Escritor, periodista cultural, consumado biógrafo y miembro de la selecta Academia Goncourt, donde oficia como jurado del prestigioso premio homónimo, Pierre Assouline (Casablanca, 1953) representa la figura del intelectual al más puro estilo de la sólida tradición francesa. En esta ocasión visita nuestro país para reivindicar la figura del maestro de la fotografía del siglo XX, Henri Cartier-Bresson, pionero del fotoperiodismo, al que le unió una fugaz pero profunda amistad. Pero en los últimos años los viajes de Assouline a España han sido frecuentes con motivo de la preparación de su libro Retour à Séfarad (Retorno a Sefarad), un viaje en busca de sus orígenes judeoespañoles, publicado recientemente en Francia por Gallimard, en el que el escritor relata su recuperación de la ciudadanía perdida hace cinco siglos. Desde su visión erudita y novelesca Assouline entrelaza nuestra España de hoy con los meandros de su historia, y plantea una acuciante reflexión sobre la búsqueda de la identidad.
Pregunta.- Ha escrito una decena de biografías de importantes personajes de la cultura, ¿por qué eligió a Cartier-Bresson?
Respuesta.- Era un personaje que ya admiraba profundamente porque desde joven fui un gran amante de la fotografía. Comencé a escribir libros sobre él y como periodista le había pedido entrevistas muchas veces, pero nunca me las concedía, porque él no daba entrevistas. Hasta que un día hablamos dos horas por teléfono y me sugirió visitarle. Ahí nació nuestra amistad, regada con muchos encuentros, paseos, comidas, visitas a exposiciones... Poco tiempo después supe que escribiría su biografía.
P.- ¿El conocimiento del personaje supone una ventaja o una desventaja a la hora de escribir el relato objetivo de una vida?
R.- De las diez biografías que he escrito, es la única que he hecho de una personalidad viva. Lo conocía desde hacía dos o tres años cuando le dije que iba a escribir una biografía suya, y me contestó "no me importa, no es mi problema. De todos modos, no me gustan las biografías". Hablamos muchas veces y tras los encuentros iba tomando notas, pero jamás delante de él. El proceso tuvo cosas buenas y malas. Por ejemplo, si hiciera la biografía de Julio César no tendría la posibilidad de llamarle por la noche al teléfono para preguntarle por qué ha hecho esto o lo otro. Por otra parte te limita a la hora de abordar ciertas cuestiones personales, claro. Pero en mi caso tuve suerte, porque Cartier-Bresson nunca se metió en el contenido ni quiso revisar o cambiar nada. Cuando se publicó finalmente el libro le hice llegar la primera copia, y me alegra recordar que se conmovió mucho.
P.- Usted acuñó esa definición afortunada de "Ojo del siglo", ¿cuáles son las principales cualidades de Cartier-Bresson fotógrafo?
R.- Para empezar tenía una profunda humanidad, algo visible y evidente en su fotografía. Además era muy inquieto, sus ojos siempre estaban atentos, mirando constantemente, para captar los detalles de la realidad. Otro aspecto clave es su educación pictórica. Cartier-Bresson estudió tres años de pintura, y esa educación pictórica de su ojo se hace evidente en su forma de utilizar el encuadre y la composición de sus imágenes. Afiló su mirada con las primeras vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX y en particular con el surrealismo, a partir de su estética poética. Además, sus cualidades encontraron el medio de expresión perfecto con la invención de la Leica, una cámara que cabía en la mano y explotó como nadie enlazando sus nombres para la historia.
P.- Antes de decantarse completamente por la fotografía también fue ayudante de cine. Viendo sus documentales sobre nuestra Guerra Civil como España vivirá, ¿por qué no profundizó en la senda del cine y eligió la fotografía como medio de expresión?
R.- Al igual que en el caso de la pintura fue su actitud humilde la que le alejó del cine, pues asumió que nunca sería un buen director. Tenía un concepto del trabajo y la creación muy individualista para un trabajo como el cine, un arte esencialmente colectivo. No obstante siempre quiso serlo. Fue asistente de Jean Renoir en varias películas y era amigo de Buñuel. Grabó un par de documentales durante la Guerra Civil pero con un sentido militante no artístico. De hecho, siempre amentó que durante su estancia en España no hizo ninguna foto. Pero la guerra fue muy importante para él porque le conciencio de la importancia del fotoperiodismo y la fotografía documental, lo que le llevaría a fundar la Agencia Magnum.
Muchas fotos, pocos fotógrafos
P.-¿Qué queda hoy de su legado, del fotoperiodismo del siglo XX?
R.- La verdad es que no mucho, porque todo ha cambiado demasiado. Internet, los móviles con cámara y la saturación y banalización de las imágenes han subvertido el estatus de la fotografía. El mismo Cartier-Bresson ya lo advertía al decir que "Todo el mundo hace fotos pero hay muy pocos fotógrafos". Ahora que todo el mundo es fotógrafo en realidad ya nadie es fotógrafo. Por eso es tan importante la labor de Magnum, que como pionera se mantiene a pesar de que su existencia es hoy casi un milagro. Debería apoyarse más este tipo de valores que todavía defiende, porque en esta época de la banalización de la imagen es más importante que nunca esa visión.
P.- Y su figura, ¿considera que está bien ponderada o que se ha simplificado su aportación histórica eludiendo el componente artístico de su fotografía?
R.- El mismo Cartier-Bresson nunca se consideró un artista, sino un reportero. Rechazaba la palabra artista y se consideraba un contador de historias. Hay que tener en cuenta que en su época no existían las exposiciones de fotografía ni el coleccionismo que hay en la actualidad. En realidad, Cartier-Bresson no ha cambiado, sus fotografías, los valores del fotoperiodismo que transmiten, son las mismas. Lo que ha cambiado es el entorno y la manera de valorar ese trabajo. Sin embargo, además de su condición de pionero, es cierto que su obra tiene elementos artísticos considerables que hacen que sea una figura totalmente imprescindible.
