Cuando tenía 8 o 9 años, Douglas Stuart (Glasgow, 1976) se sentaba junto a su madre y se ponía a escribir los recuerdos que ella le contaba. Era una de las estrategias con las que lograba que se apartara unas horas del alcohol que terminaría por llevársela unos años más tarde. Criado en un barrio obrero de la dura Glasgow de los años del Thatcherismo, que derivaron en altas cotas de pobreza y desindustrialización en la ciudad escocesa, el escritor tuvo que enfrentarse, además, al abandono de su padre y a la hostilidad que le profesaba una ruda sociedad machista por su condición de homosexual cuando ni siquiera tenía conciencia clara de su condición.
Tras la muerte de su madre cuando tenía 16 años, consiguió una beca para el Royal College of Art de Londres, y tras mudarse a Nueva York trabajó durante años como diseñador de moda de muchas de las firmas más importantes del mundo. Hasta que los recuerdos volvieron con fuerza. “Estuve unos 10 años dándole forma al libro”, explica el escritor al teléfono preocupado por si su voz denota cansancio tras un día entero atendiendo a la prensa española. “Por una parte, fue duro revivir aquellos años, pero necesitaba hacerlo. Me impulsó la nostalgia, y la experiencia fue una oportunidad para reexplorar muchas cosas que no había entendido cuando era niño, para profundizar en mi empatía”.
Su novela Historia de Shuggie Bain (Sexto Piso), un descarnado y conmovedor relato de la infancia de un niño como él en la áspera Glasgow de la época, le valió el pasado noviembre un sorprendente Premio Booker, máximo galardón de las letras británicas.
Pregunta. Su novela narra una infancia muy similar a la suya, aunque insiste en separar la vida de Shuggie de la suya, ¿cuánta ficción resiste una historia sin dejar de ser verdad?
Respuesta. El protagonista, Shuggie Bain comparte, ciertamente, una infancia muy parecida a la mía, pero es ficción. ¿Y por qué es ficción? Porque quería que todos los personajes del libro pudieran contar sus historias, escucharlos a todos, porque la novela aborda temas muy complejos. Con este libro he logrado entenderme mejor y entender a mi madre, el por qué bebía y no cuidaba a sus hijos. También me permitió indagar por qué los hombres eran como eran entonces, tan machistas y derrotados. Ocurre como con todo. Los detalles específicos de la infancia de Shuggie, los nombre, lugares, situaciones… esas cosas no son reales o fidedignas. Pero hay una verdad fundamental que subyace y reverbera por sobre todo eso. Es cierto que crecí en la misma pobreza que Shuggie, que amé y perdí a una madre adicta, que soy gay… y toda la soledad y el aislamiento, esa búsqueda del amor propio son cosas que vienen de mi infancia.
"Gracias a este libro he logrado entenderme mejor y entender a mi madre, el por qué bebía y no cuidaba a sus hijos"
P. Además de su hijo, la auténtica protagonista del relato es la madre, Agnes, tan destrozada que es incapaz de huir del pozo del alcoholismo al que cae una y otra vez. ¿Hasta qué punto cree que fue culpable de su enfermedad?
R. Con los años me he dado cuenta de que la culpa es muy compleja de determinar. No creo en la culpa de aquellas mujeres solitarias y deprimidas. Además, en aquellos años no se sabía nada de la salud mental. Ante un caso como el de mi madre, no se ofrecía ayuda ni tratamiento para la depresión, no se hablaba de las emociones. Así que, al escribir, intenté plantear el personaje desde la compasión. Creo que nadie sufre más que el propio adicto, que como persona, como le ocurrió a ella, lo pierde todo: su potencial personal, a su marido, el nuevo amor de su vida, a todos sus hijos…
Poner voz a un silencio
P. En un determinado momento, Shuggie entiende que no puede salvar a su madre y que debe ser él quien debe dejarla para salvarse, ¿cómo es ese dramático momento de lucidez?
