Image: Carles Congost

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Arte

Carles Congost

"Hay un interés perverso de identificar a los artistas de media carrera con los artistas de la burbuja"

25 noviembre, 2013 01:00

Carles Congost. Foto: Daniel Riera

Carles Congost (Olot, Gerona, 1970) vuelve a Glasgow después de 17 años. Lo hace de la mano de la comisaria Emma Brasó, que pone en diálogo sus obras con las del británico Henry Coombes en el Centre for Contemporary Art (CCA). Es uno de los organismos beneficiarios del Programa para la Internacionalización de la Cultural Española (PICE) de Acción Cultural Europea (AC/E), donde ha estado trabajando esta joven comisaria madrileña gracias a una de las becas curating.info. El título de la exposición ironiza sobre cierta melancolía, sobre la expectativa que esconde el éxito, eso de ser nombrado Man of the Year. Sensaciones parecidas contenían los trabajos que Congost presentó en 1996, dentro de la colectiva Spaces of desire, comisariada por Manel Clot. Fue la incursión internacional tras su primera exposición individual en La Capella, Barcelona, en 1995. El inicio de todo lo demás: un trabajo que combina de manera deshinibida diversos formatos para reflexionar sobre los procesos de creación y producción de las obras artísticas y el modo en que se imbrican con la vida. Con la cotidianidad más absoluta.

Sus referentes estéticos estaban antes y siguen vigentes ahora: el universo de la cultura pop, de la música popular, de la estética de masas, del vídeo musical, de la serie B, los cómics, la cultura televisiva... Detrás de una apariencia fantástica y artificial de sus vídeos y fotos, siempre hay una historia que tiene que ver con las personas, con la difíciles que son las relaciones interpersonales. De un modo cada vez más sofisticado, Congost analiza los encuentros entre alta y baja cultura en expresiones artísticas que van del diseño a la música, de la moda a las subculturas juveniles, bajo el deseo de pervertirlo todo, llevándolo al terreno de lo personal, lo cercano. "Cualquiera de estas cuestiones son inagotables creativamente hablando. Difícilmente podría escapar de ellas porque de una manera u otra, me siguen afectando. Aunque es probable que haya ciertos enfoques y recursos estilísticos que sí me parecen obsoletos a día de hoy, por lo que no repetiría la manera cómo resolví alguno de mis trabajos en su momento. En mi opinión, los peores son los más coyunturales: los que, con toda seguridad mejor se ajustaban al protocolo curatorial del momento", explica.

Ahora más que nunca, dice, es consciente de que en gran parte lo que hace es el cine. De hecho una de las obras centrales de esta exposición en Glasgow que inaugura hoy, Paradigm, se vio en el Festival de Cine de Autor de Barcelona en 2012. "Llevo mucho tiempo haciendo cine, sé que uno muy concreto, pero cine al fin y al cabo. Supongo que ha influido el hecho de que en los últimos tiempos, he sido invitado a formar parte de eventos cinematográficos tanto o más que de artísticos. Para mí no existe una gran diferencia entre videoarte y cine experimental, aunque sí hay entre industria del cine y mercado del arte".



-Paradigm se presentó en ARCO 2012, en el stand de Horrach Moyà, y dio título a su última individual en la galería mallorquina. Háblenos de él...
-El vídeo reflexiona sobre el paradigma de la realidad desdibujándose entre el género de ficción policíaca y el misterio intimista y extrañamente new age, entre el cine norteamericano y la catarsis familiar nórdica, dando forma a una enigmática coreografía acompañada por la dramática banda sonora firmada por Evripidis Sabatis y Stefano Maccarrone. Aunque lo cierto es que, cada vez más, intento alejarme de esa concepción del arte compartimentado a base de listas de temas y problemáticas. Prefiero confiar en la capacidad de las obras de comunicar, de establecer vínculos y de activarse a partir de la complicidad emocional e intelectual del espectador. En este caso, Paradigm, lo importante no es tanto lo que pasa sino cómo pasa. No hay una manera de explicarlo sino es a través de la emotividad de la música, su tempo, sus símbolos...

-Esta obra parece tener un tono diferente, dar un giro respecto a otras anteriores. El sentido del humor, la localización, el ritmo, la ausencia de diálogos... ¿Hay clichés que han cambiado?
-El mío es, y ha sido siempre, un lenguaje basado en el pop por lo que es inevitable el uso de clichés. Lo que puede haber cambiado es el modo de integrarlos, de dosificarlos. En mi primera visita al CCA de Glasgow, hace unos meses, nos reunimos con Emma y Henry Coombes para hablar de la exposición y me sorprendieron los comentarios de ambos a favor de esta obra que, en principio, yo sentía fuera de lugar. Henry insistió en que no la excluyera y aseguraba sentirse muy cómodo con su sentido del humor.

