En temporada de pesca, Peter Kaldheim es solo un jubilado más retirado en el extremo norte de Long Island, cerca de Montauk. “Pesco este tipo pez –señala en una fotografía que se levanta a buscar orgulloso-. Solo voy cuatro o cinco veces al año, cuando es legal y está permitido. Es como el halibut pero una versión más pequeña”, matiza. De naturaleza afable y optimista, hubo un tiempo en que pudo no haber conseguido este tranquilo retiro. Editor en los años 70 y 80, en enero de 1987 cogió un autobús para huir de Nueva York en medio de una tormenta de nieve tras endeudarse con un narcotraficante. Los Giants habían ganado la Super Bowl a los Denver Broncos una semana antes y él había tocado fondo recuerda ahora en sus memorias, publicadas bajo el título El viento idiota por la editorial Temas de Hoy, con traducción de Juan Trejo. Su relato es la historia de aquel viaje que le llevó por la costa este de Estados Unidos, al más puro estilo de Jack Kerouac, en búsqueda de una segunda oportunidad.
Casi tres décadas ha tardado en reconciliarse con aquel pasado que le pasó factura –varias fracasos matrimoniales, enviudó de una de sus mujeres, acabó vagabundeando en Portland y dejó de hablarse con sus padres-. Atrás quedan sus años de adicción a la cocaína, algunos meses en la prisión de la Isla Rikers por tratar de venderle droga a un policía o sus cursos en un seminario. “La escritura es como la pesca -vuelve al presente ahora -. Necesitas mucha paciencia y nunca sabes qué fruto va a dar. A veces las ideas buenas vienen y a veces no, pero si no estás ahí todos los días, no lo vas a conseguir. Si no tienes un anzuelo en el agua, no pescas”.
Pregunta. ¿Y tenía razón su tío John? ¿Si uno toma buenas notas la historia se cuenta sola?
Respuesta. Él tenía razón, sí. Las notas que tomé durante mi viaje en la carretera a través de los Estados Unidos me ayudaron mucho con la narrativa principal de la historia. Pero para todas las partes en las que hablo de mi vida anterior, de mi relación con mi familia y mis estudios, no tenía notas sino que tuve que recordarlo y reescribirlo.
P. ¿Fue difícil rememorar aquello?
R. Fue doloroso. Es por eso por lo que tardé casi 29 años en terminar este libro. Porque algunas de las cosas que hice cuando consumía en exceso drogas y alcohol eran tan vergonzosas que para mí era difícil. No quería revisitar a la persona que fui en aquel momento, no tenía la suficiente distancia. Cuando empecé a escribir esto a mis 50 y pico años, me di cuenta de que no sería sincero a no ser de que hablara sobre todo pero me avergonzaba demasiado hacerlo en aquel momento.
Fue en 2015, después de la muerte de sus dos hermanos menores que fallecieron por cáncer en la misma semana con apenas cuatro días entre medias, cuando se animó a volver a escribir. “Fue en cierto modo liberador –confiesa-. Podía contar cosas que eran verdad y que habían permanecido conmigo en mi memoria por respeto a mi familia. Mis hermanos me hubieran echado de casa por haber admitido por escrito que mi madre tenía un problema con la bebida como lo tuve yo y como lo tuvieron ellos también”.
P. Sin embargo, es su propio sentimiento de culpa lo que recorre página a página sus memorias, ¿ha conseguido perdonarse?
R. Sí. Lo he conseguido. Aunque no sé si tanto perdonarme como resignarme al hecho de que no podía cambiar lo que ya había hecho. A la hora de sincerarme sobre cómo contaba esta historia y sobre cómo afectaba a la gente de mi alrededor creo que gané un poco de paz personal. Ya puedo leer cualquier parte de este libro y no me genera un conflicto emocional o psicológico, pero mientras lo estaba escribiendo sí que era duro. Ahora que está ahí fuera y la gente está respondiendo positivamente me da valor o seguridad en mí mismo para saber que hice lo correcto.
