Autorretrato en el ascensor de Berlín, 2016
Coge el teléfono desde Saro, Cantabria, donde ya está trabajando en su próxima exposición que, después de esta muestra madrileña, será en Londres, en primavera, en su galería habitual (Frith Street Gallery), la misma en la que exponen Thomas Schütte y Tacita Dean, con quienes por cierto ha compartido escenario en alguna que otra colectiva. Juan Uslé (Santander, 1954) vive desde hace años a caballo entre este pueblo cántabro y Nueva York -en Cheim Read, su galería neoyorquina hay nombres como Louise Bourgeois o Diane Arbus-. Dos estudios abiertos a la pintura a los que hace poco se ha unido un tercero en Alicante. Los duros inviernos les han hecho, a él y a Victoria Civera, compañera de vida y de arte, buscar un lugar de trabajo orientado al sol y al mar, pensando ya en fríos futuros. De todos modos, "el estudio es un lugar mental", dice.
Aunque él, de momento, se gusta ermitaño, estar meses aislado, trabajando, pensando solo en la pintura, preparando los colores de día, aprovechando la luz natural y entrando en el estudio casi después de cenar. Primero por teléfono y luego por email (quiere pensar bien las respuestas, "que todo esto le sirva a uno") reflexionamos sobre el tiempo transcurrido: "En estos seis años han cambiado muchas cosas, y muchas para peor, sobre todo en lo social y lo político. Algunas difíciles de entender como lo de que un pelucón naranja gobierne los Estados Unidos". Y el tiempo de la pintura: "Esta exposición estaba programada para hace unos meses, pero el crecer de la pintura tiene sus cosas y no se pueden forzar los procesos. Si quieres que la obra respire tienes que respetar su ritmo. Ahora es tiempo de mostrar". Y entramos en materia.
Pregunta.- ¿Qué veremos en su nueva galería?
Respuesta.- Es una exposición de pintura que habla fundamentalmente de la pintura y de los tiempos en el estudio, de viajes y lugares, de sueños y recorridos, de geografías y desvelos. Introduzco, además, una nueva escala.
P.- ¿Cuánto le lleva preparar una exposición como esta? ¿Cómo se organiza?
R.- Mi plan es siempre el mismo: la falta de plan. Procuro estar, vivir en el estudio el mayor tiempo posible y tengo la fortuna de poder hacerlo. Estoy siempre caminando, no sé si hacia delante o hacia atrás, dependerá de cómo lo miremos, pero siempre moviendo la pintura.
P.- Cuéntenos un poco su manera de trabajar, ¿cómo llega a ver con claridad la pintura?
R.- Si hay un astro enigmático por excelencia para mí es la luna. El sol es el poder, la vida, el calor y el color, la sangre, la parte saludable que nos alimenta y dinamiza nuestra musculatura. Pero en la luna encuentro otro alimento, el poder del enigma, el misterio de ese recorrido silencioso, susurrante, que va siempre tras el sol, reflejo modulado de su luz. Me proporciona matices y zozobras exquisitos que complementan ese alimento.
"El crecer de la pintura tiene sus cosas y no se pueden forzar los procesos. Si quieres que la obra respire tienes que respetar su ritmo"
Quizá de ahí el nombre de una de sus emblemáticas series, Soñé que revelabas, de la que veremos más en Moisés Pérez de Albéniz. Un conjunto creciente, en constante evolución con cuadros que, como explica el pintor "van y vuelven de la luz a la oscuridad, como nosotros mismos. Desde hace años identifiqué los soñé como recorridos a través de los ríos del mundo. Puede que conformen una especie de cartografía, o mapamundi personal, páginas donde se dan cita grandes ríos universalmente conocidos y otros de menor escala, vinculados a experiencias más personales". Y además de sueños, Alba, Desvelos, El jardín censurado… títulos que revelan "reflejos, pequeñas confesiones, indicios...". Obras, añade, que "a veces salen de un tirón y el pulso es terso y uniforme, y otras veces te exigen pausas, miradas y pulsos diferentes".
La pintura como guía
P.- ¿Siente que es la pintura la que le lleva o ha logrado encaminar su pintura por dónde ha querido?
R.- Pienso que la guía es la pintura. Yo soy un mediador, el hacedor que mueve, que utiliza los otros instrumentos para articular el deseo y ese galimatías de dudas, zozobras y accidentes que ocurren en el proceso.
