Un jardín de invierno II, 1974. Foto: Martin Seck

Crítico y teórico, poeta y cinéfilo, conceptual y subversivo. Un creador total y un referente absoluto. Marcel Broodthaers llegó en los años 60 para reinventar el lenguaje del arte y la idea de museo. Él construyó el suyo en su apartamento e hizo de sus retrospectivas obras de arte en sí mismas. Exposición de exposiciones como la que veremos a partir del martes en el Museo Reina Sofía con más de 300 obras, organizada junto al MoMA. Gloria Moure, una de las mejores conocedoras del artista y editora de sus textos, pone en contexto a este belga de ironía positiva.

Hay pocos creadores que, como Marcel Broodthaers (Bruselas, 1924-Colonia 1976), se mantuviesen siempre independientes y que acompañasen esa autonomía de una gran coherencia. Vehemente defensor de su aproximación creativa, su figura es todavía hoy inquietante para muchos porque dejó con sus escritos poco espacio intelectual donde los críticos pudieran descubrir motivos inconscientes de sus impulsos y de sus modos creativos. Tal vez por sus comienzos artísticos tardíos, tras cumplir los 40, y por las fechas en que tomó esta decisión, Broodthaers adoptó una posición comprometida respecto a aquella vertiente de la Modernidad más positivista y prodiscursiva; la misma que se estaba desmoronando con estrépito en los años 60. De ahí que sus escritos y declaraciones, así como cualquiera de sus creaciones, nos resulten asombrosamente actuales.



La trayectoria artística de Marcel Broodthaers debe plantearse en términos fronterizos y de margen, ya que su acción inquisidora y poética tantea continuamente los posibles límites que tienden a demarcarla en todo momento. Esos límites tienen un carácter epistemológico y cultural, pero a menudo tienen, también, una proyección clara en imágenes y en materia. Esa cualidad marginal y fronteriza del hecho creativo no es una novedad para su generación, ya que se había manifestado sobradamente en los espíritus libres de la vanguardia histórica a partir de los impulsos seminales del Romanticismo. Pero, desde mediados de los 60, esa fuerza centrífuga volvió a retormarse con energía inesperada desde el interior mismo de la Modernidad. Abrazar la interacción sin límites y la identificación del lenguaje con la plasticidad y la visibilidad de objetos, fueron el detonante y el catalizador.



Desde muy joven interesado por la poesía, se convierte él mismo en poeta y retoma la tradición de un segmento de la vanguardia histórica cuyos referentes más cercanos para él son Mallarmé y Magritte. Publica libros de poemas, es reportero-fotográfico, crítico de arte y en 1963 se adentra en las artes plásticas al exponer como escultura la unificación con yeso de 50 ejemplares de Pense-Bête, su última reunión de poemas.



Broodthaers constata que el arte siempre es político al cuestionar las normas establecidas

En Broodthaers sería un gran error hablar de sucesión estilística, primero porque el estilo en sí es objeto de sus ironías, y segundo porque suele revisitar con frecuencia técnicas y planteamientos diversos. Sin embargo, sí hay predominios configurativos dentro de una pluralidad proverbial. Su voluntad de producir confrontaciones entre objeto, imagen y signo es una constante en su obra. Broodthaers reconsidera el modelo de representación utilizando diversos medios para establecer la relación entre el objeto y la imagen de este objeto, y para subrayar la relación que existe entre el signo y el significado, practicando un caligrama en el que se encuentran simultáneamente presentes la semejanza, la afirmación y su lugar común. La similitud iconográfica con el Pop Art a veces puede parecer clara, pero su objetivo es distinto, porque sirven más al juego ambiguo entre imagen y soporte, que a una magnificación de la imaginería de los medios de masas.



Los acontecimientos políticos y sociales de 1968, el compartir con su época la desconfianza en las instituciones y en los modos codificados de pensar y de actuar, junto a su mirada crítica del papel del artista, de la obra de arte y del mundo artístico, le lleva a crear el Musée d'Art Moderne, Section XIXème Siècle en su apartamento de Bruselas, el 28 de septiembre de 1968. Este décor que por designación del artista se convierte en "museo", contiene cajas de embalaje de obras de arte que mantienen las señas de sus destinatarios, que Broodthaers completa con una serie de tarjetas postales de obras del siglo XIX que reproducen pinturas de Ingres, David, etc. En esta obra ya contrapone la idea de ready-made a la de objeto-imagen-símbolo que posteriormente desarrollará, bajo formas y en lugares diversos, en una serie de manifestaciones alrededor de la idea de un "museo de ficción", que finalizan en la tres secciones expuestas en la Documenta de Kassel de 1972. La difusión del Musée es en sí misma una parte esencial del proyecto, expandiéndose en el espacio a través de cartas abiertas, invitaciones, certificados y catálogos.



