Óscar Esquivias. Foto: Asís G. Ayerbe
El escritor burgalés reúne algunos de los relatos que ha escrito en los últimos cinco años en Andarás perdido por el mundo (Ediciones del viento)
Pregunta.- En Andarás perdido por el mundo está el tema de la emigración. También del viaje. ¿Se debe a la naturaleza de los encargos que originaron los relatos o es un tema que le interesa especialmente?
Respuesta.- Es verdad que tenía que hacer que muchas historias transcurrieran en distintas partes del mundo, pero lo llamativo es que hayan ido saliendo mis temas, mis obsesiones una y otra vez. Pero sí, está esa maldición de Yahvé a Caín, que a mí siempre me pareció una bendición. Andar perdido por el mundo. El emigrante es un personaje que puede causar recelo o rechazo, pero que causa también fascinación. En el que viene de fuera, en el que es distinto, yo siempre encuentro una carga poética y misteriosa que hace de él alguien atractivo y apetecible.
P.- ¿Qué papel juega lo autobiográfico en estos cuentos?
R.- A mí me divierte mucho fabular, imaginar. Y me gusta situar la acción en lugares muy diferentes. Pero me da la sensación de que siempre estoy hablando de un mismo personaje, que de algún modo se parece mucho a mí, o a la vida que hubiera podido llevar yo. Espero que esto no suene muy narcisista… pero creo que al fondo de muchos de mis relatos está la respuesta a ese cuestionamiento: qué hubiera sido de mi vida si mis circunstancias hubieran sido otras. Aunque en realidad no me termino reconociendo del todo en mis personajes; por eso creo que hay más de fabulación que de autoficción.
P.- Martin Amis decía en un artículo sobre Philip Roth que la ficción soporta la cantidad de egocentrismo que sea, pero es absolutamente alérgica al narcisismo. ¿Va por ahí la diferencia entre la experiencia autobiográfica incluida en una ficción y la autoficción abierta?
R.- La autocomplacencia, ofrecer el perfil bonito en tus libros da muy malos resultados artísticos. Yo no sé si hablaría tanto de egocentrismo como de la necesidad de sondear en el interior de uno. Yo siento que estoy presente en cada uno de mis cuentos, para conocerme o para disfrazarme, aunque sea para mentir.
P.- ¿Se siente más cómodo al manejar la voz de un adolescente?
R.- Me siento muy identificado con los adolescentes, sí. Quizás porque tengo miedo a crecer. A diferencia de otros autores que hacen arraigar sus ficciones en su infancia, para mí la adolescencia es el verdadero momento clave de autoconocimiento y descubrimiento del mundo, cuando uno empieza a tener las convicciones firmes. La maldición de Caín se puede interpretar también en este sentido: la rebeldía, el adolescente que frustra las expectativas en este caso de Dios y toma sus propias decisiones. Me resulta literariamente muy interesante ese momento en el que empezamos a rebelarnos contra lo que nos imponen, la familia o el grupo o las convenciones.
P.- Un autoconocimiento que en el caso de sus personajes va casi siempre ligado a una especie de liberación.
R.- Sí. Algunos de mis cuentos hablan de que un enfrentamiento con los demás es en muchos casos una manera de liberarse. Algo positivo y deseable.
P.- Le han situado en la línea de relato realista de Chéjov, Carver... ¿se siente parte de esa tradición?
R.- A veces las divisiones son un poco artificiales. Yo leo con el mismo placer a Ramón Gómez de la Serna, a Kafka y a Chéjov. Y me siento hijo de todos ellos. Es cierto que en este libro pesa más esa tradición realista y sobria en la expresión, que busca la palabra justa frente a la pirotecnia del estilo. Pero eso no significa que renuncie a lo otro. Creo que como escritor he de tener la misma amplitud de miras que tengo como lector. Me siento muy ecléctico; el territorio de la creación debe ser el de la libertad.
P.- ¿Es cierto eso de que el cuento admite menos errores que la novela?
R.- No sé si admite menos, pero se notan más. Una novela tiene mayor capacidad de absorción simplemente por su extensión; es como un mar, que es más difícil de contaminar que un lago. La basura se nota más. Pero hay cuentos cojos, que no son redondos, pero a mí me encantan porque están compensados con otros valores, como el poder de lo que se cuenta o el estilo. No hay que obsesionarse con la pureza. Hay cuentos divagatorios que son muy bonitos y que tienen su encanto precisamente en ese fluir con meandros, en que no son como flechas que van directamente a la diana. Pienso en Ramón Gómez de la Serna o Gesualdo Bufalino. En la belleza de un estilo, en este caso frondoso, reside toda la belleza del cuento. Cada vez soy menos partidario de dar opiniones lapidarias sobre cómo ha de ser el cuento o la novela.
P.- ¿Prefiere el cuento a la novela?
R.- La verdad es que no, aunque lo puedo matizar: me gusta más escribir cuentos porque la satisfacción por el trabajo terminado la tienes antes, mientras que una novela siempre es un trabajo mayor, y hay una mayor incertidumbre. Es más exigente escribir una novela. Además, uno puede escribir el cuento en un estado de absoluta inspiración; eso en una novela no pasa: puedes tener ideas brillantes y momentos de escritura apasionados en los que parece que todo fluye, pero eso no se puede mantener. En ese estado de trance, de inspiración completa, escribí los dos cuentos cortos de este libro: "Curso de natación" y "El joven de Gorea".