Alberto Rojas durante una de sus coberturas en África
"Este libro no es muchas cosas, pero sí es una mirada hacia lo que sucede al otro lado, fuera de los bares para blancos y de las burbujas de los expatriados", escribe Alberto Rojas en las primeras páginas de África. La vida desnuda (Debate). Sus palabras son una declaración de intenciones. Corresponsal de El Mundo desde hace años, el periodista condesa en esta publicación sus cerca de veinte viajes y de cien reportajes en un solo recorrido, que es además un viaje interno.Lo cuenta en su libro y también en persona. "Lo que estaba haciendo más que irme a África era huir -comenta-. Huir de una situación personal atascada que, desde niño, no me permitía entrar en la casa de mi abuela, que murió cuando yo tenía 11 años. Al final, me he dado cuenta de que he hecho el equivalente a dar siete vueltas al mundo para no ir a diez minutos de donde vivo, entrar en esa casa y afrontar todos los recuerdos y sentimientos que tenía pendientes. Ese es el viaje que tenía que haber hecho y no hice. Ese es el propósito del libro. Empezar algo y terminarlo".
Determinado a regresar este mismo otoño al continente africano, Alberto Rojas reconoce que la suerte es una parte fundamental en las coberturas informativas. Eso y rodearse de traductores, conductores, fixers, personas de confianza que al final marcan la diferencia. "Ellos primero hacen posible que tú hagas el reportaje porque solo jamás llegarías hasta allí. Pero además son necesarios para que después puedas volver".
Pregunta.- Cuando vuelve y empieza a madurar la idea de publicar este libro, ¿cómo se plantea el contenido y el enfoque de África. La vida desnuda?
Respuesta.- Quería introducir todo aquello que en un reportaje periodístico no puedes usar porque las reglas periodísticas básicas te lo impiden. Es decir, la parte anecdótica y la parte emocional. ¿Por qué? Porque consideraba que la parte anecdótica era tan necesaria o incluso mejor que la parte periodística para explicar un país. Lo que te pasa a ti y lo que sientes tú te ayuda a entender un conflicto, una hambruna o la epidemia del ébola, por ejemplo.
P.- ¿Y cómo le afecta? ¿Qué fue lo que más le impactó de África?Son hambrunas inducidas, utilizadas como un arma. Cortan determinadas zonas del país para que la gente muera de hambre"
R.- Es difícil quedarte con algo. El lugar que más me ha impactado, como lugar, es un cementerio de aviones que hay en Bangui en República Centroafricana. Aviones decrépitos donde la gente estuvo viviendo durante años, huyendo de la guerra. Un barrio entero de personas, de cristianos, se fue a vivir allí para que las milicias musulmanas no les mataran. Era un sitio que parecía de Mad Max. La gente vivía dentro de los aviones, en esas condiciones de vida tan precarias, con enfermedades y con total subdesarrollo y abandono por parte de las autoridades. Eso en cuanto a un lugar que me impactara y como experiencia, los centros de alimentación con niños desnutridos que hay en todas las guerras. Empecé viéndolo en el Sahel y lo he ido encontrando aquí y allá, estos sitios te quitan la paz. Es una muerte vergonzosa. Además, en muchos casos son hambrunas inducidas, hambrunas utilizadas como arma de guerra, tal y como comprobé en Sudán del Sur, los señores de la guerra cortan determinadas zonas del país para que la gente muera de hambre, deliberadamente. Eso es una cosa que verlo en primera persona es una absoluta pesadilla.
P.- Precisamente este libro empieza por ahí, con una imagen muy gráfica de esos niños que, en sus palabras solo tenían "piel y huesos", ¿es casualidad? ¿Quiso comenzar con este capítulo por alguna razón particular o siguió un orden cronológico?
