José Luis Rey
El poeta cordobés publica La fruta de los mudos (Visor), premio Ciudad de Melilla.
José Luis Rey (Córdoba, 1973) celebra este Día de la Poesía con nuevo libro,
La fruta de los mudos (Visor), del que afirma sin falsos pudores que "es mi mejor libro publicado hasta la fecha. Tal vez sea mi obra maestra. Así me lo ha dicho
Pere Gimferrer y es una opinión que valoro mucho, como es sabido.
La fruta de los mudos es, de alguna manera, la 'vida de los muertos',
la presencia de los muertos que no se han desarraigado del todo y que se convierten en una especie de poetas, creadores del verano y el universo. El libro está lleno de la presencia de la muerte, tratada sin embargo desde un tono vitalista e hímnico, con afán de trascendencia".
Pregunta.- ¿Sigue siendo un barroco moderno, o este libro marca un cambio de rumbo hacia lo cotidiano?
Respuesta.- Creo que este libro es la consolidación de todo mi camino. Ya he dicho que es mi mejor libro. Lo barroco sigue estando ahí, en la importancia concedida al ritmo y a las imágenes. Pero
estos poemas son más filosóficos, más metafísicos. Inciden en la trascendencia desde lo cotidiano: hacer la cama, planchar, jugar al escondite... Todo me sirve para convertirlo en símbolo trascendente.
P.- En el libro son constantes las alusiones y referencias a Shakespeare, Whitman, Borges... ¿en qué medida los maestros del pasado continúan iluminando su presente?
R.- La tradición es el punto de partida. Ni más ni menos que eso. Para mí es muy importante saber de dónde parto, qué familia he escogido, cuál es mi estirpe.
Los maestros acompañan e iluminan siempre, sin perjuicio de tener, pese a ello, una voz personal. Creo que mi voz personal está muy desarrollada ya y muy presente en el libro. Pero no por ello voy a olvidarme de quienes me enseñaron a hablar.
P.- ¿Que son...?
R.- Muchos: Góngora, Juan Ramón Jiménez, Claudio Rodríguez, Blas de Otero, Gimferrer, Claudio Rodríguez... Entre los extranjeros, Shelley, Rimbaud, Rilke, Dickinson... La unión de lo cotidiano y lo metafísico tal vez sea una herencia de Emily Dickinson, cuya obra completa
traduje recientemente.
P.- El primer poema convierte la Hansa, una sociedad mercantil del medievo, en símbolo de la solidaridad humana contra la muerte: ¿no es una relación sorprendente?
R.- Eso me propuse. Siempre me ha interesado la historia. No es la primera vez que la trato. Pero tal vez
aquí he logrado algo bueno: la fusión de un episodio histórico con un afán totalizador y metafísico. La Hansa fue el despertar de Europa: esa unión de multitud de ciudades con un fin comercial derivó en una unión que yo utilizo como símbolo de la solidaridad humana contra la muerte. Todo el poema es un largo monólogo dirigido a la muerte. Es un poema largo y ambicioso y estoy contento con él.
P.- Escribe: "los olvidados vuelven con el mar./Los deja la marea, los arroja a la playa" (p.17). No se refiere, claro, a los cientos de refugiados que han muerto en el Mediterráneo, pero ¿qué puede un poeta ante acontecimientos tan terribles como estos? ¿Debe, puede callar?
R.- Yo no hago poesía social expresa. Pero siempre hay algo social en mi obra. Usted lo ha visto bien. Se refiere a los ahogados de La Hansa y también puede extrapolarse esa alusión a la tragedia actual. Del mismo modo que anteriormente traté temas como el 11M en algún poema sin declararlo de manera expresa, hay aquí también alusiones al drama de la inmigración.
P.- Por cierto, también proclama que el poeta "es un charlatán"... ¿Sobra palabrería en la poesía española actual y falta profundidad y verdad?
R.- Poesía y verdad, como quería Goethe, es lo que falta hoy en la poesía española. Yo me refiero al poeta como un charlatán desde el punto de vista del encanto, del encantamiento o hechizo que puede lograr quien maneja la palabra, como aquellos conjuros de Claudio Rodríguez.
