“Susan Sontag no fue publicada, fue anunciada, se decía entonces. Su fama fue un misterio, algo que nadie había tenido ni volvió a tener. Creó en Estados Unidos la figura del intelectual que opina de la actualidad y era famosa como una estrella de Hollywood”. Así la define el escritor Benjamin Moser (Houston, 1976), que tras abordar la biografía de la brasileña Clarice Lispector, (Por qué este mundo Siruela, 2017) se había prometido dejar para siempre las vidas ajenas. Todo cambió cuando el hijo de Sontag, el también intelectual David Rieff le pidió escribir la vida de su madre, encargo que Moser no pudo rechazar.
Siete años de trabajo y más de 600 entrevistas realizadas por todo el mundo, además del Premio Pulitzer, son el carné de presentación de Sontag. Vida y obra (Anagrama), una implacable radiografía que profundiza en qué es el carácter y en cómo se construye y se transforma, para legar una visión total de una de las figuras intelectuales más importantes del siglo XX. Un viaje que Moser emprende a caballo entre la admiración absoluta por el mito y la necesidad de auscultar todas sus borrosas aristas.
“Susan distinguió toda su vida entre el personaje y la persona, siempre convivieron en ella esa famosa celebridad omnipresente en Estados Unidos y la chica Sue, que desde los 12 o 13 años se estuvo preparando para su biografía, para el papel especial que sabe que jugará en la sociedad”, advierte Moser desde el inicio. “La biografía no está escrita para desmitificar, porque adoro a la reina, la diva que fue, pero al mismo tiempo me da mucha ternura saber que había dentro existía esa niña chiquita insegura que logró todo lo que logró a base de mucho esfuerzo y de una voluntad a un tiempo asombrosa y espantosa”.
"Las ambigüedades son lo que define el carácter de Susan. Siempre convivieron en ella la célebre pensadora y la niña insegura y ambiciosa"
Una voluntad tan dual y ambigua como lo fue todo en Sontag, cuyo duro y frío carácter, apoyado en una agudeza poco usual e incluso hiriente, es proverbial. Sin embargo, las páginas de Moser se extienden en estos pliegues para explorar “esas ambigüedades que son lo que la anima, lo que construyen su carácter y la hacen ser ella”. Por ejemplo, el autor se detiene en la profunda inseguridad de la pensadora, “un arma de doble filo, pues, por un lado, sacó a esa talentosa chica de Arizona de su callecita provinciana y la convirtió en un icono de la cultura mundial, algo que nunca hubiera pasado si fuera feliz con su vida. En este sentido, la inseguridad fue para ella un acicate para llegar más lejos”, reconoce el biógrafo. “Por otro lado, ella estaba muy infeliz a pesar de los logros, y nadie puede envidiarle su vida, porque sufrió mucho”.
En el centro de la polémica
Y es que la vida de Sontag transcurrió inmersa en la polémica en todos los ámbitos de su vida. Desde su precocidad a la hora de cuestionar a los popes de la cultura estadounidense de los años 50 y 60, a quienes achacaba su incapacidad de ver el cambio radical en la sensibilidad de su país, hasta su matrimonio con 17 años con el profesor universitario Philip Rieff, que terminó con un sonado divorcio y un nuevo escándalo sobre si ella había escrito un libro sobre Freud firmado por él, algo de lo que el biógrafo no tiene ninguna duda.
También sufrió reacciones adversas por la manera de enfocar su obra y su personaje. “Por ejemplo, cuando publicó su célebre ensayo La enfermedad y sus metáforas (1978) fue muy criticada por no decir que era su experiencia, que ella estaba enferma —de un cáncer de mama diagnosticado a los 43 años—, pero todo el que leyó ese libro entendió la pasión emocional que estaba por debajo y el no desvelar su implicación le dio mucha más fuerza”, defiende el autor.
Otro punto de ataque a su figura fue la seriedad, una de sus palabras clave según Vivian Gornick, pero de nuevo Moser desentraña el porqué de esa actitud. “Pensaba que tenía que ser seria, que era un papel que representaba, porque no quería trivializar el mensaje que estaba dando. Ciertamente con los periodistas, como personaje, era durísima, pero tanto en sus respuestas como en sus textos tiene frases hilarantes, ingeniosas, y una fina ironía que no cae en la carcajada sino en la media sonrisa”.
"Pensaba que tenía que ser seria para no trivializar su mensaje. Fue rechazadísima, y eso le dolía, pero nadie alcanzó tanta relevancia en su generación"
“Alguien de su fama y su posición intelectual siempre es blanco de las críticas y cuanto más grande la figura más se le critica. Ella fue rechazadísima y eso le dolía, claro, como reflejaba en sus papeles secretos”, zanja Moser, para quien Sontag fue la única mujer de Estados Unidos que compartía escalón con “los grandes medallones de la cultura nacional” como Norman Mailer, Philip Roth o Tom Wolfe. “Siempre hemos tenido intelectuales respetados, pero ella iba un poco más allá y le gustaba escandalizar. Además, tenía un talento para ello, pues sabía a quién podía ofender y criticar y a quien no, tenía muy claro el límite”.
En su opinión, en el mundo hispano solo hay una figura comparable, “García Márquez, un personaje que más allá de su literatura dio que hablar por sus amoríos, sus broncas políticas, sus opiniones personales… Eran figuras muy superiores a lo que es un intelectual”. En este sentido, Moser reivindica que su libro se hace corto para decir qué significó Sontag en el mundo. “En su generación nadie alcanzó esa presencia, esa relevancia. Ella conocía a todos los intelectuales brasileños, españoles, franceses o japoneses, incluso cruzó el Telón de Acero a Polonia, Hungría, Yugoslavia… Eso es más normal en el mundo actual, pero en aquel entonces era muy raro”.