R.- No, no es cronológico. Quería dejar claro que este capítulo es el que más me marca a mí pero además quería que tuviera esa importancia dentro del libro. Marca un poco mi forma de trabajar, la forma de ver el periodismo que yo tengo. He discutido con mucha gente, sobre todo con activistas, que me dicen que hay periodistas que tendemos siempre a contar lo negativo de un lugar, a estereotiparlo, y que deberíamos contar otras cosas. A mí me parece bien, creo que hay que contar las historias positivas, claro que sí. Pero imagínate que yo dejo de contar que hay niños muriéndose de hambre en estos sitios. El hecho de que no queramos sacar hoy por hoy niños con moscas, no significa que no los haya. Sí que los hay, sigue habiéndolos. Antiguamente se sacaban y hoy no se sacan pero siguen siendo un problema y una cuestión vergonzosa. También, como posición ideológica y política yo quería que ese fuera el primer capítulo.
P.- Ya que lo comenta, sí que da la sensación de que a veces se limita África a una imagen un poco estereotipada. África es algo más, ¿no cree?
R.- A mí me gustaría estar todo el tiempo contando historias felices. Pero en los sitios donde yo he estado, Sudán del Sur, el Este del Congo, la zona controlada por Boko Haram, Somalia... Yo hago un esfuerzo por encontrar esas historias y a veces las encuentro y las cuento. Me encanta. Es como encontrar una pepita de oro. Pero no es fácil. No es nada fácil. Son lugares muy complicados donde las guerras están enquistadas desde hace mucho tiempo y tienen una solución muy difícil. Podría simplemente contar lo positivo pero ¿estaría contando la verdad? Yo creo que no. Sudán del sur es un sitio absolutamente terrible, donde están pasando cosas terroríficas, unas matanzas y una limpieza étnica de proporciones balcánicas, que nunca sabremos además, porque nadie cuenta los muertos desde hace tiempo. Cuando te llega alguien y te dice que en realidad estás estereotipando, estas contribuyendo a dar una mala imagen de África... Habéis estado aquí vosotros, habéis visto lo que he visto yo. ¿Cómo puedes decirme que yo contribuyo a...? No contribuyo a nada, yo cuento lo que veo y esto sí que es un infierno. Evidentemente yo no quiero decir que el continente africano sea eso. África es el continente que mayor progreso vive económico y cultural. Es imparable. Eso también lo reflejo. Pero no podemos dejar de contar lo otro.
Campo de desplazados de Sigale, en el centro de Mogadiscio. Foto: Alberto Rojas
R.- No, no sé si tengo una respuesta después de haberlo escrito o no. Mira, nosotros no vamos a cambiar las cosas. Hay gente que se mete en este oficio porque cree que algún día va a poder cambiar las cosas y nosotros no vamos a cambiar nada. Nosotros vamos a contarlas nada más. En estos países me he encontrado a muchas personas que esperan que contándote su historia su vida cambie. Y no es verdad. Hay que ser sincero ahí. Recuerdo en Sudán del Sur en una base de Naciones Unidas, había una mujer a la que veía todos los días. Un día me senté con ella a hablar. "Aparte de la humillación de venir aquí con mis hijos -me dijo- y de tener que vivir en estas condiciones, esto no ha aliviado mis penurias porque cada vez que queremos ir al Nilo o a por leña, nos esperan fuera y nos violan. A toda mujer con la que te cruces, la han violado. A las niñas que veas, las han violado. Y a las ancianas, las pocas que hay, también las han violado". Empezaron entonces a llegar otras mujeres que querían contarme su experiencia. Ellas pensaban que su vida iba a cambiar porque me lo contaran a mí. Pero no, nosotros solo lo contamos. ¿De qué sirve este oficio? Para que al menos se sepa.
P.- Dice que los periodistas solo cuentan... Uno de los capítulos de su libro está dedicado a la fotografía de Kevin Carter, premio Pulitzer,en la que se veía cómo un niño desnutrido era observado de cerca por un buitre. Mucha gente cuestionó si entonces el fotógrafo debió o no haber hecho algo más. ¿Cómo valoró aquel debate?