-En la exposición también hay una sala dedicada a Bad Painting. Su segundo episodio es lo que ha estado rodando recientemente. ¿Cómo se relacionan?
-El proyecto Bad Painting (2010) nació como un spin-off del vídeo La Mala Pintura (2008) a raíz de una invitación de Dis Magazine de Nueva York para presentar un vídeo inédito en su web. Pronto me di cuenta de que pedía continuidad, que tenía visos de convertirse en una obra importante si continuaba trabajando en ella. Sólo era cuestión de encontrar los recursos para ir sumando capítulos con situaciones y personajes distintos, girando siempre en torno a unas mismas coordenadas. Lo que estreno en Glasgow es, por fin, el segundo de la serie y se presenta como un cuento moral, una especie de Rohmer pero con desarrollo a lo HBO. En él, Alex Katz es el origen de un dilema tanto artístico como existencial...

-Bad Painting alude tanto a una obra mal hecha, de mala factura, como a una obra de arte mala. De estética y de ética. Hábleme de las suyas, de por qué hace arte.
-Por razones existenciales, porque no me concibo a mí mismo sin hacer lo que hago y cómo lo hago. Lo que parece más difícil de entender para algunos es por qué desde el arte y no desde cualquier otro ámbito de creación. Sin duda, en el momento en que empecé se veía mucho más claro que ahora. A mediados de los 90 el arte vivía la necesidad de replantearlo todo, de combatir el discurso oficial, identificado con "blanco, hetero y occidental", y, entre otras cosas, de acabar con la diferencia entre alta y baja cultura. También de integrar, como fuera, las nuevas tecnologías y los mensajes juveniles que llegaban de la cultura de club. En ese contexto no es difícil entender que un trabajo como el mío tuviera las puertas abiertas de par en par. Manel Clot es quien con toda certeza mejor supo tomarle el pulso a aquella época en España, participando de todas y cada una de sus pequeñas revoluciones, tanto en música, diseño, arquitectura... Para él, el discurso artístico giraba en torno a una única experiencia vital que integraba pensamiento, ocio, creación y sexualidad. El panorama hoy es muy diferente pero yo sigo creyendo en las mismas cosas.


Bad Painting, 2013

-¿Cree que se entiende bien su trabajo? Se le ha tachado de banal, frívolo o de "chiste"... ¿Cómo se toma las críticas?
-Soy consciente que me muevo por tierras movedizas. Llevo mucho tiempo haciéndolo y me siento cómodo así. Puede que a veces mi trabajo y la proyección que se ha hecho de mi persona hayan generado fobias, algunas muy notorias, aunque en realidad no quisiera estar ocupando otro lugar.

-¿Qué lugar es ese? Dicho de otro modo, ¿qué es aquello que necesita contar?
-No he pretendido nunca contar grandes verdades ni hacer severas afirmaciones. Mi trabajo opera en un territorio más incierto, basado en el deseo e insistentemente formalizado a través de la ficción. Lo único que pretendo es ofrecer un enfoque singular sobre la manera en que nos relacionamos unos y otros.

-Algunas veces ha relacionado al artista con el adolescente: mismas expectativas, miedos, ilusiones... ¿Lo sigue viendo así?
-No sé hasta qué punto esta analogía podría ser cierta, pero la he utilizado algunas veces para explicar de manera simplista y, seguramente, provocadora, las impresiones que me he ido llevando de ciertos ambientes artísticos. Si me lo aplico a mí mismo, reconozco que en ambas casos existe la necesidad de romper lazos con lo anterior, de transgredir, y de pertenecer a un colectivo y posicionarme frente a los demás.

-Uno de los pilares de su trabajo es la reflexión sobre el propio mundo del arte. Hagamos crítica y autocrítica: ¿qué opina de la situación de los artistas españoles de media carrera? ¿Hay plataformas de apoyo? ¿Hasta qué punto el arte joven es una burbuja?
-No hay apenas plataformas que lo apoyen, pero ceo que en una situación ideal no debería hacer falta. Lo que sí detecto es un interés perverso por parte de ciertos sectores de identificar despectivamente a los artistas españoles de media carrera con los artistas de la burbuja. Es obvio que esta manera de simplificar responde, simplemente, a intereses perversos y que quien propaga estos mensajes es porque tiene participaciones en la novísima otra burbuja: la que pretende sacar partido de la ilusión de una saturadísima lista de artistas jóvenes, excepcionalmente bien formados unos y cegados por la complacencia de las redes sociales otras. En cualquier caso, convenientemente reseteados por miedo a que se repitan ciertas exigencias del pasado.

-¿Qué imagen se da del arte hoy en día? ¿Qué valores no hay que perder?
-Existe un optimismo un tanto forzado en la manera en que se presenta el arte actualmente. Un día, durante ARCO, encendí la tele y topé con la entrevista a un joven artista que hablaba de su presencia en la feria en términos de 'se me ha cumplido un sueño'. ¿Pero cómo decir eso? Por lo visto este lenguaje de reality de cuarta es clave en la fiesta de las grandes oportunidades que algunos quieren hacernos creer que vivimos.