En busca de Sefarad
Hace no mucho Assouline ha puesto el punto final a su último proyecto literario, la novela Retour à Séfarad (Retorno a Sefarad), un viaje en busca de sus orígenes judeoespañoles, publicado recientemente en Francia por Gallimard, en el que el escritor relata su recuperación de la ciudadanía perdida hace cinco siglos. "Siempre tengo muchos libros en proyecto en mi cabeza hasta que un día se produce el clic que los activa. En este caso hubo un doble clic. El primero fue hace diez años con un debate que lanzó el entonces presidente Sarkozy sobre la identidad nacional y que tuvo una enorme repercusión en Francia", explica el escritor. El segundo, fue el discurso del rey Felipe VI en el que recibía a los descendientes de judíos sefardíes de nuevo en España y les otorgaba la nacionalidad, un paso más para una integración que llega con un retraso secular. "Me emocionaron mucho sus palabras, muy valientes, porque de alguna manera reconoció un error histórico. Dijo una frase, os hemos echado de menos, que fue muy especial". En ese momento decidió contar su recorrido burocrático y sentimental para obtener la nacionalidad, proceso todavía en marcha.
P.- ¿Qué queda hoy de Sefarad, es una cultura perdida, un recuerdo nacido de la nostalgia?
R.- No creo que sea una cultura totalmente perdida, porque la cultura la componen elementos como el idioma, que todavía se habla, la cocina, las canciones... No es cuestión de reconstruir las juderías para volver a habitarlas, los sefardíes vuelven a España para ser españoles hoy, no para rehacer la historia. La nostalgia ya es algo del pasado, el sefardí cuando está hoy aquí se siente en su casa. Pero tampoco es cuestión solo del pasaporte, que todavía estoy esperando desde agosto, creo que además Felipe VI debe ir más allá de lo dicho en aquel discurso y abrogar el decreto de expulsión, que sigue todavía vigente. Lo que hizo un rey solo lo puede deshacer otro rey. Es algo simbólico, claro, pero los símbolos son fundamentales.
P.- Desde fuera parece que la identidad francesa es tan fuerte que no puede dejar espacio para otras. ¿Cómo es compartir esa identidad con la judeoespañola?
R.- Lo que le reproché desde el principio a Sarkozy en el debate citado fue precisamente el querer crear un imperio de la identidad nacional. Desgraciadamente en la mente de todos, incluso de los intelectuales, la búsqueda de la identidad en la actualidad se vuelve nacionalista. En mi opinión, la búsqueda de tus raíces se puede desarrollar en un marco múltiple y cosmopolita que no implique un choque de identidades, sino una mezcla. Tradicionalmente Francia ha sido el país que más extranjeros ha acogido e integrado, y cada uno ha mantenido su identidad y sus raíces. El único problema hoy es con el islam, con cierta concepción rigorista del islam que es incompatible con la república ni con sus valores. Confío mucho en Francia como el país que mejor sabrá resolver esa convivencia, porque el republicanismo laico es clave para ello.
Vicios del pasado
P.- ¿Cuál es su lectura de este resurgimiento del nacionalismo en el cosmopolita mundo actual?
R.- Me preocupa y me disgusta, pero entiendo que es normal este resurgimiento de las identidades nacionales en Europa, porque nace del miedo. Antes la división era básicamente capitalismo o comunismo, estabas en un bando u otro, pero ahora la división es entre interno y externo, nacional y extranjero. El mundo es hoy un pueblo global, lo que no impide la búsqueda de los orígenes y la identidad. El problema es cuando esa búsqueda deriva en finalidades políticas o económicas. Por ejemplo no hay un nacionalismo sefardí, pero sí lo hay catalán. Para mí el nacionalismo catalán es más bien un encerramiento, algo extraño en un país abierto como España. Entiendo el regionalismo, pero no entiendo que derive en un nacionalismo exclusivista.
P.- Además del nacionalismo, parece que resurge en algunos países también otro viejo vicio europeo, el antisemitismo, ¿es un problema en Francia?
R.- El debate sobre el antisemitismo en Francia siempre está presente, igual que lo están la guerra o la ocupación nazi. Francia es el país de Europa donde hay más población judía y musulmana. Siempre ha habido en Francia un viejo antisemitismo católico, pero era prohibido por la ley y apenas se manifestaba. Hoy en día el que causa problemas es el antisemitismo musulmán, que se expresa en la calle, en la radio, en los medios, y es un antisemitismo que mata. Es un fenómeno reciente y dramático que ya ha costado 300 víctimas y que ha puesto las cosas muy tensas en los últimos tiempos.
P.- ¿Ha sido esta tensión creciente el motivo por el que se ha suspendido la reedición de los panfletos antisemitas de Céline que usted prologaba?
R.- El antisemitismo es una lacra obvia, pero el anti antisemitismo también es nocivo. El hecho de que no se publicara este libro para no herir sensibilidades es un gran error, ya que el no querer tratar un tema con naturalidad es quizá el primer paso para olvidar, y con ello repetir errores del pasado. Otro problema con este tema es que la mayoría de la gente que protesta, los que han hecho que no se publique, nunca han leído a Céline ni los panfletos ni el resto de su obra. La mayoría de la gente con la que peleo a favor de Céline deja totalmente de lado la literatura, su punto de vista es exclusivamente político y su reacción es epidérmica ante algunas páginas muy violentas.