Pocas investigaciones periodísticas han tenido un impacto similar a la de Ronan Farrow para New Yorker sobre los abusos sexuales que Harvey Weinstein cometió de manera sistemática durante décadas. El célebre y brillante productor, detrás de películas tan importantes para la historia del cine de Estados Unidos como Sexo, mentiras y cintas de vídeo (Steven Soderbergh, 1989), El paciente inglés (Anthony Mingella, 1996) o El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997), además de todas las de Tarantino desde Pulp Fiction (1995), era hasta hace un par de años un hombre reverenciado en todas partes. Maestro de la alfombra roja, el autobombo y con un olfato espectacular para detectar el talento, y convertir sus películas de autor en grandes acontecimientos, la propia fama de Weinstein, que interpretaba con fruición el papel de tipo rudo de barriada de Nueva York, quedó de manifiesto cuando las acusaciones de diversas mujeres, algunas actrices muy famosas, otras no tanto, de haberlas incluso violado en algunos casos destruyeron el mito de inmediato. Esto dio pie al movimiento #metoo que ha destapado la cara oculta de algunas de las celebridades más admiradas del mundo hasta entonces.
Sería un poco cruel quizá hacer la lista completa de caídos, entre la que se encuentra Kevin Spacey, Plácido Domingo, Mario Testino o Bill Cosby. Un movimiento con un profundo impacto social que nació cuando algunas mujeres decidieran acabar con el muro de silencio que durante años protegió al productor. Lo más sorprendente de este terrible caso, sin duda, es que durante tanto tiempo Weinstein pudiera seguir adelante con sus actos criminales, gastando fortunas por el camino en acuerdos de confidencialidad mientras su prestigio, su poder y su fama se mantenían intactos. Sin duda, esta impunidad es el aspecto más controvertido del asunto, como se señala varias veces en Untouchable (Intocable), documental sobre el caso dirigido por Ursula Mcfarlane, veterana documentalista con una distinguida trayectoria.
Macfarlane plantea su documental como un homenaje a la dignidad de las víctimas. Aunque hemos leído mucho sobre este asunto, impresiona escuchar a mujeres, todas muy bellas, de distintas edades porque sucedió durante décadas, explicar cómo fueron violadas por el magnate o en el mejor de los casos “invitadas” a acostarse con él bajo amenaza de aquello de “no volverás a trabajar en esta ciudad”. En un caso de abuso de poder inenarrable, el orondo Weinstein, un hombre admirado pero que no muchas veces resultaba atractivo a las mujeres, entre otras cosas porque les doblaba o triplicaba la edad, fue perdiendo complejos con el tiempo a medida que veía que salió airoso y en un momento dado comenzó a comportarse como un salvaje sin cortapisas. Escuchamos y vemos a mujeres como Rosanna Arquette, Erika Rosenbaum o Paz de la Huerta, cuyo testimonio resulta especialmente conmovedor, explicar con lágrimas en los ojos algunas veces la forma en que el magnate les “robó” porque esta es la palabra que utilizan algo profundo, íntimo e inviolable como su sexualidad.
Es una historia con víctimas pero también con mujeres luchadoras que como “David contra Goliat” logran acabar con la impunidad del monstruo uniéndose para que su voz sea escuchada y respetada. Como se nos recuerda en el documental, el propio Weinstein contrató a ex agentes del Mossad para desacreditar a las denunciantes y propagar noticias falsas. En un momento dado, un periodista con el que tuvo una trifulca (porque Weinstein era un hombre colérico) recuerda que él mismo se definió como “el puto sheriff de esta puta ciudad”. Y el reportero comprobó en seguida que tenía razón porque nadie quería publicar información negativa sobre un hombre encumbrado como el perfecto cruce entre el businessman y el mecenas del Renacimiento. Nadie duda, ni siquiera sus propias denunciantes, que fue un productor colosal y un hombre de gran intuición e inteligencia, pero la brillantez jamás puede justificar crímenes atroces. Aunque sea una mala noticia para el cine, para el mundo es una noticia mucho mejor que un "intocable" como él pase unos años de su vida en la cárcel como justo castigo por el “robo” de lo que nunca se puede robar.