El Cultural

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'La canción de los nombres olvidados': los límites de la música

François Girard dirige un filme pulcro sobre las secuelas psicológicas del genocidio judío y las distintas maneras de afrontar el duelo

13 marzo, 2020 08:21

Película de clausura del último Festival de San Sebastián, La canción de los nombres olvidados, es una producción de “prestigio” sobre las secuelas del Holocausto dirigida por François Girard, cineasta especializado en filmes con fondo musical como El violín rojo (1998) o Sinfonía en soledad: un retrato de Glenn Gould (1993) con Clive Owen y Tim Roth como principales protagonistas. Basada en una novela del crítico de música clásica Norman Lebrecht, cuenta la historia de dos niños ingleses que crecen juntos durante la II guerra mundial cuando uno de ellos, Dov (interpretado por Owen cuando es adulto) es adoptado por los padres británicos de Martin (Roth), para ayudar al niño a escapar de la Varsovia ocupada de los nazis. Intercalando el tiempo presente, marcado por la desesperada búsqueda de Roth de su “hermano perdido” con imágenes de la niñez compartida de ambos, Girard entrega un filme pulcro sobre las secuelas psicológicas del genocidio judío y las distintas maneras de afrontar el duelo.

El gran enigma de la historia es Dov, al que conocemos cuando su familia polaca lo entrega al cuidado de una acomodada familia que está fascinada con el talento musical del niño. De talante soberbio, el joven prodigio del violín trata de ocultar su dolor mientras llegan noticias de la destrucción de su ciudad y la barbarie nazi contra los judíos con una actitud distante y chulesca que le provoca algunas antipatías. Tras los recelos iniciales, Martin cae rendido a los pies de un chaval brillante y misterioso cuya tragedia le da una suerte de aura romántica. En la primera secuencia, nos enteramos de que el gran genio, ya con 21 años, no aparece en su solemne concierto de debut para desaparecer por siempre jamás de la vista de su antigua familia.

Estructurada en torno a la incesante búsqueda de Martin de su ”hermano perdido”, la película propone una conclusión curiosa al ser al mismo tiempo una defensa del arte como catarsis y un ataque a la figura del artista, como personaje egoísta y ensimismado por antonomasia. De esta manera, tanto el filme como se supone que la novela de un melómano de prestigio internacional como Lebrecht vienen a reflexionar sobre un tema tan ancestral como los límites del propio arte. Por muy sublime que sea una melodía, por mucho que nos emocione un solo de violín o muy virtuoso que sea el intérprete, nos viene a decir el filme, la propia vida es en sí misma irreproducible en su totalidad y la experiencia humana siempre seguirá siendo inaprehensible. El arte hace la vida más hermosa pero en último término, es incapaz de salvarla.

@juansarda