“El problema es que el turismo tiene la tendencia a convertir todo, por ejemplo, una ciudad, en algo fuertemente señalizado. Intenta de algún modo reducir todo a conceptos o a una serie de “experiencias” encapsuladas. La única posibilidad de escapar a esa concepción es mirar en otra dirección, mirar a todo eso ajeno a las listas de 10 cosas que hay que hacer o visitar”. Así explica el periodista profesor y crítico literario Josep Maria Nadal Suau (Palma, 1980) el núcleo de Temporada alta (Sloper), un anárquico y heterodoxo ensayo que reflexiona, de forma universal, aunque tome el turismo como palanca, sobre las realidades sociales y económicas de nuestra sociedad actual y sobre el sentido de las personas y/en lo urbano.
“Una de mis preocupaciones, sin renunciar en ningún momento a ser un libro anclado en Palma, es que fuera de algún modo un libro a partir de Palma más que sobre ella. Que la gente de otros lugares se pudiera reconocer”, explica Nadal Suau. “No es tan difícil, porque en realidad el paisaje urbano está siendo tomado un poco al asalto por franquicias y conceptos muy parecidos en todas partes. ¿Hasta qué punto eso es malo? Sí, yo creo que es malo, pero también reconozco las posibles ambivalencias de todo lo que trato en el libro, que no es un sermón, sino una reflexión”, apunta el autor, que presenta esta tarde a las 20:00 en el Hotel de las Letras de Madrid.
Pregunta. “La ciudad son personas, no estampas, marcas o mitos”, asegura recurrentemente. ¿Olvidamos a la gente por efecto del turismo o es el signo de los tiempos?
Respuesta. Precisamente el turismo es una metonimia del signo de los tiempos. Ha sido una de las industrias más pujantes del capitalismo en la segunda década del siglo XXI, probablemente la más si quitamos las ilegales, y por lo tanto sirve muy bien para entender cómo funciona el capitalismo en este momento concreto de su evolución. El cual, entre otras cosas, consiste efectivamente en que los individuos se pierden en estadísticas masivas y descomunales. Mi descubrimiento mientras escribía el libro ha sido principalmente que la ciudad, mucho más que patrimonio o historia, mucho más que los edificios emblemáticos, son sobre todo las personas, y que la única posibilidad de defenderla políticamente son las propias personas.
"La ciudad, mucho más que patrimonio o historia, mucho más que los edificios emblemáticos, son sobre todo las personas"
P. El ensayo explora la ciudad como conflicto y como realidad múltiple, y a la vez como algo inaprensible, ¿es imposible definir un espacio urbano?
R. Pienso que sí, que una ciudad tiene que estar siempre escapándose de cualquier intento de definición. Palma, por ejemplo, aúna muchas realidades, siendo a un tiempo una ciudad cosmopolita y de provincias. Aunque ojo, ser de provincias no es malo. Siempre digo, medio provocando, que nadie crea que por vivir en Madrid o Barcelona escapa de ser provinciano, porque toda España es hoy una provincia en el mundo. Nadie está tan cerca de los centros de poder o de toma de decisiones reales en este país como para creer que escapa de esa condición. Pero Palma también es, y aunque suene un poco perverso, gracias al turismo y al motor económico que supone, un lugar en el que ocurren cosas que no ocurren en otros sitios pequeños, donde tienes vecinos exóticos.
P. Usted, que ya se crió plenamente en una sociedad orientada hacia el turismo, también destaca las partes positivas, ¿cuáles son?
R. Lo primero, que el turismo te permite vivir en Palma inserto en los grandes conflictos contemporáneos. Uno, si tiene un mínimo de olfato, no se siente en Palma al margen o en la periferia, ves aquí muchas cosas que entroncan de modo directo con los debates de nuestra época. Por eso hago el juego con la estatua de Joan Miró, que es algo que tenemos muy asumido e interiorizado como una pequeña muesca del paisaje palmesano y resulta que te permite hacer un pasadizo simbólico directísimo con el mayor centro mundial de toma de decisiones neoliberales, pues existe otra estatua igual en el Peterson Institute for International Economics. Además, evidentemente, el turismo ha implicado dinero, dinero espantosamente mal repartido, pero aún así dinero que ha llamado a otros vecinos a nuestra casa. Y es verdad que tenemos que conseguir que el diseño de la sociedad en Mallorca sea más justo de lo que es, pero sin ese dinero del turismo seguro que no sería tan diversa como es ahora y para mí esa es otra ventaja fundamental. Todo lo demás…
El libro, compuesto por diversas piezas que varían entre la autobiografía, la crónica o la pura ficción, tiene en palabras de su autor, la intención “de ser un poco desconcertante, de acumular muchos tonos, atmósferas y puntos de vista, dando quiebros bruscos. Está pensado así porque de algún modo es el reverso de esa señalización implacable del mundo turístico, que marca rutas concretas. Quería hacer lo contrario, desafiar las expectativas del lector”, explica. Centrado en el presente y mirando hacia el futuro, el texto de Nadal Suau no se resiste a bucear levemente en el pasado para recordarnos, más allá de la nostalgia, cómo fue la realidad. “Esta añoranza un poco mítica del preturismo es algo que tenemos sobre todo quienes no lo hemos vivido”, destaca.