La sala blanca, 1975

El carácter político de la obra de Broodthaers encuentra en Musée su campo de acción: "La galería es un medio para la consagración de sus protegidos en museos, los museos necesitan relativamente sangre nueva pero ya empaquetada por la galería. Hay una profunda interacción entre la galería y el museo. Estoy hablando de museos de arte contemporáneo, por supuesto". Al manifestar la desconfianza en las instituciones y en los modos codificados de pensar y actuar, constata que el arte siempre es político, al poner en cuestión las normas establecidas.



El concepto de exposición en la trayectoria de Marcel Broodthaers es también esencial para la subversión de las categorías artísticas. El paso a intervenir en el espacio y convertir así una exposición en obra obedeció posiblemente a una idea de trayecto perceptivo basado, como poeta que era, en la idea de que la unidad fundamental de significado no es la palabra sino la frase. De manera que lo más importante es que somos capaces de hablar acerca de la realidad no sólo porque los nombres denotan, sino porque las frases dibujan. Para que podamos decir cómo son las cosas también necesitamos ser capaces de poner las palabras en una relación particular entre sí.



La exposición, como la del Reina Sofía, ha sido un espacio utilizado por Broodthaers a lo largo de su trayectoria artística a modo de jeroglífico. Por su estructura de enigma, el jeroglífico depende del orden del lenguaje. Este orden incluye una combinatoria, una selección de objetos y de lugares, y tales objetos adquieren su valor a través de los lugares que ocupan. Broodthaers concibe la exposición como un medio en sí mismo. Las obras son fragmentos que tienen sentido en su relación entre sí. La configuración se ve forzada a desmaterializarse y a diluirse en los objetos elegidos, en el espacio arquitectónico, en la construcción de una sintaxis. Consciente del impacto que el contenido de un museo y la distribución de sus piezas ejerce en la experiencia del significado, la exposición en sí misma viene a completar ese espacio conquistado que se inicia con Musée.



La exposición, como la del Reina Sofía, ha sido un espacio utilizado por Broodthaers a lo largo de su trayectoria
Bajo este concepto, a partir de 1974 diseña una serie de retrospectivas sobre su trabajo construyendo un relato donde cada uno de los elementos que definen su lenguaje se intercalan y recolocan para ofrecer la lectura en tiempo presente. En 1975 realiza su última exposición L'Ángelus de Daumier, en la que, más que en ninguna otra, el contexto tanto político como social es esencial. La muestra tiene lugar en la Fondation Salomon Rothschild, en París, abierta por primera vez al público para esta ocasión. La exposición cuenta con ocho salas en las que aparece la frase Nouveaux trucs, nouvelles combines marcando la importancia del contexto, y utilizando su arma más querida: la ironía positiva. Aquí retoma la idea del Musée, queriendo rehacer la obra de 1968, en un gran bucle que engloba toda su trayectoria plástica, pero finalmente decide crear el anverso de todo el proceso anterior en La Salle Blanche, reconstrucción en madera de una habitación donde los objetos son sustituidos por palabras escritas en las paredes, dejando a la vista lo ficticio de la construcción.



Si para el Musée d'Art Moderne. Departement des Aigles, Section des Figures (1972) escribe su Méthode utilizando los conceptos de Duchamp y Magritte, para la Salle Blanche hace un guiño a La Boîte Blanche (1967), el conjunto de textos en el que Duchamp especula sobre la posibilidad de hacer obras "que no sean de arte". La última manifestación de la idea de Musée, La Salle Blanche, formaliza el espacio de la escritura (su medida) con lo que evidencia que lenguaje, imagen y materia van indefectiblemente unidos, poetizando cualquier intento clasificador de conocimiento al actuar en las bisagras de unión entre palabras y cosas.



A través de la radicalidad empleada en sus obras, Broodthaers denota que la Historia no ha acabado, sino los intentos de sus filosofías por maniatarla y dirigirla. Pienso que continuamos en la Modernidad, pero mucho más ligeros de equipaje, una vez asumida la objetualidad de la realidad y enfrentados al acoso a la experiencia que la virtualidad informativa ejerce a diario con extrema y diabólica persistencia.