No es mano, ni pie,

brazo, rostro, ni otra parte alguna

de hombre. ¡Oh! ¡Sea otro tu nombre!

¿Qué hay en un nombre?




William Shakespeare, Romeo y Julieta

"María de Zayas es la mejor novelista del siglo XVII". Estoy de acuerdo con Rosa Navarro Durán. Como ella coincidirá conmigo en que los suyos (Cervantes al margen) son los más valiosos relatos de la España de entonces, en la eficaz belleza de su prosa o en su valiente y equilibrada defensa de la condición de mujer. Pero a partir de ahí niego todo, preguntas y respuestas, de su artículo "¿Quién se esconde tras María de Zayas?" (El Cultural, 14 de junio de 2019), donde afirma que la celebrada escritora “no fue una persona de carne y hueso, sino solo un nombre”.

Asida de unas palabras que encontramos en las últimas páginas de su segunda colección de novelas (1647), "me conocéis por escrito, mas no por la vista", y de alguna interpretación capciosa como la del juego de ingenio de un elogio ("ni eres mujer ni eres hombre, / nada es humana tu suerte"… porque es divina), Rosa Navarro Durán asegura que doña María nunca existió, sino que es un mero "ente de ficción" creado por Alonso de Castillo Solórzano, una invención del literato que competía con ella en su mismo género narrativo.

¿Es que en el mundo de las letras, de la imprenta y de la administración civil y eclesiástica se fraguó una conspiración para simular que existía una novelista imaginaria?

Vayamos enseguida al grano. La realidad de Zayas no puede ponerse en duda. Los encomios que le dedican Lope de Vega, Pérez de Montalbán y bastantes otros y (notémoslo al paso) bastantes otras, las burlas amistosas de Fontanella, los documentos oficiales que figuran al frente de sus libros, como la aprobación de Josef de Valdivieso que avala la imprescindible licencia de impresión, ¿son acaso falsificaciones o fraudes? ¿O es que en el mundo de las letras, de la imprenta y de la administración civil y eclesiástica se fraguó una vasta conspiración para simular que existía una novelista imaginaria? ¿Cómo "la crema de la intelectualidá" española entró en la confabulación? Y ¿con qué objeto?

Efectivamente, los documentos de la época sobre damas llamadas María de Zayas se prestan a desorientarnos. Pero con los datos ciertos o más verosímiles, como el nacimiento madrileño, el apellido Sotomayor o el parentesco con el reconocido impresor Luis Sánchez, aun dejando muchos huecos en su biografía, permiten por lo menos una identificación básica de la persona. Así espero esclarecerlo con sólidos testimonios en la edición de la Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto que tengo en prensa en la Biblioteca Clásica dirigida por Francisco Rico para la Real Academia Española.

Aun dentro de su brevedad y su objetivo primario, sorprende que Navarro Durán apenas esboce algunas supuestas concomitancias literarias o lingüísticas entre los dos autores que convierte en uno. Pero la única de sus especulaciones que no se sustenta en la retorcida explicación de algún retazo de lo que sus contemporáneos escribieron de la novelista es que una palabra predilecta de Castillo Solórzano aparece en Zayas …una sola vez en toda su obra –prosa y dramaturgia incluidas–, puntualizo yo, y en un prólogo que va sin firma.

Da noticia la profesora Navarro de un reciente libro suyo, María de Zayas y otros heterónimos de Castillo Solórzano, publicado con el sello de la Universidad de Barcelona, y que por desgracia aún no ha llegado a mi Ciudad de México. En él, según resume, no se contenta con dar a Zayas por invención de Castillo Solórzano, sino que la misma calidad de heterónimos otorga hasta a otros tres autores de novelas cortas: Sanz del Castillo, Abad de Ayala y Remiro de Navarra. Ni Fernando Pessoa tuvo tantos, ni nadie parece más ducha que la erudita barcelonesa en desvelar autorías y misterios literarios insospechados: el Lazarillo de Tormes (hacia 1553) lo escribió Alfonso de Valdés (†1532) y su Segunda parte don Diego Hurtado de Mendoza, La pícara Justina es obra cierta de Baltasar Navarrete, tras La Lozana Andaluza se esconde ni mas ni menos que el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba… No sigo la cuenta: me limito a preguntar por la verosimilitud y fiabilidad de su novísima atribución.