Aunque ve un componente local, “el isleño es muy melancólico de por sí y está muy arraigado a la tierra y al paisaje”, supone que añoramos el pasado porque “vivimos en un mundo que nos pone al alcance muy pocas certezas. “Pero nos equivocamos al añorarlo. El pasado de Mallorca es en gran medida caciquismo, relativa pobreza y en todo caso, ese mismo mundo que añoramos es el que se lanzó, de manera comprensible, a vender la isla porque de pronto había una oportunidad fácil. De hecho, en ese mismo mundo añorado están las raíces de los problemas actuales, por lo que no tiene mucho sentido mitificarlo”, defiende el escritor.
"Se han vivido años de razonable prosperidad que utilizamos con poca ambición. El turismo es un monocultivo extremadamente frágil que puede desaparecer"
P. Afirma que esta nostalgia surge cuando ya no hay vuelta atrás, ¿es hoy el turismo la única alternativa socioeconómica de Mallorca y buena parte de España?
R. Es justo eso, algo que explica muy bien cómo han sido los años de la democracia en España. Lo que me parece más grave, al margen del debate de la desigualdad y de cómo se repartieron las cosas, es que se han vivido años de razonable prosperidad, de los 70 hasta la crisis de 2008, y esas décadas se utilizaron con poca ambición. En Mallorca vivimos absolutamente colgados del bucle de la temporada turística y hemos tenido 40 años para pensar en algo más que eso. Pero no. Hemos acabado siendo un monocultivo, creo, extremadamente frágil, porque hay mil razones por las que el turismo puede dejar de ser tan próspero o buscar otras cosas que no pueda ofrecer Mallorca. ¿Y entonces qué?
Ahí radica una de las preguntas claves del futuro, no solo de la isla mediterránea, sino de buena parte de España, hace años entregada al mismo modelo, el cual, en palabras de Nadal Suau “sólo tiene alternativa si nos ponemos de acuerdo con grandes consensos y si apostamos a veinte años vista. E incluso así ya veríamos”. No obstante, el autor mantiene que esta realidad es algo perfectamente asumido por la mayoría de sus protagonistas. “Durante una época entrevistaba a empresarios de la isla, la mayoría cercanos al mundo turístico, y me llamó la atención que en el fondo todo el mundo, de un modo u otro, es consciente de lo que estamos hablando. La sensación de que vamos tirando y ya veremos…”. Sin embargo, el escritor se considera asimismo “muy escéptico, porque cuando podríamos habernos planteado cosas más ambiciosas lo hicimos, y ahora estamos condenados a este sector servicios”.
P. Aunque pase algo de puntillas, su libro también se asoma a problemas como el cambio climático, ¿hasta cuándo será sostenible el turismo de masas?
R. En el libro hay alguna pequeña referencia a cuestiones climáticas, pero preferí ser prudente. Mis conflictos son a otra escala temporal y social. Aun así, cada vez soy más escéptico con el concepto de sostenibilidad. Reconozco al mercado su imaginación y su plasticidad y estoy seguro de que en cuanto quede definitivamente claro que hay una oportunidad de negocio en las energías renovables habrá cambios, pero los que pueden hacer esos cambios deben ver claro cómo rentabilizarlos. Al final hay una necesidad de estar siempre pisando el acelerador que, si no cambia, forzosamente produce problemas graves a todos los niveles y el clima no es una excepción.
"Con el turismo hemos construido, no perdido sin saber por qué, una sociedad muy distinta a la anterior, pero no creo demasiado en las vueltas atrás"
P. Otro tema que planea en su texto es la alarma surgida tras 2008 del fin de la clase media, ¿realmente ha desaparecido?
R. Quienes más convencidos estamos de que ya no hay clase media somos la clase media. Hay un desgaste muy fuerte, es cierto, pero no hablaría de desaparición. Es evidente que se ha empobrecido y ha recibido golpes muy duros, pero bueno, yo, que pertenezco a ella, sigo viviendo con unos parámetros y unas convenciones que no son las mismas que las de mis alumnos más desfavorecidos de la clase trabajadora. Comparto esa idea de Owen Jones y compañía de que, de algún modo, está bien que la clase media despierte y se dé cuenta de que está más cerca de la clase trabajadora que de la verdadera clase privilegiada. Es un reposicionamiento del que haríamos bien todos en tomar nota y sacar las lecciones sociales y políticas pertinentes. Porque creo que la clase media ha sido muy egoísta. Todas estas apelaciones de los partidos que se llaman de centro, eso de “nos dirigimos a la clase media”, tenían el reverso de que la clase trabajadora les daba igual y a nadie parecía escandalizarle eso.
P. En este sentido, destaca en su texto la falta de interés por rehabitar algún pasado, algo muy común hoy en día, ¿cuál puedes ser, entonces el futuro de Palma y del turismo?
R. En el discurso contra el turismo siempre hay el peligro de sentir amenazada una identidad cultural o lingüística, y se da a veces un giro conservador que no me convence. Es verdad que con el turismo hemos construido, no perdido sin saber por qué, una sociedad muy distinta a la anterior, pero no creo demasiado en las vueltas atrás. Creo que el uso de la tradición es necesario, debemos conocerla y apropiárnosla en el sentido legítimo y honesto, pero el libro mira mucho más hacia delante, hacia dónde podemos encarar el futuro, con colapso turístico o sin él. Como defiendo en un capítulo titulado “Tejido vivo”, la clave está en los vecinos, que ya no somos de una sola tradición cultural o religiosa y ni siquiera no nos identificamos con una sola marca de género… todo eso también forma parte del debate de lo qué es una ciudad y de cómo se conforma. Ahí está el mapa de cómo podemos encarar el futuro, con la convivencia. A través del cuidado hacia el otro, de la cercanía y de la noción absoluta de que los afectos son también política.