Desde siempre, el ser humano ha deambulado por su existencia opinando sobre lo que le rodea. Lo que le gusta, lo que le aterra, lo que le sorprende, lo que le aburre. Son las apariencias, que el 'moderneo' denomina look & feel, las que juzgan ex-ante acerca de "lo otro". Esta forma de actuar también afecta a las personas. Y funciona porque son decisiones a priori, que nos facilitan el día a día y nos permiten avanzar en la convivencia. Pero en su utilidad reside el error. Nuestra intuición, torpe o limitada, se confunde por no confirmar aquello que muestra la primera impresión. Creo que todos saben de lo que hablo.
Beverly parece una propuesta amable. Nick Drnaso (¿alguien sabe cómo se pronuncia?) entrega una novela gráfica costumbrista, de esas que se leen del tirón y se olvidan al momento. Sus dibujos aniñados, los colores pastel y una sencillez visual casi anodina apuntan en esa dirección. El planteamiento lineal de las seis historias que aquí se cuentan refuerzan nuestra hipótesis inicial: tenemos entre manos un retrato de la sociedad americana donde nada nos llama la atención. ¿O sí?
A medida que avanza la lectura un tufo indefinido escapa de entre las viñetas. La vida en familia o las ambiciones adolescentes se han torcido. La convivencia es una trampa que alumbra personalidades tóxicas. Entonces se vislumbra el porqué de determinados comportamientos aberrantes, de las psicosis y de la violencia soterrada. Una violencia íntima que necesita aflorar. Personajes limítrofes se entremezclan con jovenzuelos ensimismados, padres voluntariosos enfrentados a hijos durante unas vacaciones innecesarias, la amistad colegial se revuelve años después para servir un ajuste de cuentas. Es la angustia por dejar atrás el hastío vital y encontrar sentido a la existencia. Y nadie parece tener la respuesta. Entonces surge una exclamación: Dios mío… pero ¡dónde me he metido!