Ángeles Marco (Valencia, 1947-2008) regresa al IVAM al cumplirse diez años de su fallecimiento y tras haber presentado en 1998, en su antigua sede del Centre del Carme, la magnífica exposición El taller de la memoria. Esta nueva propuesta, Vértigo, era necesaria para arrojar mayor luz sobre una artista que no había sido suficientemente reconocida ni valorada. Su trabajo sigue de rabiosa actualidad y abre interrogantes que el paso del tiempo no ha conseguido borrar. Concebida como una exposición antológica, esta muestra revisa algunos de los planteamientos abordados en su exposición primera y actualiza sus postulados trayéndolos al presente.
Pese a su escaso reconocimiento, Ángeles Marco conforma, junto a Susana Solano, Concha Jerez y Eva Lootz, entre otras, el importante grupo de artistas mujeres que, tras Esther Ferrer, abrieron un espacio de acción en la escultura, dominado hasta entonces en exclusiva por hombres artistas en España. Con sus aportaciones, la escultura comenzaría a pensarse y sentirse, a partir de entonces, de forma distinta.
Una exposición necesaria para arrojar luz sobre una artista que no había sido suficientemente reconocida ni valorada
La exposición repasa treinta años de la trayectoria de Marco a través de 120 obras, algunas de ellas presentadas aquí por primera vez al público e incorpora piezas emblemáticas como Desembocadura y Entre lo real y lo ilusorio o la serie Espacios Ambiguos. Vinculada a la deriva del postminimalismo y el efecto de los conceptualismos, Ángeles Marco introdujo un personal entendimiento de los materiales y su posición en un espacio cargado de significado. Desde la pared al suelo, su obra fue asumiendo posiciones muy diversas en un espacio mutable que se hacía vulnerable y se endurecía a la vez. Materiales como el hierro, la madera, el caucho o las lonas, fueron adoptando múltiples configuraciones con las que desafiaba la gravedad, en tanto que se hacían firmes en un espacio inestable.
Sin embargo, como bien se señala en la muestra, la cuestión del material, siendo relevante, no es sino un medio a través del que Ángeles Marco se adentra en sus inesperadas narrativas. Apartados de su procedencia industrial, los materiales pierden en gran medida el brutalismo, sometidos a nuevas funciones constructivas. En esa pérdida y sometimiento, adoptan ocupaciones y propiedades insospechadas. Se pliegan y retuercen, se quiebran y arrugan, se hacen blandos e incluso llegan a desaparecer. Ángeles Marco suplanta su cometido original y lo hace útil en una nueva dimensión de significados donde el discurso toma cuerpo para que surjan imágenes y palabras. En ese desplazamiento de funciones, la experiencia ocupa una presencia continua que atañe tanto a la propia artista como al espectador, es parte de una escultura que se expande. Y aquí es donde se hace relevante el proceso en esculturas e instalaciones que no tienen un límite fijo y se muestran en un inacabado constante, en un cambio de posición que resulta desconcertante.
Todo ello se pone de relieve en este esmerado montaje que dispone las obras organizadas de manera cronológica en series. Desequilibrios (2000), la pieza que inspira el título de la muestra, se presenta como antesala y resumen de algunas de las cuestiones que se despliegan a continuación. Este sugestivo díptico compuesto por una escultura, la escalera, y una proyección de fragmentos de la película Vértigo, concilia el vacío, la pérdida, los desequilibrios, el salto, el abismo y la angustia, vividos en primera persona por la artista, que aparece en la filmación. Estos estremecimientos, que pasan de la inmovilidad de la escalera al fluir de la imagen, no están exentos de cierto humor negro y de dosis de escepticismo ante la huida a un lugar incierto donde los miedos corren detrás como en un bucle sin fin.
A partir de ahí, se abren las salas con las series Espacios ambiguos (1989-1986) y Entre lo real y lo ilusorio, esculturas y relieves en los que la geometría en grado mínimo asienta los principios del trabajo de Ángeles Marco. Buena prueba de ello son las modulaciones y cortes, aperturas y pliegues, expandidos en el espacio. El tránsito y Salto al vacío (1987-1989) son dos de sus obras emblemáticas, como Pasadizo de pared, Envés o la magnífica Camuflaje, que repara a la vez en los recorridos de suelo con piezas como Voravia indeterminada o Desembocadura. La excepcional muestra de maquetas abre el camino hacia la monumentalidad de algunas de sus obras, mientras la fragilidad se encoge en piezas como Puente y Elevador. Una última sala, “Suplementos” incorpora sus interesantes trabajos performativos y visuales, la deriva del lenguaje y el pensamiento resultan sorprendentes y cierran el ciclo de todo aquello que nos dio vértigo al principio.