Del verbo recuperar
Itziar Okariz. Una prueba, otra cosa no
Galería EtHALL. Salvador, 24. Hospitalet (Barcelona). De 3.000 a 50.000 euros. Hasta el 30 de noviembre
Jaime Pitarch. De ser
Galería Àngels Barcelona. Pintor Fortuny, 27 Barcelona. De 1.200 a 10.000 euros. Hasta el 15 de noviembre
Magda Bolumar. Papeles. Años 60 y 70
Galería Marc Domènech. Pasaje Mercader, 12. Barcelona. De 1.800 a 6.000 euros. Hasta el 20 de diciembre
Procedente del latín recuperare, el verbo recuperar implica el deseo de reponer lo olvidado, la decisión de reutilizar lo descartado o la voluntad de dar voz a lo que fue silenciado. Cuenta Itziar Okariz (San Sebastián, 1965) que una noche tuvo un sueño y que, al despertar, escribió lo que recordaba en una hoja de papel. Tiempo después se dio cuenta de que lo había extraviado y tuvo que reescribirlo de memoria. En aquel sueño dialogaba con alguien sobre la forma y material de una escultura inexistente que, trazando una conexión con sus propios inicios en el mundo del arte, transportaba al espectador hacia lo más genuino de la escultura vasca. Este relato del sueño, el original –encontrado después– y el croquis de la escultura resultante, forman parte de la exposición de la galería etHALL en la que se incluye, además, una obra sonora formada por un coro de respiraciones, la partitura de Una prueba, otra cosa no y la escultura en torno a lo que todo gira, una suerte de gran estrado. Este volumen inquietante, geométrico y rígido, más allá de su forma y material, invita a interpretar su obra en los márgenes de la acción.
Dispuesto a dar una nueva vida a materiales y objetos descartados en su taller, Jaime Pitarch (Barcelona, 1963) invita en Àngels Barcelona a reflexionar sobre las posibilidades de dejar de ser. Está integrada por siete esculturas hechas con objetos tan variados como un perchero, unas muletas, un clavo de olor mutado en clavo metálico o varillas que provocan una sensación de inestabilidad ineludible. La exposición se equilibra a la perfección con Los olvidados, una pieza de gran belleza hecha a partir de una cinta de máquina de escribir sobre la que el tiempo ha ido imprimiendo documentos, cartas, nombres y declaraciones, un sin número de palabras y frases que escritas sobre la superficie de su banda bicolor relatan el recuerdo de un pasado olvidado. Lo devuelve a la vida un motor que con ayuda del azar activa los dibujos de caprichosas formas sobre el suelo de la galería.
Y de dibujos y trazos oníricos, orgánicos y fantasiosos es de lo que se compone la sorprendente exposición de Magda Bolumar (Barcelona, 1936) en la galería Marc Domènech. Cerca de cuarenta obras de pequeño y mediano formato datadas entre los años 60 y 70, que recuperan una figura injustamente silenciada tras la sombra de su pareja, el artista Moisés Villèlia. Poseedora de un lenguaje tan personal e intimista como próximo al cosmos, se mantuvo ajena a las directrices del informalismo imperante. El crítico Cirici Pellicer dijo de ella en 1970 que tenía “el poder mágico de trasladarnos a otra especie de mundo, como de cristal, de seda y de hilos de plata”. Bolumar es capaz de sorprender por el modo de moldear, en arpillera y color, el dibujo de una naturaleza de la que todos procedemos.