Juana de Arco
Miguel de Grecia
7 febrero, 2008 01:00Juana de Arco, según Rossetti (1863). Foto: Archivo
Juana de Arco es, junto a Alejandro Magno, Cleopatra y el propio Jesús de Nazaret, uno de los personajes históricos que más ríos de tinta hacen y harán correr mientras perdure este interregno que llamamos tiempo. Pocos logramos sustraernos al magnetismo de esa voz que parece llamarnos desde otros confines del Universo y Miguel de Grecia (Roma, 1939) es otro de los autores seducidos por el resplandor que a través de los siglos continúa emitiendo la Doncella de Orleáns. Confieso que comencé a leer este libro con cierta resistencia, que no me abandonó hasta pasada la mitad de sus 442 páginas. ¿Por qué? Pues porque es muy fácil perderse en el terreno de las especulaciones cuando de una figura tan llevada y traída se trata. Nos la devuelven siempre deformada por la percepción de quienes, al modo de los cuatro sabios ciegos de la fábula hindú, se aferran a alguna de sus partes, dándola por el todo. Ciertamente, la tradicional imagen de la pastora analfabeta no se ajusta a la idea que el autor expone de Juana como hija bastarda de una dama del más alto abolengo -¿Isabel de Baviera, quizá?- tenida con un misterioso personaje, el Epifanes, sucesor, por designación del gran Philippe de Mézières, en la dirección de los Teólogos, un grupo de laicos y religiosos ordenados que actúa en la más absoluta clandestinidad. ¿Verdadera o falsa esta vertiente -que no es nueva- en la biografía de Juana de Arco? En realidad, no importa. Historiadores muy serios la dan como una muchacha casi culta, hábil en el manejo de las letras escritas y en la lectura, educada en las artes de la guerra; otros se aferran en todo lo contrario y alimentan la idea de la infeliz pastorcita analfabeta. No importa y Miguel de Grecia está de acuerdo con lo esencial, ninguna de las versiones mundanas puede alterar la verdad sobre la Pùcelle: siguió a sus Voces y cumplió sus objetivos, expulsar a los ingleses de Orleáns y coronar a Carlos VII en la catedral de Reims, logró que este pelele pusilánime se transformara en Carlos el Victorioso.En principio, la aparentemente inexplicable reaparición de Juana de Arco cinco años después del amañado proceso que la llevó a morir en la hoguera, encuentra, gracias a la honestidad del autor, una explicación plausible: a Carlos VII le convenía su muerte, le convenía hacerla "reaparecer" para abrir otro amañado proceso, el de rehabilitación, pero no por Juana, sino para legitimarse a sí mismo en el trono francés.
Escrita en un estilo cortado, seco, Miguel de Grecia hace su aporte a ese gran rompecabezas disperso que es la biografía de Juana de Arco, las claves de su intención están dadas al final, en el diálogo entre el longevo y poderoso Epifanes y Jean D’Aulon, uno de los más leales colaboradores de la santa guerrera. También en el imprescindible epílogo, dondeel autor reconoce que, tras mucho investigar, encontró algunos espacios entre lo que se dice, lo que se oculta, lo que se sugiere y es en ese intervalo dejado por los intereses mezquinos, donde se introduce para hilvanar su hipótesis en forma novelada, resultando de ello un libro interesante sin que, en ningún momento, la fugaz trayectoria de Juana de Arco pierda su capacidad para conmovernos.