pared del fondo de Alcalá 31, donde en 2007, para la colectiva Aquí y ahora. Tiempo y espacio, dibujó un gran mural que versiona en el mismo lugar y con las mismas dimensiones incluyendo unas falsas –esta condición resta fuerza– catas.
En la planta de arriba de Alcalá 31 se ha trazado una línea de tiempo con otros proyectos de Bracho vinculados a lo arquitectónico como si integrasen una sola obra, sin cartelas –con la dificultad de apreciación que eso conlleva– y con el único acompañamiento de fotografías de las páginas de los maravillosos cuadernos, “talleres portátiles” en los que desgrana conceptos y detalles sobre la ejecución de los diversos proyectos. Esos cuadernos se exponen por vez primera y, con los textos manuscritos que sí explican las piezas de gran formato de la planta inferior, conforman la cara más atractiva y nueva de este ejercicio de autorreferencialidad.
En Alcobendas se despliega, literalmente, un conjunto de dibujos digitales y grabados que Juan Carlos Bracho ha ido completando a lo largo de la última década. En ellos recorre las escalas del círculo cromático en cien composiciones multipágina con las que rinde abierto homenaje al minimalismo que siempre ha planeado sobre sus propuestas, y lleva el dibujo al encuentro de la pintura. Sus monocromos, que deberían ser, por mecánicos (hechos con impresora casera), perfectamente homogéneos, se convierten en soporte de celebración del error. El agotamiento de la tinta o el recalentamiento provocan aberraciones, y el encolado y plegado de los papeles resulta en rendijas y sesgos. Es una línea de análisis de otro de los fundamentos de la visualidad en el arte, el color, que complementa sus trabajos sobre la línea, sobre la medición del gesto, sobre las transiciones del vacío al lleno…
Para Bracho son mapas y son paisajes, en el sentido que da al término: superficies que nos invitan a proyectar emociones y memorias. Y considerando qué tienen en común unas y otras etapas o direcciones creo que podríamos concluir, entre otras cosas, que existe, de una parte, una pulsión cartográfica, de adueñarse corporalmente del espacio que queda más a mano y de representarlo en formas atípicas. De otra, un peso muy real del tiempo invertido en la ejecución de las obras y, como efecto de los ritmos internos que se derivan, un eco musical.