¿Qué libro tiene entre manos?
Las palabras rotas, de Luis García Montero, y Emilia Pardo Bazán, de Isabel Burdiel.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
El aburrimiento, el desinterés, la flojera mental, y otros desencuentros de ese tipo.
¿Con qué personaje le gustaría tomar un café mañana?
Con Madame de Rênal, de Rojo y negro, bien en su jardín, bien en su alcoba.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Imposible acordarse. Pero el primero del que tengo conciencia, y al que guardo una infinita gratitud, es Las mil mejores poesías de la lengua castellana.
¿Cómo le gusta leer, cuáles son sus hábitos de lectura?
Leo por la tarde y por la noche, casi siempre en papel, y con un lápiz bien afilado para anotar o subrayar.
Cuéntenos la experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.
La primera vez que me llevaron al circo. Entonces descubrí que no quería vivir en la realidad diaria y objetiva sino en la otra, en el lugar en que ocurrían los prodigios.
Lluvia fina es una novela de sueños rotos (los de Gabriel y sus hermanas, los de Aurora). Como escritor, ¿qué sueños le quedan aún por cumplir?
Seguir escribiendo; es decir, perseguir hasta al final el vano sueño de decir lo indecible, de alcanzar lo inalcanzable.
En el centro de la trama está la familia, sus dramas secretos, sus rencores, pero, sobre todo, está la incomunicación. ¿El exceso de información contribuye quizá a esa sensación de aislamiento?
Parece que sí. El móvil, que nos comunica con cualquier rincón del mundo, a la vez nos aísla, y trivializa nuestra relación con los demás.
¿Qué relación tiene con las redes, le interesan, las teme?
Me interesan, cómo no, y las uso, pero sin olvidar que internet, siendo una herramienta formidable, es también y sobre todo un juego de lo más adictivo, del que hay que defenderse para no quedar preso en sus redes.
La novela nació de una noticia real. Si ahora tuviera que elegir una reciente para su próxima obra, ¿cuál sería?
Cualquiera. La muerte de Verónica, por ejemplo, la empleada de Iveco que se suicidó avergonzada por un vídeo íntimo que algún canalla había difundido por wasap entre sus compañeros de trabajo.
Su editorial celebra estos días sus primeros 50 años: ¿cuál es el secreto de su mutua lealtad?
En Tusquets lo hacen todo tan bien, y son tan cariñosos, y tan leales, que dónde iba uno a estar mejor que allí.
¿Le importa la crítica, le sirve para algo?
Me importa, más por vanidad que por otra cosa, pero no me sirve para nada.
¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?
Apenas lo entiendo, y quizá por eso apenas me emociona.
¿Cuál ha sido la última exposición que ha visitado?
Una de coches antiguos en Amán.
De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
De Kandinski.
¿Qué música escucha en casa?
Bach, Mozart, Chopin, Paco de Lucía, Camarón, Louis Armstrong, Nina Simone…
¿Cuál es la película que ha visto más veces?
Debe de estar entre Tiempos modernos, de Chaplin; Centauros del desierto, de John Ford; la bergmaniana Fresas salvajes o El verdugo, de Berlanga.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
Me gusta, y mucho, y las razones serían interminables. Y hay también cosas de España, de su historia y de su ahora, que no me gustan nada, como supongo que también les pasará a los ingleses o a los belgas.
Déjenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.
Un gobierno ilustrado. Llevamos siglos esperándolo, como al Godot de Beckett.