El abrazo incoloro y dulce de 'El bebedor'
Hay personas a las que su naturaleza desbocada y bruta conduce a la adicción. En otras habrá sido un entorno turbulento, incierto y agitado, el que trastoque su acontecer hasta llevarlas a la droga para arrastrarse sin remisión. Serán vidas consumidas por el desamparo y el abandono. Y luego está Hans Fallada, escritor alemán encumbrado por sus textos de entreguerras, que abrazó con profesionalidad los vicios del alcohol y la morfina en los alocados años 30 berlineses.
La novela gráfica El bebedor da buena cuenta de su atribulada vida que recorremos entre vigorosas imágenes y colores provocadores. La condición humana queda en entredicho cuando la máxima aspiración es saborear un brebaje que arrastra y desubica. Por eso asistimos a su declive entre tragos y vejaciones.
Pero esta obra del autor Jakob Hinrichs entrega algo más que el deslizamiento sin freno al abismo de Hans Fallada. El bebedor nos sumerge en una reflexión absorbente sobre la fragilidad del ser humano, sobre la incapacidad -incluso para una mente lúcida- de escapar a determinadas pulsiones destructoras. Un relato que camina hacia delante y hacia atrás, dentro de viñetas surgidas de la cuatricromía virtuosa e inolvidable del ilustrador y guionista Hinrichs, que combina fragmentos de la novela original de Fallada con momentos biográficos clave: su intento de suicidio, su estancia en la prisión, sus escarceos por los bajos fondos. La sombra de su mujer recorre las páginas de un cómic que sugiere relecturas, nos deja un sabor agridulce y dejar caer una pregunta: ¿podría esto pasarme a mí? Mejor no saber la respuesta.