"Yo no tenía ningún tipo de intención de glorificar la parte de las drogas. Me interesaba mucho más la empatía que te encuentras en la carretera por parte de otras personas que tampoco tienen nada "
P. ¿Cree que su experiencia pueda servirle a alguien de lección?
R. Mi problema con las drogas y el alcohol se debió en buena parte a que estaba decepcionado conmigo mismo por no haberme podido labrar un nombre como escritor cuando era joven. Ese era mi sueño. Y en lugar de trabajar más para hacerlo realidad me rendí y caí. Así que creo que si alguien está leyendo este libro y está dudando de sí mismo, creo que sí, podría tomar mi ejemplo y ver que ahí hay un ejemplo de la manera en que no hay que hacer las cosas. También una lección de mi historia es que si no dejas de creer en tu propio valor, incluso en los momentos en los que estás haciendo cosas sin importancia, tienes una oportunidad de llegar a un lugar mejor. Puede que tardes mucho tiempo pero llegarás. Yo tuve la suerte de ser optimista por naturaleza y de creer siempre que podía salir a pesar de la evidencia de lo contrario. Y con el tiempo lo conseguí.
P. Viajó de Nueva York hasta Portland en plena oleada de frío haciendo autostop, ¿qué parte fue más dura? ¿La abstinencia, las condiciones climáticas o darse cuenta de que no tenía nada?
R. Pasar frío. La abstinencia solo me molestó durante los primeros cuatro o cinco días. Si yo hubiese estado metiéndome heroína estoy absolutamente seguro de que no hubiera podido hacer autostop, porque la abstinencia hubiera sido mucho más fuerte, pero la cocaína es una de esas drogas que no se queda en tu sistema durante mucho tiempo. Además tuve suerte de irme de Nueva York en mitad del invierno. Durante muchos días seguidos estuve cerca de la hipotermia en la autopista y cuando tienes tanto frío no puedes echar de menos las drogas. A lo mejor deberían convertir eso en un tratamiento. Meterte en un congelador durante un par de días –bromea-. Más de un lector crítico me ha planteado por qué no hablo más sobre el síndrome de abstinencia y creo que esta gente está acostumbrada a las historias de drogas en las que se habla de lo terrible que es físicamente. La manera en la que se escribe sobre el síndrome de abstinencia es casi como una especie de porno de la adicción. En mi caso se vio eclipsado por el frío. Yo no tenía ningún tipo de intención de glorificar la parte de las drogas. Me interesaba mucho más glorificar la empatía que te encuentras en la carretera por parte de otras personas que tampoco tienen nada y que aun así están dispuestas a compartir lo poco que tienen.
"Una cosa que te da el ser un camello en los bares es que te ayuda a calar a la gente. Hay gente a la que no querrías darle la oportunidad de que te golpee en un callejón"
P. De hecho, una parte positiva de esta lectura, es precisamente esa amabilidad, esa humanidad que se va encontrando en su recorrido…
R. Sí, no me esperaba eso cuando salí a la carretera. Yo pensé que sería como salir a la guerra. Pero fue conmovedor encontrar a tanta gente dispuesta a ayudar. También encontré a mucha gente que no aparece en el libro que podía ver a simple vista que eran personas con las que no me quería ver asociado. Una cosa que te da el ser un camello en los bares es que te ayuda a calar a la gente. Puedes ver si alguien está dispuesto a no pagarte por las drogas o hablar demasiado sobre quién eres. Hay gente a la que no querrías darle la oportunidad de que te golpee en un callejón. Yo era muy consciente y aquello me ayudó a evitar a algunos personajes que no eran trigo limpio.
P. También fue seminarista, ¿qué opinión le genera la religión hoy?
R. No tengo ningún tipo de creencia en la religión organizada ya. Para mí todas las religiones son mitos que se crearon para hacernos sentir mejor sobre el hecho de que todos vamos a morir. Sin embargo, sí que creo que hay otros planos de la existencia sobre los cuales conocemos muy poco y creo que existen milagros en el mundo todos los días o cosas sobre las que no sabemos lo suficiente. Pero la religión como tal no explica nada de eso. Es curioso, tampoco quiero decir que no creo en Dios. Yo creo que existe la posibilidad de un Dios o algo que está en otro plano, otra dimensión.
P. Pero en lo que sí que tiene fe es en el poder de las palabras, ¿no?
R. Sí, sí, sí. "Siempre imaginé que el paraíso sería un tipo de biblioteca", dijo Borges. Me encanta Borges.
P. En su libro menciona además a Cervantes, ¿qué otros autores de habla hispana le gustan?
R. Acabo de leer la última novela de Javier Marías sobre la esposa de un espía que desaparece durante 20 años -se refiere a Berta isla-. Es un libro muy interesante. Mis autores favoritos en español son Roberto Bolaño y Gabriel García Márquez. También Cortázar. Y hace poco he leído un libro de una joven argentina escritora, que se llama El nervio óptico, de María Gainza que también me gustó.