R. Esta es una idea que más tarde o más temprano siempre surge cuando amas a alguien que tiene adicción crónica. Todo el mundo que quiere a un adicto, sea alcohólico, drogadicto o ludópata, acaba enfrentándose a este dilema. Poco a poco todo el mundo termina diciendo: “no puedo gestionar a Agnes Bain, no puedo estar cerca de ella”. Y huye. Les ocurre también a sus hijos, porque es muy complejo determinar hasta dónde puedes llegar para salvar a la persona que más quieres sin sufrir tú demasiado en el proceso. Sin embargo, Shuggie se queda mucho más tiempo que sus dos hermanos, y si Agnes no muriera, él seguiría ahí a su lado.
P. ¿Qué cree que pensaría su madre de este libro y del retrato tan hermoso y desnudo que hace de ella?
R. Creo que estaría increíblemente orgullosa. Las madres siempre están orgullosas de sus hijos, es cierto, pero sé que sabría que la razón por la que escribí el libro es para responder a un silencio enorme. El dolor de mi madre, y el de muchas de las mujeres que yo conocí en aquella sociedad dura y muy machista, era que la gente no las escuchaba. No es que no tuvieran voz, porque tenían voces, y muy potentes, además, pero no se las escuchaba sólo por ser mujeres. Incluso hoy no nos gusta escuchar a mujeres de clase trabajadora. Si recuerdo cuando me narraba su vida, hoy sé que lo hacía porque quería ser escuchada y comprendida. Se sentía menospreciada, abandonada. Así que yo creo que mi madre estaría más que encantada con el éxito de este libro.
"Este libro sirve para devolverle a mi madre, y a muchas mujeres, la voz que le fue robada, la comprensión que nunca tuvo"
P. Otro tema que desarrolla en el libro es el de cómo sufre un niño homosexual en un entorno donde los modelos masculinos son muy rudos y marcados. ¿Qué supuso para usted, cómo le marcó, ser un niño así en aquellos años?
R. Mi condición me afectó principalmente en forma de una soledad tremenda. A los 6 o 7 años yo no sabía quién era como persona, no tenía deseo, era un niño y punto. Fue el resto de gente que me rodeaba quien me decía “por qué eres así, ese tipo de chico”, y se cabreaban. Una de las cosas más peligrosas de la homofobia es que planta una semilla de autoodio en la persona que la sufre. Gran parte de mi infancia intenté conciliar quien era yo realmente mientras trataba de cambiar, de encajar, para poder sentirme como el resto de chicos. Y quería reflejar esto en la novela, esa búsqueda del amor propio. Al final del libro Shuggie lo encuentra, pero es un camino muy largo.
Una solidaridad excluyente
Sin embargo, a pesar de la crudeza de la novela, lacerante en su sinceridad y escrita desde el corazón más profundo, Stuart reconoce que más allá de las cosas malas ya consabidas también pretendía dotar a su historia de otros elementos positivos. “Cierto que había pobreza y violencia, sí, pero también había amor, afecto, compasión. La dureza del libro, que refleja cómo fue todo este periodo, es también un testimonio de la resiliencia de las personas, de como las personas se apoyan”, apunta. Shuggie, por ejemplo, es un niño de esperanza inquebrantable que les pase lo que les pase a su madre o a él, se levanta a diario una y otra vez.
No obstante, el escritor también asegura que deseaba huir de ciertos tópicos habituales que presentan a las comunidades de clase trabajadora como solidarias y compasivas. “En los años 80 eran entornos cerrados, muy opresivos, sobre todo para mujeres que tenían afán de independencia y libertad, como mi madre o para niños homosexuales, para cualquiera que no encajara en el molde”, recuerda. “El cliché comunitario sólo funciona si te adaptas, si encajas. Si no eres como ellos, la solidaridad se utiliza para excluirte, para dejarte fuera. Algo que en mi historia ocurre a madre e hijo de forma diferente pero muy similar”.
P. Su novela entra de lleno en la tradición de obras de autores escoceses que exploran similares temas, personajes y paisajes humanos como Irvine Welsh, James Kelman, Alasdair Gray… ¿Qué otros autores lee y consideras referentes? ¿Alguno fuera del mundo anglosajón, quizá?