P.- En el texto que acompaña la exposición se habla de "ejercicios de una rara notación musical" y de "gestos sonoros". ¿Hay música en su pintura?
R.- Hay latidos, tiempos y ritmos vitales; hay secuencias, implicación, también desprendimiento. Es necesario vaciarse para pintar y después afrontar el reencuentro. Sin un tiempo de espera y olvido no es fácil ese desprendimiento. La música entra en nosotros antes de que podamos defendernos de ella, por eso nos mueve y nos lleva. De todos modos, yo me voy acercando cada vez más a una música elemental y primaria, en mi caso germinal. La música que, sin saber qué era, escuchaba muchas veces en el convento de las monjas de Suesa, donde crecí. La utilizo para calentar el estudio, antes de empezar a reconocer mi música interior.
P.- La pintura lo es todo, pero ¿qué significa pintar?
R.- Creo que es una cuestión de sensibilidad, para mí pintar es respirar, sentirme vivo, por ello necesito pintar y volver a pintar, comenzar de nuevo. Cuando paso un período largo sin pintar (digamos que una semana) comienzo a enfermar y marchitarme. Pero eso es una cosa y otra es la certeza de que el autor, el hacedor, tiene derecho a decir la verdad mintiendo, a intentar sellar o reducir esa fractura que Montaigne refería como la fractura por la que se escapa la verdad y la vida. Tengo la sensación de que yo coagulo mejor estos conceptos "en y desde la pintura".
P.- ¿Qué hay después de la pintura?
R.- Me gustaría decir algo hondo o al menos inteligente. Pero entiendo mi vida tan ligada a la pintura que solo se me ocurre decir: nada, o todo, que de algún modo es lo mismo, lo que define el círculo continuo, vital, en que nos vamos formando, dando cuerpo y ceniza, abonando.
P.- ¿Se siente cómodo con la etiqueta "abstracción poética" que acompaña a su obra?
R.- Bueno, la poesía es fundamental, porque si es corrupta no puede ser poesía, pero siempre me he sentido extraño con las etiquetas, incluso las de la ropa interior, que molestan lo suyo. Me gustan los términos abiertos, que se mueven, y creo que mi obra es una especie de ser en metamorfosis, que se mueve y respira, al menos eso espero o me gustaría. Las etiquetas, no sé, cuanto menos coherentes, mejor.
Testigo entrometido
P.- Aunque sea en parte paradójico, ¿siente el vínculo con la realidad a través o gracias a la abstracción?
R.- Siempre me refiero a mi obra como abstracción contaminada y con ello pretendo decir que no es abstracción pura, sino pura abstracción, es decir, contaminación. Como es casi todo el pensamiento que trata con los valores de siempre y con lo contemporáneo. Pero no me interesa solo lo coyuntural, lo último o aquello que supuestamente representa mejor la actualidad, porque como decía Kubler "la actualidad es el vacío entre acontecimientos". Seguramente hoy fabricamos, construimos objetos que funcionarán como testigos de nuestra época, tan bien o mejor que el arte, aunque el arte tenga esa magnífica virtud invalorable, pero menospreciada, que es la de ser ajena a la función esclava de la definición, es decir, su inutilidad, caprichosa e indomable: ser testigo entrometido y peculiar, inesperado, y eso al final sobrepasa la actualidad.
"Mi obra es abstracción contaminada. No es abstracción pura, sino pura abstracción, es decir, contaminación, como casi todo el pensamiento"
P.- Jugueteó un tiempo con la fotografía, ¿ya no le interesa?
R.- Sí, me interesa, y sigo jugando. Pero las cosas han cambiado y la fotografía también. Cada vez necesito más tiempo para la pintura, cada vez disfruto, sufro y descubro más zonas por rellenar en mi pintura. Me encanta respirar y pintando respiro. No soporto permanecer más de dos horas frente al ordenador y la fotografía hoy pasa casi necesariamente por él. Y me niego a retocar, a mentir pintando una imagen fotográfica.
El domingo vuelve al estudio, al mismo donde hace tiempo colgaba en la pared la frase "la pintura a muerte o a mierda", que hoy la matiza añadiendo: "¡ámala! Porque la pintura, como el amor de verdad, es un salto al vacío, sin red". Y sobre la mesilla le espera un maravilloso libro de poemas de Ángel González, Prosemas o menos, del que, dice, le enganchó el primer verso: ya desde muy temprano, / ayer fue tarde. Todavía le queda invierno para trabajar.