Palabra de Rulfo
Como a sus personajes, las palabras le salían a Rulfo fragmentadas, abatidas, dominadas siempre por los silencios. Hablaba con una desgana infinita, una desgana amable, por la que se colaba su visión desolada del mundo. Que era verdad que odiaba las entrevistas uno lo comprendía muy pronto y, pese a todo, aquella mañana de otoño de 1985 el formidable y misterioso Juan Rulfo, de mirada replegada y mentón vigoroso, cedió y habló con parsimonia y lucidez de Pedro Páramo, de ese pueblo deshabitado y atroz, “muerto en realidad”, que protagoniza su novela; de su silencio de años, del caos de América Latina, que la sentía tan dentro... mientras fumaba y fumaba en el rincón de una ruidosa cafetería madrileña.
“Lo poco que escribí ya está muerto. Hace veintitantos años que está muerto. Y no, posiblemente no vuelva a escribir jamás. Pero, en todo caso, ¿qué más da? Hay mucha gente que solo ha escrito un libro en su vida y no ha pasado nada y otros muchos que han escrito treinta y no les conoce nadie. Escribir por escribir, ¿para que?”.
Fue lo primero que dijo el escritor para tratar de convencerme de que había errado el tiro, que me había equivocado de personaje. No quería el escritor hablar de los porqués de ese silencio de treinta años, que era la pregunta recurrente e inútil que siempre escuchaba, aunque lo cierto es que Rulfo nunca había dejado de hacerlo. Durante veintitantos años trabajó de editor de libros de antropología, propiciando estudios de antropólogos que llegaban de Europa en busca de conocimientos sobre los indígenas. “Era, ya no, ya me corrieron, director de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista. Me echaron porque seguramente ya no servía”. Y escribía solapas, introducciones, prólogos. Era un trabajo que debía cumplir a diario, que le absorbía mucho tiempo y que no lo hacía por gusto, “es que lo necesitaba para vivir”.
"Yo nunca he tenido en cuenta al lector. La prueba es que no los tuve. No he podido vivir nunca de la literatura. Y me parece bien"
Casi desde niño tuvo Rulfo la convicción de que podría traer a la literatura muchas novedades. Sabía que zumbaban por su cabeza muchas cosas nuevas y empezó a escribir cuentos, “unos cuentos que no me publicaba nadie”, unos cuentos que no hicieron mas que preparar la llegada de su obra maestra: “Sí. Toda la vida anduve con Pedro Páramo. Estaba dentro de mí muchos años antes de publicarla”.
Y cuenta el proceso de su escritura. Cuenta que si ahora Pedro Páramo es una novela corta, no fue corta en absoluto en un principio. Que fue cortando y cortando hasta dejarla en los puros huesos antes de decidir publicarla. “Hay novelistas que consideran que en una novela cabe todo, y entonces el autor interviene continuamente con sus elucubraciones, sus divagaciones sobre esto y aquello, o sea, hace ensayos dentro de la novela para llenar los llamados tiempos muertos del relato. Normalmente es porque el escritor no sabe por dónde salir y se dedica a divagar. Yo también caí en esa trampa, todos caen. Y eso es lo que yo fui eliminando de Pedro Páramo. Eliminé las ideas y me limité a los hechos. Por eso en la novela solo intervienen los personajes, a los que ni siquiera describo. Se les conoce solo por sus características psicológicas. No tienen ni rostro siquiera, no se sabe si están vivos o muertos”.
Así que Pedro Páramo es un “ejercicio de eliminación”, remata. ¿Y los lectores qué decían?
“Yo nunca he tenido en cuenta al lector, la prueba es que no los tuve. No los tuve durante mucho tiempo. De Pedro Páramo se editaron dos mil ejemplares, mil de los cuales los compré yo para regalar a los amigos. Los otros mil tardaron cuatro años en venderse. Luego sí, al cabo de los años, comenzaron las ediciones. Pero todo esto esto no tiene importancia. Yo no he podido vivir nunca de la literatura. Y me parece bien”.
Sus palabras eran solo recuerdos porque habían pasado treinta años y Rulfo no había vuelto a abrir ni una sola página de ninguna nueva edición de Pedro Páramo. “No, nunca”. Lo razonaba así: “Una obra sólo vive mientras la concibes, mientras decides cómo deben hablar los personajes, mientras la sitúas en una paisaje determinado... Luego, vas observando y siguiendo los movimientos de los personajes y, al final, la novela ya no tiene nada que ver contigo. Cuando la ves en un escaparate es porque ya está muerta”.
En aquel otoño de 1985 el gran Rulfo pasaba las horas leyendo y oyendo música renacentista y barroca. A los ocho meses de este encuentro el escritor moría en su casa de México.