Autora de obras como El gran arcano, La brisa de Oriente o La sonata del silencio, que fue adaptada a serie en TVE, a Paloma Sánchez-Garnica el reconocimiento le ha llegado poco a poco pero con paso firme. Premio de Novela Fernando Lara en 2016 por Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido, su última novela, La sospecha de Sofía, va ya por las 19 ediciones y el pasado 15 de octubre, su nombre era el elegido como finalista del Premio Planeta que despojó de su anonimato a Carmen Mola. “He ido muy poquito a poco pero me siento reconocida por los lectores y por mi editorial porque mis novelas están ahí”, comparte complacida con este “escaparate” que le otorga el sello donde lleva publicando desde que empezó a escribir.
Aunque ella misma se desmarca del género histórico, en Últimos días en Berlín, Sánchez-Garnica desdibuja las secuelas de la Revolución rusa en San Petersburgo y en un Berlín arrasado por el nazismo. “La historia no entra en la II Guerra Mundial sino que se traslada a los Gulag de Siberia. La guerra únicamente se ve en los últimos días del conflicto en Berlín y lo hace además a través de la mirada de las mujeres –explica -. Son mujeres que están en Berlín, ese Berlín bombardeado constantemente por los aliados, convertidas en botín de guerra para los rusos que vuelcan sobre ellas todo su resentimiento, toda su barbaridad, su brutalidad y su afán de venganza. Y lo que yo cuento es cómo lo normalizaron, cómo se unieron entre ellas para defenderse y sobrevivir en esa tragedia que están viviendo”.
Pregunta. Y, sin embargo, su protagonista es un hombre…
Respuesta. Es un hombre porque hay un triángulo amoroso. Hijo de padre español y madre rusa está obsesionado con encontrar a su madre y a su hermano pequeño. El 30 de enero de 1933 conoce a dos personas que son fundamentales en su vida, una joven comunista alemana y una mujer nazi, prohibida, inalcanzable pero de la que se enamora de forma apasionada. Las circunstancias les obligan a alejarse para protegerse el uno al otro. Entonces aparece Krista, que es lo contrario de Claudia, una mujer alemana con principios totalmente opuestos al nazismo. Ella se enamora apasionadamente de Yuri y Yuri se deja querer para intentar olvidar a la mujer amada. Ese amor por Yuri convierte a las dos mujeres en rivales pero ese amor compartido, competido, al final terminará por unirlas en una estrecha y entrañable solidaridad, una complicidad que las salva de la tragedia, la humillación y la indignidad a la que se las arroja.
P. ¿Por qué decidió volver la vista atrás y situarlo en aquellos años?
R. Yo escribo por curiosidad para entender mejor un momento determinado de la historia. No de la Historia con mayúscula sino de las historias con minúscula, las historias de la gente de a pie, de la gente de la calle, de familias normales como podemos ser cualquiera de nosotros cuyos hechos no trascienden más del ámbito privado. Me interesó en principio el ascenso del nazismo, quería entender ese periodo previo en el que se fragua la estructura social y política que precipitó a Europa a la Segunda Guerra Mundial, ese periodo del 33 al 39, pero también me llegaron lecturas de la parte soviética de la revolución rusa, de la guerra civil rusa, del leninismo y sobre todo del estalinismo. No quería renunciar a ninguna de las dos porque me parecían fascinantes para contar historias y al final articulé una forma de contar las dos caras de esa misma moneda a través de los ojos de Yuri. Fue cuando me lo planteé, aunque fue un reto importante para mí, sobre todo documentalmente.
P. ¿Qué importancia le da a la documentación en su trabajo?
R. Es básica. Mi documentación básicamente se basa en la lectura. De este periodo hay documentales muy descriptivos y que me valen muy bien para la ambientación social e histórica de la época, pero sobre todo lo que me introduce en las mentes de estas vidas cotidianas son las lecturas de novelas y de diarios. Diarios de muchos puntos de vista, desde hombres importantes de la política hasta personas anónimas que han escrito sus pensamientos. Y luego novelas, novelas escritas por autores en la actualidad como Las benévolas –de Jonathan Littell- o desde el punto de vista soviético, La octava vida –de Nino Haratischwili-. La literatura te explica los sentimientos. Son novelas como por supuesto El vértigo de Evgenia Ginzburg, o cualquiera de Solzhenitsyn como Un día en la vida de Ivan Denisovich o Archipélago Gulag, La saga moscovita... He leído muchas novelas en todo el periodo y eso me ha ayudado a introducirme en esas vidas cotidianas, en esas historias pequeñas pero muy representativas de lo que era la época y de cómo se vivió.