R.- Era absurdo. Todo aquello fue absurdo. Me parece que sobre el fotógrafo cayó toda la mala conciencia de Occidente, lo cual pesó en su ánimo pero no hasta el punto de suicidarse porque como cuento ahí ya era una persona que lo había pensado antes y tenía problemas con las drogas. Pero eso te lo encuentras continuamente. Eso de que el fotógrafo tiene que convertirse en una especie de salvador de las almas a las que fotografía y, si no hace nada, eres como el buitre de la fotografía... Eso es habitual. No obstante, yo me niego a aceptar eso. Nosotros somos la persona que va a contar la escena. Ya hay una legión de ONGs y de trabajadores humanitarios especializados, yo les he visto trabajar y trabajan muy bien en zonas muy complicadas y ese es su trabajo.
Un inmigrante que viene de Camerún no sabe qué operaciones de rescate hay en curso y para él el efecto llamada es irrelevante"
R.- La guerra es un negocio. Hay países donde se ve más claramente que en otros. Hay países donde la guerra simplemente se enquista o va cambiando. Lo que en principio es una guerra por el poder termina siendo una guerra por los recursos económicos. Como el Congo, por ejemplo. En el Congo se aprecia perfectamente cómo todos aquellos agentes que podrían hacer algo para parar la guerra lo que hacen, de alguna manera, es contribuir a que no pare. Por ejemplo, los cascos azules. La República democrática del Congo tiene el mayor despliegue de los últimos veinte años que se haya visto. ¿Ha servido para algo? No. La guerra no se ha acabado y es cada vez más mortífera. Hay 900 ONGs haciendo diversos trabajos. Algunas, no tengo ninguna duda, hacen un trabajo maravilloso pero el flujo de ayuda humanitaria y de fondos que llegan para eso es enorme. ¿Les conviene cerrar esos proyectos? No lo sé, tengo mis dudas, es tal el circo montado allí que tengo mis dudas de que esos agentes que podrían ayudar a detener la guerra, lo hicieran.
P.- Ha conocido de cerca los lugares de los que huyen algunos refugiados e inmigrantes, ¿qué opina del efecto llamada del que tanto se habla últimamente ?
R.- Creo que es una excusa que utiliza determinada parte de los políticos para no tener que ir mucho más allá en la ayuda pero, en realidad, eso no se sostiene con ningún dato. Por ejemplo, cuando Italia pone en marcha la Operación Mare Nostrum en 2013-2014, una operación de rescate movida por la ética porque se estaban produciendo naufragios enormes delante de sus costas, lo hace en soledad. Ningún miembro de la UE le ayuda, con la excusa, precisamente, del efecto llamada. Italia, pocos meses después, pese al éxito de esta acción que logra rescatar alrededor de 100.000 personas, corta la operación. La UE pone en marcha Tritón, que ya no es una operación de rescate sino una operación policial contra las mafias. Pero eso no significa que el efecto llamada se corte. Siguieron llegando. Un inmigrante que viene de Camerún no sabe qué operaciones de rescate hay en curso y para él es algo irrelevante. Él no sabe muy bien a dónde va, él paga dinero a una mafia porque quiere venir haya operaciones de rescate o no, algo que además desconoce. Las mafias traen a esta gente como si fuera ganado. No les importan si se ahogan o no. En este contexto, el factor efecto llamada es algo absolutamente irrelevante dentro de todos los factores que se va a encontrar. El que esgrime el efecto llamada es que nunca ha estado en el otro lado.
P.- Por último, confiesa que África ni si quiera le importaba cuando viajó hasta allí por primera vez, ¿y ahora? ¿Qué es lo que le ha aportado vivirla de cerca?
R.- Me ha dado una información sobre la condición humana que de haberme quedado aquí, en Madrid, en la redacción, jamás hubiese tenido. Por eso, el título de La vida desnuda. Porque cuando te despojas de tu vida cotidiana, los problemas del primer mundo, las redes sociales, la moda, el postureo y aterrizas en un sitio como Sudán del Sur, la República Democrática del Congo o Somalia, donde la gente lo único que pretende es sobrevivir, ahí recibes una información que no tenías y que es muy valiosa. No eres más feliz, pero sí algo más sabio.
@mailouti