En los duros meses posteriores a la Primera Guerra Mundial, un joven Adolf Hitler se encuentra en Múnich intentando evitar la desmovilización para no quedarse en la calle. Si bien fue un soldado eficiente, nunca llegó a destacar especialmente más que como un tipo raro y solitario para quien el ejército era su familia y a quien no se le conocía ningún tipo de inclinación o afiliación ideológica. Sin embargo, el paulatinamente convulso y radical clima político de la capital bávara y la evolución de los padecimientos alemanes de posguerra provocarían una profunda transformación en el joven exsoldado.
¿Cuándo Adolf, un buen soldado con ideas políticas confusas y una ambición moderada se convierte en Hitler, un líder natural con posiciones extremistas? ¿Cómo fue posible que, en tan solo unos pocos años desde su regreso a Múnich, ese soldado se convirtiese en un demagogo nacionalsocialista profundamente antisemita? Tras desmontar el mito del Hitler héroe de guerra en su anterior libro La primera guerra de Hitler (Taurus, 2012), el historiador Thomas Weber (Hagen, Alemania, 1974), profesor de Historia Europea e Internacional en la Universidad de Aberdeen, bucea en De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi (Taurus) en la metamorfosis del dictador alemán.
Pregunta.- Tras su primer libro, ahora se ocupa de la distorsionada versión del ardoroso nazi de época republicana. ¿Hay todavía partes mal comprendidas de la vida de Hitler?
Respuesta.- Totalmente. Tras escribir el primer libro la gente no paraba de preguntarme cómo fue posible que una persona tan solitaria y poco carismática durante la guerra se convirtiera tan rápido en el Hitler líder que todos conocemos. ¿Cómo fue este proceso, cómo absorbió Hitler todas estas ideas de la derecha? No basta decir, como se simplificó durante muchos años, que Hitler estaba lleno de odio. Trato de humanizar al personaje y tener empatía, que no comprensión, para poder entender como fue este proceso, porque convertirlo en un monstruo no sirve de nada. Múnich acogía entonces un entorno político nada homogéneo, incluso la derecha estaba escindida en muchos grupúsculos, así que sus contactos con estas ideas tuvieron que ser paulatinos. Sobre esta base especulativa comencé a investigar cómo se produjo la transformación Adolf en el Hitler que conocemos, y éste es el resultado.
P.- El eje del libro es, en efecto, diferenciar entre cómo se construyó realmente el Hitler político y líder y la versión oficial que dio sobre ello, ¿en qué puntos divergen ambos relatos?
R.- En casi todos. El libro narra estas dos historias paralelas, la verdadera, los hechos, y la semificticia que creó Hitler, tan bien construida que a veces es complicado diferenciarlas. Es muy importante tomarse en serio esta historia inventada de Hitler, porque no podemos simplemente asumir que todo nace de su imaginación. Las exageraciones, contradicciones y mentiras manifiestas de Hitler se utilizaron con fines políticos, forman parte de su transformación en un líder atractivo. Es un claro ejemplo de populismo. En un mundo donde alguien como él, que no era nadie, no debería haber tenido un hueco en la política, aprovechó el gran cambio social de la época para crearse su lugar y generar unas expectativas. Y reinventó su propia vida para encajar la realidad con esas expectativas. Convirtió al soldado disciplinado y leal de simpatías socialistas, un oportunista que sirvió a un ejército que defendía el comunismo hasta 1919, en un acérrimo antisemita partidario de tomar Berlín por las armas.
"Hitler es un claro ejemplo de populismo. Reinventó su vida para poder encajar en las expectativas políticas que iba creando"
P.- Incluso apunta que en su momento Hitler fue rechazado por el Partido Socialista, ¿podría haber sido un radical de izquierdas? ¿Hasta qué punto estaba definida o era clave en sus comienzos la ideología?
R.- Sí, ¿por qué no? En determinado momento Hitler podría haberse convertido en un líder de izquierdas. Al volver de la guerra tenía un confuso batiburrillo ideológico. En aquel entonces, las alas radicales de la izquierda y la derecha compartían muchas ideas clave. Les unía el colectivismo, y por tanto el rechazo del liberalismo y el individualismo; el rechazo del internacionalismo y la globalización, creían en el principio nacional, que el Estado debería organizar la vida… En este contexto no resulta sorprendente que el joven Hitler se moviera entre ambos espectros ideológicos. Si las condiciones hubiesen sido distintas, creo que Hitler podría haber terminado en un grupo político de izquierdas, pero el Hitler que habría emergido entonces habría sido uno muy distinto al que emergió.
