Óscar Esquivias. Foto: Ical
Todos los cuentos están narrados en primera persona desde la subjetividad de sus respectivos protagonistas, salvo el séptimo, "Monólogo del técnico de sonido", construido en forma dramática con sus pertinentes acotaciones teatrales. Todos ellos escritos con esmerada sencillez estilística, en una composición que busca la eficacia de la narratividad como base del interés de lo que se cuenta, sin descuidar el control de las emociones y las ponderadas dosis de humor (por ejemplo en la parodia de competición deportiva entre carteros, algunos barrigudos, subiendo las escaleras del Chicago Board of Trade Building).
Creo que los mejores cuentos están al principio y al final de libro. Entre los primeros destacan "El chico de las flores", por su afortunada combinación de planos entre la realidad y la ficción encarnados por el muchacho protagonista y la actriz de teatro a la que lleva flores, la cual es muy conocida por una serie de tv y admirada por la madre del chico."Pampanitos verdes" destaca por su fina exploración en las relaciones entre hermanos, padres e hijos dominadas por la mutua incomunicación. Entre los últimos se impone el mérito literario de los tres finales: "El hijo de la modista", cuyo protagonista comparte algunos anhelos con "El chico de las flores", por su ternura en la soledad del narrador frustrado en la realización de sus sueños; "El centurión", por el pudoroso tratamiento de conflictos de amor y drogas entre adolescentes homosexuales, con atención a la inmigración camuflada en lugares turísticos de Roma, y el citado "Viaje al centro de la tierra", uno de los dos cuentos narrados por adultos, por la gradual exposición de amarguras y pesares de un padre separado en lucha por la custodia de su hijo de siete años. En conclusión, Óscar Esquivias revalida en estos diez relatos su ya importante trayectoria como escritor de narraciones con merecida atención crítica.