Programar una temporada de ópera es algo que conlleva mucho riesgo y se prepara con años de antelación. Visto así, uno tiene claro que el equipo artístico que incluyó este Ángel de fuego de Sergei Prokófiev para subir al escenario en las últimas semanas de marzo y los primeros días de abril de este 2022 jamás pensó, ni por asomo, el entorno político en el que se estrenaría este título. Era inimaginable.
Pero es emocionante pensar en todo el simbolismo: un compositor nacido en Ucrania y que forma parte del Parnaso musical ruso estrena esta obra por primera vez en España y lo hace en Madrid, la ciudad natal de su primera mujer, Carolina Codina -cantante lírica madrileña- que estuvo a su lado durante todos los años de gestación de la obra, y el estreno absoluto en nuestro pais llega cuando se está produciendo la más feroz, brutal y salvaje invasión de la patria de Prokófiev por la que fue su paraíso y su infierno, la Rusia comunista.
La obra no ahorra ningun tipo de sufrimiento, angustia y desazón a la protagonista, esa Renata desquiciada, agotadora y delirante. Ni a Ruprecht, que anhela el amor de Renata y solo obtiene la perdición a manos de la locura de su amada. Ni a los espectadores, que asistimos a las dos horas y cinco minutos de música y drama sin solución de continuidad, sin intermedio.
Si tras El Abrecartas -probablemente el mayor bodrio que uno ha tenido que sufrir en los últimos años en el Teatro Real- el cuerpo pedía música cantabile, uno de esos títulos que te reconcilian con la vida, melodía, armonía, una función amable… Llega El ángel de fuego de Prokófiev y abrasa y arrasa todo.
La música del autor ucraniano es intensa o muy intensa durante toda la función, con pasajes sobrecogedores, apabullantes, atronadores y al paso enlaza con un lirismo de una factura bellísima. Prokófiev no pudo estrenar en vida esta ópera y recicló la mayor parte de la música en su Tercera Sinfonía que era considerada por Koussevitzky, el gran director ruso de la época dorada de la Orquesta Sinfónica de Boston, como la mayor sinfonía rusa escrita con permiso de la Sexta de Tchaikovsky.
El trabajo de Calixto Bieito con este Prokofiev es exquisito. Sin duda ayuda la escenografía impecable
Hay hallazgos de una sonoridad inmensa y de una inspiración sublime. El valenciano Gustavo Gimeno (46 años) por fin debuta en el Teatro Real y lo hace por la puerta grande. Qué grandeza en el sonido, qué corporeidad y qué talento inmenso para llevar a la Orquesta Titular del Teatro Real a un cromatismo sonoro tan contrastado, tan profundo y pleno.
Gimeno goza con la ampulosidad, con la recreación grandiosa de la partitura, con la fortaleza del volumen y un inmenso sonido que emana de una elegantísima y armoniosa gestión física de la dirección. A Gimeno no solo da gusto oírle, sino también verle.
Todos los cantantes están a un magnífico nivel pero sin duda son la Renata de Ausrine Stundyte y el Ruprecht de Leigh Melrose lo más sobresaliente del reparto. Ambos cantantes están las dos horas de la función en escena cantando, subiendo y bajando escaleras, sometidos a una intensa actividad física que incluso llega a forzar a la soprano a cantar en volandas de algunas mujeres del coro.
La lituana arranca con cierto desajuste vocal pero tras más de dos horas largas uno no puede menor que caer prendado de su gran talento escénico y su potencia vocal. A su lado el Ruprecht del inglés Melrose es soberbio, con una tremenda seguridad vocal y una excelente adecuación al personaje. Son dos monstruos en escena tanto musical como interpretativamente. Ambos sobrecogedores. Abrasadores y grandiosos.
La propuesta de Calixto Bieito con este libreto tan escabroso y oscuro había generado todo tipo de expectativas. Uno está acostumbrado a que donde va este burgalés universal la lía parda. Pero su trabajo con este Prokófiev es exquisito. Sin duda ayuda la escenografía impecable, con una portentosa arquitectura circular que presenta una vivienda en la que continuamente pasan cosas y en la que cada cubo que la compone es un escenario dentro del escenario es un hallazgo fabuloso.
En cada función se interpretará el himno de Ucrania. El público ha respondido con todo el auditorio en pie
Un trabajo magnífico de Rebecca Ringst, de una belleza estilizada que choca con la brutalidad del texto. El libreto, obra del propio Prokófiev, es totalmente ininteligible. El compositor tenía un talento sobrehumano como músico pero mediocre como libretista. Y este es el punto débil de toda la propuesta: un texto flojo, incomprensible que en las manos de Bieito se ha vuelto aún más inexplicable.
A uno le da la sensación que el burgalés, tras leer la obra, debió pensar: esto no tiene ni pies ni cabeza así que voy a olvidarme del libreto, que no hay quien lo entienda, y voy a contar "mi película". Lástima que tampoco su dirección escénica se entienda.
Es cuidadoso en el detalle, meticuloso en el desempeño de los personajes, inteligente en el movimiento escénico de la estructura, del coro y extremadamente comedido en los momentos escabrosos, que trata con primor. Pero aún así, hay un desafortunado divorcio entre la música y la escena.
Nada hay en lo que uno ve con lo que uno lee: olvídense de intentar entender la escena si siguen los sobretitulos. Mejor dejarse atravesar por la portentosa música de Prokófiev y disfrutar de las escenas tan cinematográficas de Bieito -aunque no tenga mucho sentido-.
Un último apunte para felicitar, agradecer y apoyar la decisión del Teatro Real: en cada función de este Ángel de fuego de un ucraniano, considerado uno de los mayores compositores rusos, se interpretará el himno de Ucrania al comienzo de cada representación. Probablemente ha sido el momento más emocionante: el público ha respondido con todo el auditorio en pie y un inmenso aplauso. La cultura también responde a la barbarie con firmeza.