Un secreto sin contenido
La profundización de Moser en la figura de Sontag se basa también en que por primera vez un investigador accede a sus papeles secretos, los más de 100 tomos de sus diarios privados, algo que, sin embargo, el escritor abordó con prudencia. “Como biógrafo, y en la vida, he descubierto que todo el mundo miente sobre ciertas cosas. El tema de la sexualidad, por ejemplo, es algo que está plasmado de forma muy abierta y cruda en sus diarios, sin embargo, adviertes en seguida que Susan da varias versiones de la misma cosa, ves cómo va construyendo su verdad”, explica. “Para mí lo principal es la gran diferencia entre persona pública y privada, una vulnerabilidad íntima que en Estados Unidos sorprendió a muchos porque durante décadas sólo se tuvo su imagen como reina de la cultura”.
"Como biógrafo debes cuidarte de esa gente que se toma tres copas y te dice que te va a contar el secreto de Susan Sontag. No hay nada ahí"
En cuanto a los trapos sucios, más allá de esta faceta oculta el autor reconoce que no hay mucho que contar de un personaje tan ostentosamente público. “He vivido muchos años en Nueva York y allí todo el mundo conoce la novela negra de Susan Sontag, sus sonadas broncas con Annie Leibovitz, su mal carácter... A mucha gente le gustaba contar cómo les trató mal, ella es parte del folklore americano, y como biógrafo debes cuidarte de esa gente que se toma tres copas y te dice, en voz baja, que te va a contar el secreto de la vida de Susan Sontag. Esa historia me la han contado 80 personas, de Perú a Noruega, y no hay nada en ella”.
No obstante, una de las grandes decepciones de Moser fue descubrir que “nadie la ha leído, lo que me generó una frustración muy grande. La gente tiene un conocimiento minucioso de su personaje y sus luchas, pero muy superficial de su obra. Se focaliza en su personalidad, en sus avatares vitales, pero no habían leído la obra, y eso me entristece”. Algo que compensó la fascinación de escribir sobre una persona “cuyos ídolos, además de Thomas Mann eran Bette Davis, Greta Garbo, María Callas, Medea, Juana de Arco… Ella se veía como mujer en esa genealogía y llegó a ser una de ellas. Fue una estrella de Hollywood con la cabeza de Sartre, y esa es una figura que no hemos vuelto a tener en Estados Unidos”.
Profecías del pasado
Pero a pesar de ese aura de glamur y del poder que representó tanto en las luchas sociales y políticas como indiscutiblemente en la cultura, Moser recuerda cuál fue la gran frustración de su vida: su incapacidad para meterse en sus textos a sí misma y para crear arte, ficción, novela, y estar “obligada”, en varios sentidos, a volcarse en el ensayo. “Sus modelos cuando era pequeña eran los grandes novelistas, Thomas Mann, Víctor Hugo… para ella ser escritora era hacer novelas y no poder lograrlo le generó mucha insatisfacción. Escribió en los años 60 dos novelas, una mezcla de nouveau roman y el cine de la nouvelle vague, consideradas fallidas y que a nadie gustaron, pero no cejó en su empreño por ser novelista, explica.
“Ya en los 90 volvió a intentarlo y publicó El amante del volcán, que tuvo un éxito tremendo en todo el mundo, y En América. Creo que esos fueron los años más felices de su vida, porque había visto la realización de un sueño de niña”. Sin embargo, Moser reconoce que la novela no era lo suyo, pues no casaba con su personalidad artística. “Cada escritor tiene su personalidad, unos nacen poetas y otros filósofos, pero para ella la ficción era la libertad. No obstante, ella tenía exigencias de formación de lecturas y morales muy opresivas que le llevaban a alejarse de ella. El modelo del intelectual de entonces, ese ideal griego inalcanzable de formación integral en la que lo filosófico, lo científico y lo literario debían ser una sola cosa ese canon destruyo en parte ese sueño”.
"Susan predijo esta pandemia en el sentido de cómo el lenguaje puede convertirse en un arma y la enfermedad como motivo de vergüenza y castigo"
Pero más allá de esta parte narrativa, el legado de Sontag —ese “hacer del pensar una actividad emocionante para al lector corriente”, a decir de Gornick— permanece, incluso demasiado vivo entre nosotros. Y es que, como explica el biógrafo, “si bien hace unos años algunos textos y pensamientos de la autora se estaban quedando un poco anticuados, es curioso cómo sus temas han vuelto a cobrar relevancia”. Un ejemplo es para él el feminismo, que “en los 90 estaba en pleno descrédito y parecía superado y ahora ha vuelto como una evidencia absoluta a nuestras vidas”.
Otro tema, propiciado por la actual pandemia, es la enfermedad. “Ella tiene varios libros donde explora como se habla, se retrata y se somatiza la enfermedad. Predijo toda esta pandemia, no en un sentido biológico, sino en el lenguaje que se usa”, defiende Moser. “En Estados Unidos tenemos un presidente que le da una nacionalidad al virus, que dice ‘virus chino’, lo que derivó en ataques a los asiáticos en las calles. Esta explosión viene del lenguaje, de darle una nacionalidad extranjera a un fenómeno biológico, y eso lo exploraba Susan en La enfermedad y sus metáforas, cómo el lenguaje puede convertirse en un arma y la enfermedad como motivo de vergüenza y castigo. Aunque creo que a ella le hubiera encantado que estas cosas no fueran tan relevantes, sabe como hacer de estas reflexiones intelectuales y filosóficas algo en lo que todos podemos pensar”, concluye el escritor.