Radicalización exprés
Como explica el historiador, el Hitler de 1919 no tenía una ideología muy clara y su filiación se basaba más en el oportunismo, como cuando decidió permanecer en el ejército bajo el gobierno socialista para no perder su paga. Entonces, ¿cuándo se empezó a conformar el Hitler que conocemos? ¿Cuáles fueron las motivaciones de esa metamorfosis que articula el ensayo? Según Weber, la razón clave de su transformación, contradiciendo a lo que él mismo cuenta en Mein Kampf, tuvo lugar en el verano 1919 al darse cuenta, tras el Tratado de Versalles, de la verdadera derrota de Alemania y de sus consecuencias. "Ese es el momento de la radicalización de Hitler, que fue muy rápida, pero mucho más tardía de lo que afirmaba en sus memorias. La derrota fue un shock para él, y se propuso seria y honestamente descubrir qué se debían la debilidad interna y externa de Alemania. Él pensaba que estaba haciendo algo positivo".
En ese contexto, el futuro dictador recibe una formación como propagandista y se ve expuesto a varias influencias de la derecha política radical, con la que comienza a tratar porque sus respuestas le parecen las más convincentes para explicarse a sí mismo por qué Alemania ha llegado a ese estado. "Es complicado responder por qué escogió unas ideas y no otras, del amplio bufet que le ofrecía la política muniquesa de la época", apunta Weber, que reconoce que "incluso hoy en día es difícil decir qué nos lleva a decantarnos por ciertas opciones políticas o por qué una respuestas política a un problema es más convincente que otra".
Lo que sí tiene claro el historiador es que sí se puede decir son las ideas políticas previas de Hitler, antes de su radicalización de 1919. "Es inconcebible pensar, por ejemplo, que podría haber terminado en el partido liberal, porque esto iría en contra de sus ideas colectivistas y nacionalistas y pangermanistas, que cultivaba desde muy joven". En lo que respecta al antisemitismo, "sólo cabe especular con experiencias de tipo personal, con aspectos desconocidos de su vida privada. Es cierto que el antisemitismo era una válvula de escape habitual en momentos de crisis durante toda la historia de Europa, pero la radicalización de ese antisemitismo fue tanto oportunismo político como algo derivado de un trauma personal de su vida privada".
P.- ¿Qué papel jugó Baviera como cuna del nazismo? ¿Por qué pudo arraigar allí contra todo pronóstico?
R.- Baviera y su situación política fueron claves. Pero creo que es más complicado de lo que se suele decir. El partido nazi se fundó en Baviera, sí, pero como fuerza de oposición contra la idea política más popular en la región, el secesionismo o la independencia de Baviera. El partido político nazi iba en contra de esta idea porque se basaba en una concepción alemana, no bávara. Durante mucho tiempo, la élite muniquesa no quería tener nada que ver con Hitler, y Hitler por su parte se reunía con otros inmigrantes de diversas regiones germanas. En algún momento del libro digo que sin Baviera (y sus tensiones políticas) no habría habido partido nazi, pero al mismo tiempo no hubiera habido Tercer Reich si el resto de Alemania hubiera sido como Baviera (tan independentista). Allí, el partido nazi fue tolerado, a pesar de que iba en contra de la idea separatista, porque la élite política lo veía como un grupo que podía utilizar como una palanca para llegar a Berlín. Tenían concepciones políticas diferentes, pero un enemigo común, el gobierno alemán de Berlín. Y hasta 1923, pensaron que podían explotar a los nazis para conseguir más poder nacional.
"El antisemitismo de Hitler fue tanto oportunismo político como algo derivado de un trauma personal"
P.- Fue en el 23 cuando los nazis dieron su primer golpe de Estado. ¿Qué incidencia real tuvo el llamado putsch y qué consecuencias tuvo para Hitler y para el propio partido el posterior juicio?