Ser un charlatán encantador es una de las obligaciones que ha de asumir todo poeta serio.
P.- ¿Cómo se imagina a los viejos poetas de un siglo venidero, esos "que ya nada tendrán que perder"?
R.- Ese poema, "Nieves de antaño", habla de lo pasajero de las modas poéticas, incluso las que están por venir, y también, en un plano doble, de la fugacidad de la vida. Yo creo que la poesía existirá siempre, aunque sea en las catacumbas.
Para mí, la poesía es mi religión. No puedo concebir la existencia sin ella. Muchos son los poetas que doran los transcursos del tiempo, nos dijo Keats. Yo creo en esa sucesión inextinguible. Yo creo en una estirpe de fundadores y continuadores, de corredores que se pasan de mano en mano la antorcha del sol y el lenguaje. Bravo por ellos, así en el pasado como en el presente y el futuro.
P.- Quizá uno de los rasgos más sorprendentes del libro sea el humor que rezuma, algo poco habitual si pensamos en la solemnidad de muchos poemarios: ¿por qué a menudo parecen incompatibles humor, poesía y verdad?
R.- El humor es amor. Al menos, para mí. El lector que me siga verá que desde este libro va a aumentar mucho el humor en mi poesía. Forma parte del encanto que todo poema debe tener y del cual ya he hablado.
El humor es muy importante en mi poesía reciente. Y no lo desvinculo en absoluto de la profundidad. Es posible unir humor y hondura. Es más; el humor es la mejor manera de resultar profundo. Hay que saber decir cosas importantes sin ser solemne. No hace falta engolar la voz ni ser un pesado para hacer un poema metafísico. Yo creo que la metafísica se alcanza mucho más fácilmente si va asistida esa exploración por el humor. El humor es también una manera, tal vez la más adecuada, de mirar el mundo y de pensar en su posible formulación poética.
P.- ¿No teme parecer demasiado irreverente al comparar a Verónica Mengod con la Venus de Boticelli en un poema impagable?
R.- Se trata del poema "La merienda". De niño, yo estaba enamorado de Verónica Mengod. La veía cada tarde en su programa El Kiosco. Aún hoy sigo admirando su belleza y elegancia. Pero este poema trata de mi infancia, de las largas tardes de mayo haciendo los deberes de la escuela mientras Verónica nacía en la valva parlante de la televisión. Todo y todos podemos ser objeto poético. Cuánto más una belleza como Verónica.
P.- Tampoco faltan las alusiones a lo cotidiano, con algo de nostalgia acentuada por los recuerdos de la infancia, de la madre... ¿es otra vía de alcanzar la trascendencia?
R.- Claro que sí.
El afán por ascender ha de partir desde lo bajo, desde lo cotidiano y desde la memoria, que es el suelo de nuestra súplica, que diría Eliot. Yo fui un niño muy feliz. Crecí en el campo, jugando con mis hermanos, embarrándome, haciendo arcos y flechas con las ramas de los sauces. Mi infancia es un tesoro al que no quiero renunciar. Y, por tanto, me gustaría salvarla explorando a partir de ella una vía de trascender la muerte.
P.- El libro ha obtenido el premio Ciudad de Melilla, pero usted no es novicio en esto de los premios: antes había ganado el Gil de Biedma, el Loewe y el Tiflos, todos ellos publicados por Visor. ¿Entiende que les acusen de ser una mafia poética? ¿Qué le debe el lector español a Chus Visor?
R.- A mí que me acusen de lo que quieran: he conocido de cerca la envidia y la calumnia y ya estoy vacunado. Yo he tenido la suerte de ganar esos premios y creo en el honor y en la respetabilidad de todos esos jurados.
A Chus Visor el lector español le debe muchos años de gozar de la mejor poesía española, hispanoamericana y extranjera. Es un hombre libre y muy formado, que sabe muy bien conjugar distintas líneas poéticas en el seno de su editorial. Nada más que eso ya es meritorio.
P.- ¿Qué le parecen los jóvenes poetas que lideran las listas de los poemarios más vendidos, los Marwan y compañía?
R.- La poesía tiene muchas puertas de entrada. Lo importante es no quedarse en el umbral. Hay que seguir leyendo, muchachos.