P. Después de su periplo por las carreteras, llega a Portland y se encuentra con que no tiene nada, se ha convertido en una persona sin hogar, ¿cómo vivió aquello?
R. Da mucha vergüenza tener que depender de otros. Eres un adulto y eres como un niño porque esperas que otro te dé de comer y eso es duro para el ego. Si no hubiera estado siguiendo a mi héroe, a Jack Kerouac, y tomando notas a lo largo del camino y contándome a mí mismo que algún día convertiría todas esas notas en un libro, no hubiese tenido ningún tipo de autoestima en ese período.
"Para mí todas las religiones son mitos que se crearon para hacernos sentir mejor sobre el hecho de que todos vamos a morir"
P. ¿Cree que tal vez existe poca empatía hacia las personas sin hogar?
R. Sí, desde luego por parte de los políticos muy poca. Y de parte de los ricos. Los que son más empáticos son los que están solo uno o dos escalones por encima de ti en la escalera. Personas pobres que tienen un sitio donde vivir pero no te miran mal porque se ven cerca de donde estas tú. Aunque a veces también se enfadan porque piensan que les haces quedar mal porque mendigas o duermes en las calles. Hay pobres que tienen tres trabajos para poder costearse un apartamento minúsculo y no entienden cómo alguien no trabaja tanto como ellos para quedarse fuera de las calles. Pero no es tan fácil porque cuando te sales del mundo laboral es muy difícil volver a entrar. Necesitas una dirección postal, un número de teléfono para que te puedan contactar. Y no tienes nada de eso. Cuando yo llegué a Portland y vivía en las calles si no llego a ser capaz de vender mi plasma hasta juntar suficiente dinero para poder vivir en un hotel y así obtener una dirección postal, no habría encontrado la manera. Ese fue el paso que tuve que dar para salir de las calles. Incluso entré a vivir en un hotel para vagabundos y tenía una dirección pero no tenía un número de teléfono. No había móviles. Así que solicitaba un trabajo y el único número de trabajo que podía poner era el de la recepción del hotel. Si llamaban a ese número y escuchaban Hotel Joyce todos sabían que era un hotel para personas sin recursos o para borrachos. Así que era muy difícil conseguir un empleo. Tuve que irme de allí.
P. ¿Volvió a tener contacto o saber algo de la gente con la que se encontró en su camino?
R. Con la mayoría de la gente que conoces en la carretera ni si quiera intercambias apellidos. Al chaval joven con el que hice el trayecto de Florida a Nueva Orleans le mandé una postal. Pero nunca me respondió mientras vivía en Portland y luego pasé mes y medio en Seattle sin dirección antes de llegar a Montana así que no volví a saber de él. Solo sé de mi amigo Gerry con el que me escribía en Nueva York. Pero la gente que conocí en el trayecto está en mi cabeza. Yo nunca he sido un soldado pero sí tengo amigos que han estado en la guerra y en esos pocos meses de mi vida que pasé atravesando los Estados Unidos era casi como si hubiera estado en la guerra porque mi cerebro lo recuerda todo. Todos los detalles. Incluso ahora. Esos cuadernos, esas notas, no eran tan necesarias como yo pensaba porque puedo simplemente cerrar los ojos y acordarme de cada kilómetro de ese viaje como si hubiera sido ayer. Creo que el cerebro genera algo químico cuando está bajo estrés que hace que esas memorias se agarren más fuerte y duren más.
P. Su libro tiene título de canción de Bob Dylan, El viento idiota, ¿cree que esos aires soplan también en la cabeza de algunos líderes políticos?
R. No me hagas hablar... En mi vuelo de camino a Madrid pensaba que si alguien me hacía alguna pregunta sobre nuestro llamado presidente, le diría que las únicas palabras que conozco en español para él son: “Un bolsa de mierda gorda” –en castellano-. A ver si en noviembre conseguimos que entre otra persona.
P. A día de hoy, ¿qué relación tiene con la carretera? ¿Conduce? ¿Para si ve a alguien haciendo autostop?
R. Sí, conduzco. Sí que lo hago pero solo si estoy viajando a una distancia considerable. Lo que yo aprendí cuando estaba en la carretera es que a veces es más inconveniente para un autoestopista cuando le recogen y le llevan solamente cinco o seis kilómetros cuando en realidad alguien podría venir y llevarle un trayecto más largo. Pero sí, sí que recojo autoestopistas. Aunque ahora que soy más mayor, y más incapaz de defenderme a mí mismo, sí que escojo a quien recojo.