R.- El putsch fue inicialmente un desastre, un fracaso. Algunos de los asesores más cercanos de Hitler fueron asesinados y otros encarcelados. Él lo sintió como una derrota, porque pensaba que 1923 era el momento de la revolución nacional, de tomar Berlín. Pensaba que su movimiento político estaba destruido y pensó incluso en el suicidio. Inicialmente en el juicio estaba lleno de venganza y quería demostrar que en Baviera todos los poderes y tendencias políticas querían utilizarlos como herramienta política. Pero luego pasa algo sorprendente. Hitler se da cuenta de que todo el mundo le echa la culpa a él, incluso de cosas de las que no era responsable. Eso le daba el escenario y la atención política que siempre había querido tener. Por eso empieza a aceptarlo todo, se hace responsable de cosas que él no había hecho. En este sentido el juicio es casi más importante que el Mein Kampf, aunque en el libro pasa algo parecido. Al principio quiere escribirlo como un libro de venganza, pero se da cuenta de que es su oportunidad de reinventar su vida hasta el momento del putsch.
Evitar los hítleres del futuro
Esta de reinventarse es, como vemos, una constante en la vida de Hitler. Una estrategia que el dirigente ya había utilizado antes de su libro más famoso. Cuenta Weber, que antes del Mein Kampf Hitler ya había escrito una autobiografía dedicada a ensalzar su figura y a presentarse como "el salvador de Alemania", una obra que jugaría su papel propagandístico en su ascenso. "La importancia principal de este primer libro, titulado Adolf Hitler: su vida y sus discursos, es que nos demuestra cómo actuaba Hitler como agente político", explica el historiador. "Hasta 1923, cuando se publica, Hitler no permite que le saquen fotografías ni habla nunca sobre su propia vida. Entonces, cambia radicalmente de forma de actuar, porque se da cuenta de que para ser un líder la gente debe saber quién es". Comienza su propaganda. Escribe esta pequeña autobiografía e insta a otra persona a que la publique como una biografía. "Utiliza su propia vida, su conversión política como una especie de relato de iniciación. Pero va incluso más allá que en el Mein Kampf, porque al presentarla como una biografía es mucho más explicito a la hora de usar un lenguaje mesiánico y compararse directamente con Jesús".
"Que vuelva a haber o no una época de tiranos depende de que reparemos la democracia"
P.- Cierra el libro con un llamamiento al futuro, advirtiendo que el que no haya nuevos hítleres, dependerá de nuestra defensa de la democracia, destruida en los años 20 y 30 por los populistas. Hoy en día se hacen muchas analogías con esa época, ¿cómo de fácil sería volver a ese contexto?
R.- Esas similitudes con el pasado son lo que de verdad me preocupa. En los últimos años vuelve a haber una política de adversarios, de enemigos. Estamos descalificando y despreciando a la gente con otras ideas en lugar de intentar entendernos. Además, vivimos aún una profunda crisis económica, y en consecuencia, la gente pone en duda la globalización. También es interesante cómo se pone en duda el capitalismo, para lo que hay buenas razones vista la crisis de 2008, pero esa crítica por parte de los extremistas presenta fuertes paralelismos con el Hitler del 19 y del 20, que retó al capitalismo de la época. Y no es ninguna coincidencia que hayamos visto en casi todo el mundo un auge del antisemitismo en los últimos años.
» En definitiva, en muchos contextos nacionales hay realidades preocupantes, pero no tanto en términos de líderes políticos, sino en lo tocante a las condiciones. Antes hablábamos de Baviera, cuyas condiciones económicas de crisis y cuyas ambiciones de independencia política fueron el caldo de cultivo del nazismo. En ese sentido es difícil no pensar en paralelismos con Cataluña. También es preocupante ver como los grupos políticos se alían con grupos pequeños y radicales para luchar contra un enemigo común, el gobierno de Berlín entonces, ahora el de Madrid. Porque finalmente, perdieron el control de esos pequeños grupos en principio insignificantes, convertidos luego en grandes fuerzas políticas. Ese es el peligro de vilipendiar a los líderes políticos en los que no creemos. Si llevamos a un líder a la cárcel o si los enviamos a Berlín o Bruselas, existe el peligro de que se transforme. No quiero ser alarmista, no creo que ninguno de los políticos actuales se vaya a convertir en una persona peligrosa. Pero que vuelva a haber o no una época de tiranos depende en gran medida de que reparemos la democracia antes de que las condiciones sean tales que los peores demagogos y su centenar de seguidores se conviertan en legión.