P. ¿Y qué paralelismos encuentra entre aquella Europa y la actual?
R. No te los podría decir porque en este caso siempre respondo lo mismo. Hay una frase de Stefan Zweig en sus memorias, El mundo de ayer, que dice que “hay una verdad inexorable que la Historia priva a los contemporáneos la posibilidad de conocer los inicios de los movimientos que determinan su época”. No tenemos la capacidad de prever, con la situación que tenemos ahora mismo, lo que puede suceder. Lo que sí podemos es tener ese diálogo con el pasado para estar alerta, para no bajar la guardia, para no pensar que a nosotros no nos puede pasar lo que ocurrió porque puede ocurrir. Con diferentes formas, de diferentes maneras, con diferentes métodos pero con el mismo resultado terrible que vivieron en otros tiempos. El problema del ser humano y de las nuevas generaciones, es que nos creemos inmunes a cualquier mal o tragedia del pasado. Nos creemos que en una sociedad civilizada, acomodada, avanzada, bien estructurada y envuelta en la democracia, el estado de derecho no nos lo pueden quitar. Nos creemos que está metido en nuestro ADN y no es así. Para eso tenemos que estar alerta porque en Alemania el nazismo cuajó porque se encontró una sociedad muy vulnerable. Ese es el peligro, que seamos una sociedad vulnerable y puedan cuajar ideologías de este tipo, de cualquier tendencia. Entonces hay que estar alerta, hay que conocer lo que pasó para protegerse y asegurarnos de que lo que tenemos no nos es regalado, tenemos que cuidarlo cada día.
P. ¿No hemos aprendido nada de la Historia?
R. La historia nos demuestra que el ser humano se equivoca una y otra vez. Con diferentes formas y diferentes métodos pero al final son tragedias mayores o menores. Nos ha pasado ahora con la pandemia, nos creíamos invulnerables y ha paralizado el mundo. Un virus ha paralizado absolutamente todo. Nos hemos sentido tan vulnerables, nosotros que creíamos que podíamos hacer lo que quisiéramos y de repente nos dicen que nos tenemos que quedar en casa porque nos jugábamos la vida. Y nos hemos tenido que meter en casa, paralizar todos nuestros proyectos, actividades y nuestra capacidad de decidir sobre nuestra vida.
P. ¿Es su novela optimista en este sentido?
R. Tiene una visión esperanzadora. Al final el título se refiere al momento en que los protagonistas consiguen dejar atrás esas dos décadas convulsas, devastadoras, en esa época que les ha tocado vivir que son los totalitarismos. Sí que hay un poso de esperanza en el ser humano. En el amor y en la amistad, en las dos cosas.
P. Es curioso porque entre las obras finalistas del Planeta, abundaban las novelas policíacas e históricas, ¿diría que atraviesa un buen momento el género?
R. No creo que mi novela sea histórica. No la considero así porque para mí una novela histórica es la que tiene como centro fundamental un hecho o un personaje histórico, y a partir de ahí se desarrolla la ficción. Últimos días en Berlín no es así. En mi novela el espacio histórico es un escenario más en el que pongo a mis personajes y quiero que me cuenten cómo gestionan sus sentimientos, qué capacidad de decisión tienen de acuerdo con las leyes, con las costumbres, con los principios morales, con los prejuicios que en ese momento hay. La capacidad que tenían las mujeres hace cincuenta años no es la misma que la que tenemos ahora. Todo eso cambia. Y lo que hago yo es eso: establecer, mover, soltar a mis personajes en ese espacio histórico e investigar cómo desarrollan su vida, su día a día, cómo asimilan todo lo que les rodean. Pero los hechos históricos de alrededor no me interesan. En cuanto al momento que atraviesa la novela histórica, yo creo que hay cabida para todo. Para mí es que hay novelas históricas muy definidas que están muy en boga, como las de Santiago Posteguillo, por ejemplo. Yo creo que la novela en general, los thrillers y la novela histórica, tienen un buen momento. La gente ha vuelto al libro.
P. ¿La pandemia ha favorecido ese panorama?
R. Sí. Se ha redescubierto la lectura. Eso ha sido un paso inesperado además. Se han tenido que reinventar las librerías. Los libreros son auténticos héroes, han tenido que reinventarse y al final han conseguido que los libros lleguen a los lectores. Eso es importantísimo, la libertad de los libreros de vender y de los lectores de poder elegir sus novelas es fundamental en una sociedad.
P. ¿Y después de ser finalista en el Premio Planeta, tiene ya algún proyecto?
R. Tengo proyectos, sí, tengo una novela en ciernes que me está rondando la cabeza. Lo que tengo que hacer es encerrarme y ponerme a escribir pero ahora yo creo que voy a tener unos meses un poco complicados y agitados con todo esto así que iré leyendo, tratando de entender el espacio histórico en el que quiero situarla y cuando llegue el momento me sentaré.