R. Me encanta la literatura escocesa y ha sido la mayor influencia en mi escritura, aunque a menudo se centra en los hombres heterosexuales y la experiencia masculina. Además de los nombres que has dicho, me encanta Janice Galloway, por ejemplo, que escribe sobre la perspectiva de las mujeres de clase baja escocesas, y también Agnes Owens, cuyas obras reflejan toda la violencia que cabe esperar de una novela de Glasgow, pero combinada con la dulzura de la maternidad. En cuanto a extranjeros, me adoro a Italo Calvino y me gusta mucho lo que ha logrado Karl Ove Knausgard con Mi lucha.
Literatura de clase media
P. Con este debut logró, tras enfrentar durante años el rechazo de varias editoriales, ganar el Booker, ¿cómo vivió ambas situaciones?
R. La verdad es que me considero una persona bastante estable, me doy cuenta de que hay cosas que escapan a mi control. Al sufrir el rechazo del libro, pensaba que había hecho lo que quería lo mejor posible. Tras cada uno de los 44 noes no cambié ni una sola coma del libro, ni una palabra. Sabría que llegaría su momento. Eso sí nunca me hubiera imaginado ganar el Booker, porque me sentía, y aún siento, un impostor en la literatura, ya que vengo de una clase social muy distinta a la que es habitual en este mundo. Estoy obviamente muy agradecido y me ha cambiado completamente la vida, pero, de nuevo, es algo que escapa a mi control
P. Hace unos meses hablábamos con Ishiguro sobre la aparente diversidad que ha explotado recientemente en las letras británicas, y nos decía que echaba de menos más escritores de clase obrera, por ejemplo. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que su éxito puede ser un ejemplo?
R. Pienso que la apreciación de Ishiguro es muy acertada, sí. Dentro de la multitud de cosas que representa la literatura, seguimos teniendo un gran déficit de voces de clase trabajadora. Quizá es por esto que mi libro fue rechazado más de 40 veces, porque el lector habitual es de clase media, y la gente que trabaja en la industria editorial, lo mismo. Sin embargo, en nuestras sociedades al menos la mitad de la gente en cada país es de clase trabajadora y si llevamos la historia de Shuggie a cualquier país, no es complicado ver que puede ser la historia de cualquiera, por lo que debería existir alguien que la contara y seguro que habrá mucha gente interesada en leerla.
"Dentro de la literatura seguimos teniendo un gran déficit de voces de clase trabajadora, quizá porque la industria es de clase media"
P. Hace poco comentaba en una charla con la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon su intención de regresar a vivir en Escocia, ¿significa eso dejar la moda y volcarse en la escritura?
R. El mundo de la moda ya lo he dejado tras este libro, sí. Uno de los gérmenes del libro fue la tremenda nostalgia que tenía de volver a casa, a Glasgow, y quise recuperar todo ese tiempo que había perdido fuera. Shuggie me ha devuelto a casa. Hace poco supe que han pintado un mural enorme en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad (un salón de baile que aparece en la novela) y es algo que me enorgullece enormemente. Y ahora que escribo a tiempo completo, espero poder pasar la mayor parte del año en Glasgow, sí.
P. Precisamente, está escribiendo una segunda novela en la que aborda cómo es ser un adolescente homosexual en la Glasgow de clase trabajadora de los años 90. ¿Este libro es, de nuevo, una necesidad, quizás un ajuste de cuentas…?
R. Sí, en cierto sentido ambas cosas. Como comentábamos, no hay suficientes voces de la clase trabajadora, y todavía menos que narren cómo se vive y percibe la homosexualidad en este contexto sociocultural. Hace unos días charlaba con la escritora catalana Bel Olid sobre cómo en ciertos contextos tu propia sexualidad te manda al exilio y tienes que refugiarte en ciudades muy grandes, anónimas, para encontrarte. Esto lo puede reflejar la literatura, claro, pero a mí en esta novela me interesa plasmar qué ocurre cuando siendo homosexual tienes que vivir donde vives porque no puedes irte. Quería contar, a través de la historia de dos jóvenes hombres divididos por el sectarismo pero que se enamoran el uno del otro, cómo estas almas tan dulces sobreviven en lugares extremadamente hostiles.