Agustín Pery. Foto: Matías Nieto Koenig
Una frase de Jean de la Bruyere -"Los malvados son como las moscas que recorren el cuerpo de los hombres y solo se detienen en sus llagas"- es la clave de la primera novela del periodista Agustín Pery (Cádiz, 1971), Moscas (Pepitas de calabaza), un relato que desborda las convenciones del thriller para trazar el retrato desolado de una sociedad corrupta a todos los niveles. Pery no da tregua al lector. Desde las primeras páginas, en las que narra el descubrimiento del cádaver, desfigurado a golpes, de un periodista demasiado entrometido, se suceden las sorpresas, y constructores políticos y funcionarios van desenmascarando sus vergüenzas. No, no hay tregua en esta opera prima que se presenta esta tarde en Madrid y que sin la complicidad del colectivo Doce Plumas, del que Pery forma parte, tal vez no existíría. El propio Pery lo confirma: “Me quitaron el miedo a escribir ficción. Escribí dos relatos con ellos, gracias a la generosidad o la inconsciencia de Juan Carlos Enrique Forcada, compañero de OndaCero en Palma. Esos dos relatos breves son el armazón de Moscas”. Pregunta.- Escribió esta novela en un momento personal y laboral muy complicado: ¿sin esos problemas profesionales y de ánimo hubiese existido el Pery narrador, o sólo era cuestión de tiempo? Respuesta.- No creo que hubiera existido porque nunca encontré tiempo para hacer otra cosa que no fuera dedicarme a mi oficio. Es verdad que cuando dejé voluntariamente El Mundo coincidió con un problema médico que me limitó física y aún más anímicamente. Para combatir mis miedos, mi esposa, Teresa, me dijo que escribiera, que no fuera de casa a la rehabilitación para acabar el día recreándome en mi mala suerte. En ese sentido, Moscas ya ha cumplido la función terapéutica con la que nació. Todo lo demás es un regalo que tengo que agradecer a Manu Llorente, Rodrigo Sánchez, David Gistau, Manuel Jabois y muchos más amigos y amigas a los que les debo que Moscas empezara a volar hasta posarse en la cabeza de Julián Lacalle, de la editorial Pepitas de Calabaza. P.- ¿Cuánta rabia, cuánta desesperación, cuánta realidad y cuánto humor componen el relato? R.- Soy incapaz de dar un porcentaje, pero creo que en sus páginas hay de todo un poco de lo que me preguntas. Eso sí, seguro que más rabia que realidad. Esta no es una novela basada en hechos reales sino en la percepción que a uno le queda después de levantar acta periodística durante años de la corrupción, gracias al nunca suficientemente reconocido ni alabado trabajo de mis compañeros de El Mundo/ El Día de Baleares, una redacción que tuve el privilegio de dirigir.P.- Lo que no hay en la novela es rastro de honradez en los personajes. Ni bondad... ¿de verdad no hay salida? R.- Falta mucho por hacer para que finalmente exista una solución. Yo por ahora no la veo. Lo que es peor, no veo una intención real y honesta de combatirla. Puede que sí la ajena pero los políticos tienen la fea costumbre de defender y tratar de minimizar la de sus propias siglas. Corrupto se es por acción y de alguna manera también por omisión, y de lo último se nos acumulan los ejemplos. Basta con asistir a esas inútiles y esperpénticas comisiones parlamentarias, montadas con el único propósito de sacar un rédito político. P.- Muchos de los personajes son casi reconocibles: ¿no sintió compasión siquiera por el periodista asesinado brutalmente en el primer capítulo? R.- Mi mujer dice que soy yo. Ya ve, la poca estima que me tengo. P.- Leyendo la novela, muchas de las situaciones son calcos de la actualidad judicial y periodística española: ¿la realidad supera en este caso a la ficción? R.- La realidad siempre supera a la ficción pero lo que he tratado de hacer con la novela es describir el ambiente emponzoñado que genera en cualquier sociedad la corrupción. Los personajes imaginados chapotean en una ciénaga que sí he conocido. Por ahí revolotean las Moscas. Por eso escogí una frase maravillosa y desoladora de Jean de la Bruyère para prologar la novela: "Los malvados son como las moscas...". P.- En algunos momentos, la relación entre los policías Iñaki Altolaguirre y Joan Planells recuerda (salvando las distancias) a la de Bevilacqua y Chamorro. Es lo único decente que parece haber en la vida del inspector Alto. ¿Sin Lorenzo Silva, tan cómplice por otra parte, el libro hubiese sido el mismo? Porque a su modo las novelas de Silva suelen terminar mejor... R.- Ya me gustaría a mí tener algo de Silva, un ebanista de la escritura y buen amigo, tanto como ennoblecer la solapa del libro después de que, sucumbiendo a mi agotadora insistencia, acabara por encontrar el tiempo que ya no tiene para leerse las galeradas.
"Los personajes imaginados chapotean en una ciénaga que sí he conocido. Por ahí revolotean las Moscas"
P.- Supongo que es un poco pronto, pero ¿qué nos podría adelantar de su próximo relato? ¿se embarcará en un relato global de la corrupción en España? ¿recuperará a alguno de sus personajes, a Planells, a Alsina, a la jueza? R.- Por ahora soy sólo un periodista que ha escrito una novela. Déjame que disfrute de los aleteos de Moscas. Además, Julián Lacalle tiene que recuperarse de la tortura que es soportarme. P.- ¿Quienes son sus maestros en el género policiaco? ¿A quiénes lee? R.- No tengo maestros porque no soy muy buen alumno que digamos. En mis lecturas soy ecléctico, desordenado y nada fiel a ningún estilo. Disfruto de una buena biografía, me engancha una novela histórica, me quedo atrapado con una de suspense y, llámame raro, le veo su punto a zambullirme en un sumario judicial. P.- ¿Y las novelas (negras o no) de qué otro periodista español le gustaría leer y por qué? R.- Pues como he tenido la suerte de currar con algunos de los mejores reporteros espero que tengan ahora un jefe menos invasivo y coñazo que yo y puedan sacar tiempo para lanzarse a escribir. Algunos ya lo han hecho, como Pedro Simón y Alberto Rojas, por citar dos de mi antigua casa. El primero me dejó desfondado, Peligro de derrumbe es una maravilla en su crudeza. El segundo no es una novela pero también es una maravilla por su honestidad para no caer en el fácil sentimentalismo. África está más cerca y mucho más dentro del alma después de leer el libro del mismo título de Alberto Rojas. Hace poco disfruté leyendo, y envidié, Golpes Bajos, de David Gistau. Para que luego digan esa sandez de que el periodista-columnista no sabe escribir largo. Eso sólo me pasa a mí. Ahora en ABC quiero robar tiempo al sueño para leerme España, la historia imaginada, de mi compañera Mónica Arrizabalaga. Y en breve el libro que están rematando, más les vale que sea fuera del horario laboral, Juan Fernández Miranda y Jesús García Calero.