A los tres años, animado por sus padres, Moisés P. Sánchez (Madrid, 1979) ya estaba a las teclas. En su casa se escuchaba de todo: Génesis, Beethoven, Coltrane… No había prejuicios ni guetos. Aunque fue la filosofía libertaria del jazz la que finalmente se lo ganó como compositor y pianista. Sin embargo, ha practicado el eclecticismo sin cesar, colaborando con tenores, raperos, copleros… Y trasvasando la música clásica hasta los permeables cauces jazzísticos. Sus ‘variaciones’ de Bach y Stravinski son hitos memorables. Recientemente, además, le ha hecho también un guiño a Bernstein con su álbum Unbalanced, nominado a un Grammy Latino. Y eso a pesar de que, con sus tres movimientos como tres soles, es una propuesta indigerible para la industria musical actual y blindada al picoteo de las redes sociales. Ahora se presenta en JazzMadrid con otro trabajo todavía sin desprecintar, There’s Always Madness.

Pregunta. ¿A qué tipo de locura refiere el título?

Respuesta. A la que opera como motor de genialidades y aberraciones. El título es una frase que dice Joker en el cómic de Alan Moore. Podría traducirse como ‘siempre nos quedará la locura’. Me impactó mucho porque es verdad que esta puede ser lo último a lo que aferrarnos cuando todo está fatal. Pienso en músicos como Monk, Evans, Coltrane, Davis, cuya bonita locura les permitía ver más allá que el resto de los mortales.

P. Es un disco que saldrá muy poco después de Unbalanced. Parece que en este 2019 ha estado particularmente inspirado.

R. En realidad, estoy particularmente cansado (ríe). Yo siempre he querido que bajo mis discos hubiera historias y profundidad, y eso lleva tiempo. Unbalanced lo he compuesto en los dos últimos años en París, sin prisas. Por eso pude simultanear este encargo con There’s Always Madness. Y ya tengo preparados para grabar mi proyecto de Bach, otro con Cristina Mora y un disco para cuarteto de cuerda.

P. Unbalanced nació a instancias del festival italiano de Stressa, donde querían homenajear a Bernstein en su centenario. No se conformó con arreglar su música sino que creó su propia partitura. ¿Qué le llevó a dar ese salto?

R. Fue algo muy natural. Empecé a analizar sobre todo sus sinfonías, sus piezas para piano y sus musicales. Luego jugué con sus melodías pero cuando me puse ya con el piano a escribir me sentía un poco raro. No acababa de desarrollar nada. Así que decidí componer a partir de lo que me inspiraba, más que su música, su persona. Por eso en los tres movimientos se alternan pasajes melancólicos y otros más vitales.

P. ¿Por qué Unbalanced? O sea, desequilibrado.

R. Al leer sobre Bernstein supe que tuvo momentos en que lo pasó muy mal. Por ejemplo, en la época en que dio sus famosos conciertos didácticos para niños, estaba anímicamente muy tocado. Eso le obligaba a llevar una doble vida, que es un poco lo que está sucediendo con las redes sociales. Han disparado el narcisismo y la falta de empatía. Muchos las usan para ofrecer una imagen exitosa y feliz pero, por lo que yo veo en la vida real, la mayoría de la gente está muy jodida. De ahí el poema de Ángeles Mora que incluyo en el interior: “Queriendo mostrar siempre / la cara más brillante de la luna / como mercurio derramado / temblamos en las noches…”. El disco se rebela contra la urgencia de esas redes y contra las modas de la industria musical. En vez de tracks que puedan colgarse en Instagram, he construido tres prolongados movimientos.

“Es impresionante el talento que sale de los conservatorios españoles. Pero está condenado a atascarse en un cuello de botella”

P. Sí, como en una sinfonía clásica. Supongo que haber tenido a su disposición once músicos habrá sido una gozada para un músico como usted, con tan marcada vocación sinfónica.

R. Sí, el concepto es absolutamente sinfónico. Incluso cuando compongo para piano solo a mí me gusta pasear al oyente por largos desarrollos, que son como paisajes. El piano es una orquesta de 88 teclas.

P. En su aproximación a Bach, a sus 15 invenciones a dos voces, fue más ‘cauto’ que con Bernstein. ¿Por qué?

R. Es que cuando le cambias una nota a Bach te sientes sucio, mala persona (ríe). Todo está tan bien colocado… Por él sólo se puede sentir un respeto infinito. Cuando un músico empieza a creerse algo, yo le recomendaría que ponga sus cedés junto a los 150 de su obra completa. Qué mejor cura de humildad… Para salir del atolladero, al final decidí que lo que tenía que hacer era interpretarlo como si lo hubiera compuesto yo. En un punto había que ser osado y saltar al vacío para que la música, la de Moisés P. Sánchez, saliera.

P. También levantó pasión su versión de La consagración de la primavera. ¿Sigue un método cuando hace estos trasvases estilísticos?

R. Sí. Casi lo que lleva más tiempo es el análisis melódico, armónico y rítmico, que debe ser lo más serio posible. Hay que entenderla de arriba abajo, ver sus correlaciones. De repente una melodía te puede aparecer en el compás 35 y en el 348 resurge de nuevo tocada por un oboe pero escondida bajo la cuerda. Esas cosas hay que detectarlas. Luego hay que despojarse del método y lanzarse. Yo no puedo jugar en la misma liga que Stravinski o Bach pero sí llevármelos a mi terreno.

P. Usted ha colaborado con tenores, raperos, cantantes de copla… ¿De dónde le viene esa actitud tan abierta?

R. De la educación musical que me dieron mis padres. En mi casa había una especie de lema: ‘Música es música y sobre todo música’. Yo aprecio la belleza y, por tanto, me da igual cómo esté vestida. Lo único que me echa para atrás es si el mensaje está podrido. Por supuesto, no me parece lo mismo La pasión según San Mateo de Bach o la Novena de Beethoven que una canción de rap pero me parece absurdo limitarse. Siempre me acuerdo de cuando una compañera me incitó a escuchar el Vespertine de Björk en el conservatorio y yo la desdeñaba. Menos mal que al final lo escuché porque con el tiempo me he dado cuenta de que es una obra maestra. Al componer mi propia música, he valorado mucho más la de los demás. Hablar es muy fácil, lo difícil es crear.

P. Es muy crítico con los festivales de jazz y su fórmula de sota, caballo y rey. ¿Cómo romper esa monotonía?

R. A ver… Los festivales privados pueden hacer lo que quieran. Un empresario arriesga su dinero y es soberano. Pero los públicos deberían fijarse en el modelo francés. Allí un 60 % de la programación debe contener músicos locales. Es impresionante el talento que sale de conservatorios y escuelas españoles en estos últimos años. En imaginación y riesgo no tenemos nada que envidiar. Pero toda esta gente está condenada a atascarse en un cuello de botella si no se solucionan las cosas y no se apoya el talento patrio. Ahora se está desperdiciando.

@albertoojeda77