Ángel González
Como afirmó tras su fallecimiento el poeta y crítico José Luis García Martín, Ángel González "era quizás el poeta en activo más leído y admirado. Poeta de verso metafísico en ocasiones, humorístico a menudo, chistoso a veces, inteligente y emocionante siempre". Cuando se cumplen 10 años de su muerte, recordamos la figura del poeta asturiano y le damos voz a su obra.
- Escucha aquí una selección de sus poemas hecha por amigos y compañeros
Sus amigos, quienes le trataron (fue un hombre propenso a la amistad), lo recuerdan como melancólico, triste y hasta pesimista, pero al mismo tiempo, paradójicamente, alegre y vital. "Nunca he conocido a un poeta que se pareciera tanto a sus poemas como Ángel González", dijo Luis Muñoz, quien añadía: "Había en él la misma proporción de dignidad y sencillez, de humor y de pudor, de inteligencia y despojamiento que en sus poemas, un equilibrio difícil, como todos los equilibrios, que él llevaba con naturalidad y con una especie de vitalismo escéptico". No debió resultarle sencillo remontar la memoria de un niño que pierde a su padre a los dos años, a un hermano fusilado en la Guerra Civil (que mandó al exilio a otro) y a una hermana, Maruja, represaliada por lo mismo y destinada a Páramo del Sil, un pueblo perdido en la montaña leonesa del Bierzo donde el poeta convaleció de una tuberculosis, lo que está en el origen de su vocación poética. Al lado, en la aldea de Primout, llegó a ejercer fugazmente como maestro de escuela (había estudiado Derecho y Magisterio, una tradición familiar). A su lado, es verdad, siempre estuvo su madre, María Muñiz, a la que dedicó "Primera evocación", que empieza: Recuerdo bien a mi madre. / Tenía miedo del viento...
Tampoco sería fácil compaginar su labor literaria con la de funcionario del Ministerio de Obras Públicas, donde trabajó desde 1954 hasta 1972. Un año después, eso sí, daba un salto decisivo en su vida y se marchaba a enseñar a Albuquerque, en Nuevo Méjico, Estados Unidos, de donde iba y venía en sus últimos años, hasta que el corazón dijo basta.
Como a Luis Landero y Félix Grande, le tentó la guitarra (no flamenca), un instrumento de lo más adecuado para alguien al que le gusta cantar (boleros y rancheras, por ejemplo) y, tanto o más, el alcohol, el tabaco y la noche. Su excepcional generación, la del 50, ha pasado a la historia como una de las más bebedoras de cuantas se recuerdan. A ellos (Gil de Biedma, Barral, Goytisolo, Claudio Rodríguez, Caballero Bonald, etc., los de la famosa fotografía del 59 en Collioure) les unía no sólo esa afición, sino también similares ideas políticas y literarias. Porque Franco gobernaba, le tocó practicar una "poesía crítica", como él denominaba a la "social", donde nunca faltó el imprescindible rigor. Se ayudaba de la ironía, arma de la inteligencia llamada a neutralizar la indeseable solemnidad.
Tomó como maestro a Machado ("Esta idea de conjugar la intimidad con la Historia, el conocimiento del yo con la reflexión colectiva, lo privado con lo público, es el principal nexo de unión entre la poética de Ángel González y la de Antonio Machado", según Xelo Candel). Y a César Vallejo. Y ya que hablamos de maestros, bueno será mencionar la influencia que tuvo en la Generación de los 80 o de la Democracia, la de sus nietos (fue santo tutelar de los poetas de la experiencia), y lo duro que fue (en un artículo publicado en Cuadernos del Norte, pongo por caso) con los Novísimos, sus hijos. Que el poeta Aníbal Núñez, uno de estos, le tuviera en un altar siempre me pareció, por cierto, un hecho significativo.
Y todo para construir -que es lo que importa, por lo que sigue vivo- una poesía de tono cercano y coloquial ("leer es conversar"), narrativa, natural y clara. Dijo una vez: "En el fondo, la poesía no es más que una forma de decir, una peculiar manera de hablar". Y, citando a Milosz: "La poesía es una apasionada persecución de lo real".
Sus versos están reunidos en Palabra sobre palabra, que publicó Seix Barral en 2005, aunque luego llegara Nada grave, obra póstuma de 2008. Allí están, entre otros, sus libros Sin esperanza, con convencimiento, Tratado de urbanismo, muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan, y Otoños y otras luces.
No fue un hombre de premios, por más que su ópera prima obtuviera un accésit del Adonais y le concedieran galardones tan notables como el Príncipe de Asturias o el Reina Sofía. Mereció el Cervantes.